Esta es la historia de un memorioso que pierde la memoria. Pasaba al lado de una inmensa procesión y las rancheras se escuchaban alto, el féretro en una vitrina era llevado al cementerio, lugar donde no cabía un muerto más, las estructuras no estaban bajo tierra, eran edificios altos con muchas ornamentas. Gabriel se dirigía al trabajo, apenas notó la procesión, miró, suspiró y siguió. Al llegar a su cabina observó: el balance de cuentas no cerraba, se sentó, presenció la queja de su jefe y siguió en el quehacer de todos los días, acciones y tabulaciones, todo lo escribió.
«Salió la caravana de migrantes», dijeron los noticieros, escuchó la noticia, suspiró y siguió. Gabriel no tenía noción del tiempo y tampoco de recuerdos, no lo escribió.
Pasaba con tríos de guitarras otra procesión, la ciudad inauguró el nuevo cementerio, observó y suspiró. Gabriel no rememoraba, si no mal recuerdo, que tenía trabajo extra, llegó a su casa y revisó el calendario, era su cumpleaños número treinta y además era jueves, salió apresurado al trabajo.
Pasaba con música marcial otra procesión, el ataúd era seguido por muchísima gente, lo observó y suspiró, ese día perdió su trabajo y entre su falta de memoria solo podía pensar en cómo llegar a su casa, olvidó escribir la dirección.
«La segunda caravana», volvían a anunciar los noticieros y los diarios, ahora con muchas más personas, Gabriel solo quería recordar cómo llegar a casa de su madre, más tarde fue trasladado de urgencia al hospital.
Una hilera de cadáveres era llevada a la morgue, unas horas antes cientos de sirenas alarmaban el fatídico accidente, solo alertas de televisión. Gabriel comía una minuta acompañado de un gentío enfermo en una pequeñísima sala de un pequeñísimo hospital. «La caravana de migrantes se ha detenido en México; se han peleado con la guardia del país, los connacionales regresan en masa a Honduras», escuchó y suspiró. Así lo escribió.
Gael ya no recordaba su nombre, reconocía en reiteradas ocasiones la imagen y voz de su madre, pensaba en las procesiones y en su estadía en el hospital.
«Una procesión de muertos vivientes pasa frente a la alcaldía con pancartas de derechos humanos», anunciaron, Gael la observó y suspiró, no recordaba nada, descansaba a todas horas.
Una intensa eucaristía en el templo más grande, había «muerto» un reconocido defensor; la inmensa procesión, hasta con banda, acompañaba al féretro hacia la sepultura, no recordaba muy bien, pero sí recordaba que muchas personas lamentaron la pérdida.
La tercera caravana migrante salía del país; esta vez Gael la observaba desde la ciudad de las montañas, ya no recordaba quién era su madre.
Una muy pequeña procesión acompañaba a don José, el «tulio» de la colonia donde estaba la casa Ramírez, Gael Ramírez o Gabriel Ramírez, tengo dudas del nombre. De momento, Ramírez se puso de pie y salió, acompañó y apoyó la procesión durante el recorrido, saludó a los desahuciados, los podía recordar; no sabía quién era él y no sé sí lo necesitara saber o le interesara. Con la ayuda de muchas personas llegó de nuevo a su casa, se encerró y no volvió a salir.
Recordatorio: Gael Gabriel no podía recordar nada sobre él, recordaba su estancia en el hospital y las infinitas procesiones, las contadas y descuidadas caravanas, al ser lo único que no podía relegar le causaba mucha alegría, el dolor de muchos que por alguna razón todos los demás olvidaban.
Una procesión pasó por las calles, unas cuantas personas lloraron al difunto, tuvo que ser colocado en modernos mausoleos del nuevo cementerio.