Mi abuela en el epicentro del COVID-19

Crecí en el seno de mis raíces maternas. Mi madre y mi abuela fueron las dos mujeres que me enseñaron a caminar por la vida. Ellas se hicieron cargo de mi crianza. Esto es algo que digo siempre ya que me siento orgulloso y agradecido porque creo, de manera firme, que es un privilegio ser criado por mujeres y aprender de ellas. Pasé toda mi infancia escuchando las enseñanzas y, además, las historias de Nana (así es como llamo a mi abuela). Ella es parte de mi vida y hoy extraño mucho su presencia en casa.

Hace unos meses, Nana fue diagnosticada con cáncer de colon y ha tenido que someterse a tratamientos de radio y quimioterapia. Por su salud, tuvo que irse, de manera temporal, a San Pedro Sula. Extraño mucho ir a su habitación, saludarla y preguntarle cómo está y cómo se siente.  Ella ha vivido cosas muy fuertes en el transcurso de su vida, sin embargo, las ha superado, sobre todo ha quedado en paz. La pandemia la encontró en la ciudad con más incidencia de casos positivos de COVID19, con un catéter en su cuerpo, a veces se queja porque le duele o porque le incomoda. Ya casi llega a los cuarenta días de encierro.

Nana tiene 83 años y la noticia de la pandemia le generó tanta curiosidad como preocupación. Creo que no se imaginó jamás que el COVID-19 llegaría tan pronto a Honduras. Ella es una mujer bastante activa y le gusta mantenerse informada y al día con todo, incluso con las redes sociales, que por cierto utiliza de maravilla. Ha leído e investigado mucho sobre el virus, y su interés incrementó cuando se enteró que afectaría más a las personas de la tercera edad. 

Hubo otro momento en su vida en el que recuerdo haberla visto con tanta preocupación: el huracán Mitch. En aquel tiempo era una mujer joven y quizá con más fortaleza física, en relación a ahora, como es normal que suceda con el caminar del tiempo. Ella siempre hablaba sobre las consecuencias sanitarias, económicas y sociales que vendrían después de ese fenómeno natural. Le atormentaba pensar en la situación de muchas familias hondureñas que habían perdido a sus seres queridos, sus viviendas, sus fuentes de trabajo, incluso sus sueños. Hoy su preocupación la hace pensar mucho en nuestra familia, pero también piensa en tantas familias que están sufriendo la falta de trabajo, la falta de sustento de miles de ciudadanos, la falta de condiciones en el sistema sanitario, entre otras cosas. 

Saber que por sus condiciones inmunológicas es aún más vulnerable al virus, me preocupa muchísimo. Mi abuela ha tenido que descontinuar sus sesiones de quimioterapia, que le habían indicado tomar cada quince días, porque el Seguro Social de San Pedro Sula no es un lugar seguro para ella. Para nuestra tranquilidad una de sus hijas y su yerno (a quien ella considera como otro de sus hijos) son médicos, y ellos están tomando todas las medidas necesarias para tratar su padecimiento. Igual que todos en la familia, ella tiene mucho miedo de salir, porque no queremos ni imaginarnos lo que pasaría si llegara a infectarse. 

A pesar de la distancia física, nos comunicamos casi a diario por distintas redes sociales. Hace unos días me contaba que siente que está llevando muy bien el protocolo ante la emergencia, que está tomando todas las medidas, que no sale para nada de su apartamento. Pero también me ha dicho lo mucho que le cuesta no poder salir, ver a otras personas, poder abrazar a sus nietos y a sus hijos, y a la hora de la comida sentarse sola en la mesa. Uno de mis primos (nieto de ella) es quien la acompaña, pero siempre guarda la distancia. Los saludos para ella son a través del cristal de la ventana de su apartamento, no hay abrazos, mucho menos besos para Nana. Esto me quebranta el corazón.

Pasa la mayor parte del tiempo, buscando en qué entretenerse. A través de su iPad lee algunos libros (aunque se queja de que le cuesta leer), le gusta mucho ver Netflix, resolver Sudoku, pero el Facebook y WhatsApp es lo que la mantiene más activa porque la hace sentirse actualizada y, de cierta forma, comunicada. Ella siempre me cuenta que muchas personas y amistades le escriben, otras le envían oraciones que la hacen sentir fortalecida, porque mi abuela es cristiana y muy creyente.

Sé que Nana está siendo muy cuidada. Sin embargo, debo confesar que saber que se encuentra en el epicentro del COVID-19 me genera preocupación. Saber que nos extraña y que también sufre por no estar cerca de quienes la amamos me duele profundamente. Hoy, en medio del vacío que deja por su ausencia en casa, siento que quiero agradecerle y compartir con ustedes el amor y la admiración que siento por ella. Una mujer resiliente, hermosa, empoderada, que luchó por el bienestar de su familia: esa es mi abuela.

Por suerte, en nuestra familia hemos tenido la oportunidad de retribuirle todo su amor y lucha con nuestros cuidados. Pero también lamento tanto que haya muchos adultos mayores a quienes, el Estado y parte de la sociedad, han sumergido en el olvido, eso es inhumano. En esta crisis del COVID-19 los «abuelos» son parte de la población más vulnerable y, a pesar de eso, el gobierno de Honduras no ha presentado ninguna medida concreta para beneficiarles.

Ya quiero que llegue el día en que pueda ver de nuevo a Nana. Ese día nos sentaremos a comer juntos, y podré darle los besos y los abrazos que por ahora están prohibidos.

Sobre
Ricardo Soto Castro, Tegucigalpa, marzo de 1,987. Abogado.
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Escritora, no labora en Contracorriente desde 2022.
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2 comentarios en “Mi abuela en el epicentro del COVID-19”

  1. Me encantó leer tanto amor y admiración para su Nana. Dios es un Dios de milagros el la guardará y sacará. Todas las bendiciones del cielo , Mi cariño y respeto para doña Olga Doris.

  2. Ricardito, como cariñosamente le llamo desde siempre, es un ser humano excepcional, me llegan al alma sus sentimientos traducidos en letras, cuanto amor envuelven sus palabras hacia su Nana, ese vínculo entrañable cada vez más se fortaleza sin importar las condiciones y la distancia! Gran profesional, hijo ejemplar, yo lo amo!!! Abrazos y besos mi Reicardito!’n

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