Hace 150 días se suspendieron las actividades escolares de manera presencial en Honduras y desde el 25 de marzo la Secretaría de Educación ordenó continuar las clases de manera remota, así se comenzó una nueva modalidad a través de medios electrónicos que requieren acceso a internet. Este nuevo sistema afecta a pequeños y jóvenes que no tienen acceso a un teléfono inteligente o una computadora en sus hogares, mucho menos un servicio de internet residencial.
Este mes, Honduras comenzó la reapertura de sus fronteras y de la economía pero esto no se aplicó al sistema educativo del país. El Ministro de Educación, Arnaldo Bueso, no ha comparecido ante los medios de comunicación con la justificación de ser el responsable de coordinar el programa “Honduras Solidaria” pero en sus redes sociales indicó que «Es imposible que se retorne este año a los centros de estudio, para nosotros lo primordial es salvaguardar la salud de todos los estudiantes y docentes del territorio hondureño». También reiteró que el regreso a clases de forma presencial dependerá de la recomendación del Sistema Nacional de Riesgos (Sinager).
Educación en desigualdad
La Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán de Honduras, realizó un estudio en abril donde afirma que los estudiantes de menos recursos se han «quedado al margen» de las actividades educativas en el sector público durante la pandemia; pero el 6 de julio, la Asociación para una Sociedad más Justa (ASJ) determinó que 1.1 millón de niños estarían sin recibir clases.
El Instituto Nacional de Estadística en Honduras (INE) indicaba en 2018 que solamente el 16.6 % de los hondureños tenía acceso a internet en su casa, que un 12.8 % accedía a este servicio desde una computadora y que el 87.2 % lo hacía desde un teléfono móvil o celular. Según la firma WeAreSocial en 2019, la penetración de acceso al Internet en Centroamérica y el Caribe era de 61% y 48% respectivamente, mientras que la penetración de las redes sociales en la población era de 59% y 40% respectivamente.
En Honduras, un país mayormente rural, la educación antes de la pandemia ya tenía indicadores negativos. Los niños y niñas más excluidos de la cobertura educativa son aquellos que viven en la zona rural (48,7%), los que tienen entre 3 y 5 años (65%), los adolescentes de entre 12 y 14 años (55,1%) y de 15 a 17 años (74,6%), según datos brindados por el INE.
Mientras en las ciudades se habla del teletrabajo, en comunidades como San Lorenzo, en Candelaria, Lempira, el maestro busca la manera de llevar el material impreso a los niños, que en la mayoría de los casos no cuentan con un dispositivo móvil en casa para comunicarse. Los alumnos del Centro de Educación Básica Pedro Nufio, en esta comunidad se enfrentan además a la mala señal de internet. De hecho, las pocas veces que los estudiantes logran acceder a las plataformas electrónicas para recibir sus clases lo hacen por medio de la señal de roaming de El Salvador, según cuenta el maestro Allan Martínez.
Allan está a cargo de 48 jóvenes de séptimo, octavo y noveno grado y asegura que «El reto como maestros ha sido buscar otras alternativas para adecuarnos al contexto, para evitar que las nuevas alternativas de interacción con los alumnos no generen un gasto o una inversión muy grande en los padres de familia. La plataforma más utilizada por nosotros es el Whatsapp, las llamadas telefónicas y los mensajes de texto y en las últimas instancias llevar material impreso a los hogares que no tienen acceso a estas vías de comunicación».
Martínez enfatizó en las múltiples limitaciones en estas zonas rurales. «No todos tienen acceso a teléfonos inteligentes, mucho menos a computadoras, así que utilizan los teléfonos de sus papás, de un hermano y varias veces hasta de un vecino, así que nosotros hemos tenido ayuda de estos intermediarios cuando la información no llega de manera directa a los estudiantes, lo más importante es nivelar a los jóvenes, reforzarlos y ayudarles a llegar a las competencias necesarias».
