Los periodistas somos seres humanos. Sentimos, tenemos creencias, los códigos con los que crecimos quedan plasmados en lo que escribimos; en nuestro trabajo hacemos llamados a la acción, implícitos o explícitos. Los hacemos. Y sí, es verdad, tenemos contradicciones, debates internos, crisis existenciales, tenemos posiciones políticas e individualmente nos ponemos etiquetas, nos asumimos como actores políticos, pero ¿podés ser periodista y activista al mismo tiempo?, ¿qué nos suena mal en la pregunta?
En Contracorriente somos un equipo pequeño y diverso, individualmente cada quien se asume como quiere y participa en actividades fuera del horario laboral que refuerzan el compromiso que ha adquirido, siempre y cuando no transgredan los principios éticos. Sin embargo, como medio contamos con una política de conflicto de interés, cada quien lo sabe y aunque debatimos enfoques, posiciones y análisis sobre lo que reporteamos, lidiamos con esas contradicciones cuestionándonos y aferrándonos al mandato principal de nuestro oficio: verificar, apegarse a los hechos, cuestionar.
Comenzamos este texto con esta reflexión por las recientes acusaciones contra Martín Rodríguez Pellecer, director del periódico digital Nómada de Guatemala, un medio con el que hemos compartido espacios de periodismo independiente y también temas comunes. Además de condenar las acciones de acoso que denunciaron colegas en contra de Rodríguez en una investigación de la escritora Catalina Ruiz Navarro, editora de la revista Volcánica, esto nos hace interpelar nuestro papel como periodistas independientes con una agenda muy comprometida con los derechos humanos, sobre todo con los derechos de las mujeres y la población LGTBI.
Los testimonios recogidos por Ruiz Navarro indican acciones graves contra mujeres que no solo eran colegas sino, en algunos casos empleadas o exempleadas de Rodríguez. Siendo el respeto a los derechos de las mujeres un principio ético de Nómada, la falta a este representa lo que en otros medios, por ejemplo, sería romper la regla de no recibir dádivas de funcionarios, negociar con la noticia o falsear información. Sin embargo, este caso va más allá, porque el periódico fue fundado como feminista por el director, Martín Rodríguez, quien se proclama como tal.
Si ya ha causado molestias que los hombres que están en un proceso de construcción de nuevas relaciones interpersonales, conscientes de sus privilegios patriarcales, se asuman feministas o aliados, de alguna manera también causa molestia que los periodistas pretendan apropiarse de ese papel solamente porque se coloca en un plan de cobertura una cuota de género o porque le da una imagen fresca al medio, open mind.
En 2014, Martín Rodríguez en una entrevista con la DW, en el marco de una conferencia llamada «Informantes, activistas, periodistas: ¿es el periodismo de apología el periodismo de la era digital?», habló de cómo había salido de su antiguo trabajo como director del periódico digital Plaza Pública de la Universidad Rafael Landívar y estaba creando un nuevo medio (Nómada) con el gran reto de demostrar que aún se puede hacer periodismo con rigor «nosotros que somos explícitos sobre nuestra ideología».
«El periodismo a pesar de ser explícito con sus visiones de mundo, debe diferenciar del activismo en las cuestiones básicas del oficio, el periodismo es escéptico y quiere contar la vida y la sociedad. El activismo es cambiar el mundo y ambos deben estar separados aunque se necesiten el uno al otro», dijo entre otras cosas.
Nómada fue anunciado en su web como: «Y somos feministas, pues activamos por la igualdad de derechos entre mujeres y hombres».
Ese mismo año, Emma Watson, nombrada embajadora de buena voluntad para ONU Mujeres, hacía famosa la campaña #HeForShe, que empoderaba a los hombres a tener un discurso y acciones de igualdad con las mujeres, a pensarse también como víctimas del patriarcado y buscar una reconstrucción de sus actitudes de vida machistas. Sin duda, esto generó una especie de moda en la que muchos hombres se asumieron feministas sin cambiar sus actitudes, pero perfeccionando un discurso que los acercaba cada vez más a puestos de poder, incluso en espacios por los cuales las mujeres han peleado toda la vida. Hombres apropiándose de la lucha feminista y aprovechándose de sus privilegios, depredando. La caricatura que surgió poco después: Nacho progre, satiriza perfectamente esta situación.
El periódico Nómada está formado por un equipo de periodistas talentosos, hombres y mujeres que han investigado la violencia sexual y que han revelado corrupción en el Estado, que han hecho un periodismo necesario para el país y la región. Pero ahora, con estas acusaciones, no es solo Martín Rodríguez el que paga, también el medio entero por el hecho de haberlo construido sobre una base de activismo que simplemente resultó ser un trampolín para captar audiencias y entrar en la dinámica de campaña que organismos internacionales apoyan incondicionalmente, algo que se centralizó en la figura de su director, como principal representante del medio, su cara pública más reconocida y su principal activista.
La incoherencia del director terminó golpeando al medio porque el medio se asumió institucionalmente como estandarte de ese activismo. Martín Rodríguez podía haberse declarado activista, no el medio, también pudo haberse declarado feminista y, sin aprovecharse de su privilegio, haber hecho lo que la carta abierta a los hombres feministas publicada en Pikara Magazine dice: «Parar, Retroceder, Callar, Hablar con otros hombres. Ser coherente».
En una consulta a través del Consultorio ético de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, la periodista Mónica Gonzáles, defensora del lector del periódico digital El Faro de El Salvador, respondía a la pregunta sobre qué tan ético es ser activista y periodista diciendo que:
«Las consecuencias de las violaciones a los derechos humanos en nuestros países son tan masivas y dramáticas, que se hace difícil mantener la debida distancia que debemos establecer como periodistas frente a hechos de esa naturaleza y magnitud. Más complejo aún mantener a raya nuestras emociones. No obstante, y precisamente por la enorme tarea que implica mostrar a los ojos de todos a los responsables de esas violaciones y cómo se expresa en el plano humano el balance de muerte y destrucción que dejan en las personas, es imprescindible hacer un esfuerzo mayor y chequear esas informaciones con una cuota doble de rigor… Distinto es lo que cada periodista podrá hacer como individuo, en el plano estrictamente personal o cuando expresa su opinión en una columna en que queda meridianamente claro que lo que allí se expresa es su opinión personal».
Los periodistas que vivimos en los países que reporteamos, sin duda somos golpeados emocionalmente por lo que cubrimos. Las mujeres periodistas que además reporteamos en medio del acoso de nuestras propias fuentes, colegas, compañeros de redacción, jefes o subalternos, funcionarios públicos, policías y militares, nos podemos llenar de ira, pero buscamos mecanismos para sacarla y seguir haciendo el trabajo porque ese es nuestro aporte. Las personas que se dedican al activismo son una fuente muy importante para quienes hacemos periodismo con una agenda de derechos humanos, los buscamos, los entrevistamos y hasta los cuestionamos, y respetamos su trabajo, su apuesta de vida, ¿por qué querríamos suplantarlos?
En Contracorriente publicamos un reportaje sobre violencia sexual en organizaciones de derechos humanos el mes pasado, pero meses anteriores hicimos también lo mismo con la Policía Nacional. A nosotros nos toca revelar esto esperando que sirva para la reflexión, para crear políticas y protocolos, esperamos eso porque sí, tenemos deseos, pero no nos toca más que revelarlo. No somos protagonistas, no queremos ser el Yo en una crónica periodística, ni los personajes de una historia que solo nos toca escribir, contar, ¿vale la pena poner en riesgo nuestro oficio por ese protagonismo?