Después de tener el frasco en mis manos, recordar mis síntomas y pensar que era el puto virus, pero no, no era el virus —tampoco estaba paranoica— pensé en llamarlo y hablar sobre este asunto, pensé todo, pero decidí hacer lo contrario, jugar su juego, aunque eso significara planear mi propia muerte. Pasaron los días, llegó de El Progreso, nos vimos en el mismo hotel de siempre: el Excelsior. Compré vino, regalos para él: un perfume —su favorito— un par de libros, revistas. Yo me vestí radiante para ese día: vestido largo, cabello suelto, maquillaje neutro, labios rojos.
Tenía coraje contenido, pero debía calmarme, había una palabra que no se me iba de la cabeza: ¡fluraner! La anoté en mi libreta, en grande y con letras de colores, anoté todo sobre esa palabra. Llegué primero, pedí la mejor habitación, subí al quinto piso, habitación 345, abrí, era perfecta, completamente iluminada, la revisé detenidamente, en el tocador encontré una nota que decía: «esa no es la palabra clave. Perdiste Marbella», no tenía firma de quién la había escrito… yo estaba asombrada, pero respiré, me senté en la cama y esperé a que él llegara. Llamaron a la habitación para confirmar que ya se encontraba en la sala de espera. Di la orden de que subiera, cada minuto era una eternidad. ¡Fluraner! Seguía sonando. Tocaron el timbre, me acerqué al espejo, me vi por unos segundos. Le abrí, él traía un ramo de rosas, chocolates, comida china.
—¿Cómo estás? —preguntó.
—normal —respondí— ansiosa por verte.
Me abrazó, casi rompo en llanto. Pero logré calmarme.
—¿Pasa algo, cariño?
—Nada. —Respondí.
Le mostré la habitación. Vi que él dirigió su mirada al tocador, es hermoso le dije, quiero uno de esos para mi casa. ¡Flunarer! Recordé, actué normal, comimos, hablamos de sus viajes entre otras cosas. Vi la palabra escrita en su antebrazo derecho, quedé paralizada. El se acercó me dio un beso apasionado, me llevó a la cama, me desvistió, mi corazón latía a mil. «¡Marbella! ¡Marbella!, relájate»,
«Todo pasará rápido, no sentirás dolor», escuché, abrí los ojos, una habitación acolchonada, mis brazos atados, su nombre escrito en la pared cientos de veces,
Haberlo encontrado con otra fue nuestra ruina, fluraner fue el mejor antídoto para acabar con ambos, a mí, me encontraron a tiempo, pero hasta hoy reacciono. Recortes de la noticia pegados en la pared, varios doctores entraban y salían, todos ellos debían morir, no estaba en un coma profundo, aprendí de memoria cada medicamento que me inyectaban, sé cómo acabar con ellos. Sé el secreto, pero debo seguir en este hospital de mala muerte, fingir locura y escapar con lo que tengo guardado. Hay un cómplice conmigo, él prepara la fórmula, pero esta vez yo no fingiré mi muerte.