En la comunidad Pacheco, un caserío en las montañas del municipio de La Paz, ubicado a 30 minutos de la cabecera departamental, el maestro José Noé Rodas tiene a su cargo primero y tercer grado en la escuela Presidente Kennedy de esa aldea. El maestro se las ingenia para llevar a sus alumnos las asignaciones escolares.
José Rodas relata que la crisis generada por la COVID-19 ha dificultado impartir la educación a todos sus alumnos. «Los planes se nos han trastocado completamente» dijo.
Rodas además explica que gran parte de las asignaciones escolares debe enviarlas por WhatsApp, pero que de igual forma no todos sus alumnos tienen acceso a la tecnología, por lo tanto, en ocasiones debe hacer un esfuerzo por hacer copias en físico del contenido y las tareas. «No todas las familias tienen un teléfono inteligente y en ocasiones quienes lo tienen tampoco cuentan con el dinero suficiente para contratar un plan de internet. También nosotros como maestros a veces tenemos dificultades para tener internet; entonces lo que hacemos en ocasiones es viajar a la comunidad para poder entregar algunas tareas en físico».
Pero eso además representa un riesgo y un reto adicional a su labor, «A veces por la cantidad de retenes en la carretera es casi imposible que nos desplacemos desde nuestros hogares» advirtió.
El Observatorio Universitario de la Educación Nacional e Internacional de la UPNFM (OUDENI) realizó una encuesta a principios de abril a personal docente de Pre Básica, Básica y Media que recogió los criterios de 31,426 docentes de todo el país: 3,867 del sector privado y 27,559 del sector público urbano y rural.
Uno de los hallazgos fue que los docentes utilizan una gran variedad de medios para comunicarse con sus alumnos, siendo el teléfono móvil uno de los más frecuentes. Aunque también usan otros medios como grabar videos con clases para el nivel medio que luego son difundidos por canales de la Secretaría de Educación y el uso del portal educativo Educatrachos. «Principalmente utilizaron medios propios como llamadas telefónicas a estudiantes o padres de familia, grupos de WhatsApp con estudiantes y/o padres de familia, uso de otras APPs para reuniones virtuales y correo electrónico. Pero también usaron estrategias muy creativas adaptadas al contexto tales como colocar anuncios en lugares públicos de las comunidades en los cuales se especificaron las tareas de cada grado, e incluso, casos de docentes que hicieron visitas a las casas de cada uno de sus estudiantes en zonas rurales».
La maestra Katherine Paz, tiene una realidad diferente a la del profesor Allan ya que ella labora en la Escuela Privada Santa Mónica, ubicada en la colonia San Miguel de Tegucigalpa. Paz interactúa diariamente con sus alumnos durante tres horas a través de la plataforma Zoom. Ella ha catalogado este cambio como una oportunidad de aprendizaje ya que «Los maestros nos hemos vuelto más tecnológicos y podemos transmitir al alumno ese conocimiento».
Paz tiene a cargo 29 niños de quinto año, quienes tienen acceso a diferentes plataformas para lograr la interacción virtual, entre ellas Google meets, Google classroom y la grabación de videos para explicar mejor a los alumnos las clases que más se dificultan. «Estos videos los subimos a la plataforma de Google classroom y así el alumno puede verlo las veces que quiera y lo necesite para reforzar el tema que ya se vio en clases.»
Aunque en la zona urbana se tiene mayor acceso a la educación y a la tecnología, actualmente en este grado hay tres niños que han quedado atrasados en el proceso del aprendizaje. Uno de ellos es Carlos (nombre ficticio), «él es hijo de una periodista y como ella sale a trabajar, envió a su hijo a pasar una temporada donde la abuela, no recuerdo exactamente el nombre del lugar pero es un pueblo y ahí aparentemente no hay señal, así que tienen que salir a cierto lugar para interactuar con la mamá y así ella le envía las tareas al niño y luego el niño las reenvía y llegan a mí, para evaluarlas» cuenta Paz.
Los datos hasta abril mostraban que las dificultades de interacción eran mayores en el área rural, donde apenas el 29 % de los estudiantes había tenido vínculos con sus maestros a través de conexiones digitales, cifra que crece hasta el 45 % en la zona urbana, según el informe presentado por la universidad pedagógica.
Proveer y educar: el doble rol de padres y madres de familia durante la pandemia
La ASJ presentó en marzo una investigación que evidencia que una familia invierte unos 592 dólares al año en la educación de sólo uno de sus hijos. Eso equivale a 59.2 dólares por cada uno de los 10 meses que dura el ciclo escolar. Para una familia promedio hondureña de tres hijos y que percibe el salario mínimo mensual de 372 dólares, la inversión en educación representa el 48 % de los ingresos mensuales. Eso es en condiciones normales en donde el gasto en internet no es obligatorio.
María Estela Romero, nos relata lo difícil que ha sido ayudar a sus dos hijos durante este confinamiento. Ella es madre soltera, vive en casa de sus papás con sus hermanos e hijos, son aproximadamente 20 personas bajo un mismo techo. Antes de la pandemia dividían sus gastos de manera equitativa, pero a las dos semanas de confinamiento se vieron afectados y solo María conserva su empleo con un salario de aproximadamente 580 dólares al mes.
Ella se encarga de los gastos de este hogar, situación que le ha afectado a su estado anímico, ya que debe proveer para pagar alimentación, agua, luz y internet que son las necesidades básicas en un hogar, pero sobre todo, cumplir con las obligaciones en su empleo y con sus hijos.
Los niños de Romero cursan el sexto y tercer grado en la Escuela República de Costa Rica, pero pese a que sus niños tienen computadora en su casa, es difícil porque deben turnarse para utilizarla y cumplir con las responsabilidades de una carga académica que es pesada.
«Hay maestros que envían más de dos asignaciones por día, en mi caso muchas veces mis hijos no entienden los temas y deben de esperar a que yo regrese a casa para ayudarles, así que yo me apoyo de videos o lecturas para poder explicarles.»
También asegura que no existe una interacción directa entre maestros y niños, ya que solo se comunican por medio de grupos de whatsapp con los padres. «Los maestros envían las tareas al chat y a veces nos explican qué se debe de hacer, así que prácticamente somos los padres los que damos clases a nuestros hijos.»
Las falencias de la Secretaría de Educación
Por su parte, el docente Sergio Rivera, considera que lo más grave es que la Secretaría de Educación está siendo conducida por un político entusiasta, ingeniero y sin experiencia en la docencia. «Bueso nunca ha impartido una clase y desconoce cómo se debe manejar la Secretaría de Educación, es por eso que él dice que las evaluaciones realizadas hasta la fecha no serán tomadas en cuenta como válidas, pero a los docentes les exigen informes que muestren que han estado evaluando a los estudiantes».
Sostiene que, a diferencia de otros países, el sistema educativo de Honduras ya estaba en crisis antes de la pandemia, pues tenía grandes problemas de cobertura con más de 900,000 niños y jóvenes fuera de las aulas de clases y con bajos niveles de aprendizaje en matemáticas, español y ciencias.
«Es una irresponsabilidad de la Secretaría de Educación que digan que todos los alumnos están aprendiendo a través de la estrategia que están dando, porque no es así». Agregó que si el Gobierno decidiera que los niños que estudian en el sector público sean ascendidos al grado siguiente «sería mentira, engañar al padre de familia, engañar al niño, decirle que va al siguiente grado sin tener las competencias del grado anterior.»
La educación está en el centro del desarrollo y la democracia. Sin embargo, Honduras es un país que ha presentado grandes brechas de desigualdad y subdesarrollo y la precariedad del sistema educativo nacional es uno de sus principales indicadores. La pandemia llegó a profundizar esa situación y no se vislumbra una salida inmediata, ni la capacidad y voluntad de invertir para superar el problema en el mediano plazo.