El VIH me había transformado en un ente

Mi diagnóstico me llevó a pensar que me encontraba en un vacío legal y vulnerable. Me olvidé que los derechos humanos son universales. A partir de ese momento empecé a conocerlos y a apropiarme de ellos.

Derecho a la confidencialidad de mi serología positiva, derecho a la privacidad, derecho a decidir a quién contarle que tengo VIH, por qué, cuándo y para qué. Entender también que ser visible (persona que cuenta pública y abiertamente que tiene VIH) no me obliga a renunciar a ese derecho, el de la confidencialidad; derecho a acceder a mi tratamiento antirretroviral, ese que me ayuda a sobrevivir, derecho a querer tomarlo o no, derecho a cambiar de tratamiento cuando el actual me genera efectos secundarios, derechos y más derechos que muchas veces la culpa, la eclesiástica culpa, nos hace olvidar.

Pero también tenemos derecho al placer. Al placer que nos da el sexo, el disfrute que nos da follar con otras personas independientemente de su identidad sexual y de género; independientemente de nuestras genitalidades porque sí, señoras y señores, el placer del sexo es un derecho humano.

El primer derecho que intentan quitarnos cuando nos enteramos que tenemos VIH. Recuerdo que desde que conocí que tengo el virus estuve exactamente 9 meses sin tener relaciones sexuales. Todo un parto. Me desconocía. Soy joven y por naturaleza siempre tuve una vida sexual activa, pero desde que el virus llegó a mi vida me convertí en una especie de eunuco que no tenía deseos sexuales y el libido había sido anulado por completo. No existía método afrodisíaco capaz de resucitarme.

La culpa estaba ahí, merodeando y recordándome que, por coger, por permitirme disfrutar del cuerpo del otro, por fundirnos en orgasmos, esos que la iglesia considera pecado, me infecté de VIH. No quería saber nada del coito. Me negaba a toda clase de propuestas que percibía, podían terminar en una cama y ahora que lo pienso a la distancia pienso de cuántos orgasmos me perdí.

Pero los procesos son personales y nadie los vive de la misma manera, aunque es un patrón conductual regular para quienes vivimos con VIH, cerrarnos al sexo y negárnoslo a nosotrxs mismxs porque la sociedad se tomó el tiempo de instalar la idea de que quienes vivimos con el virus, lo contrajimos por promiscuxs, por putos, jotos, putas, por una vida de “libertinaje” y la iglesia, esa iglesia pedófila, hizo lo suyo imponiendo como pecado al VIH, una especie de resultado sodomita que nos merecemos.

Pero nada dura para siempre, incluso algunas ideas como esta, la de no tener relaciones sexuales. Pasaron 9 meses entre mi diagnóstico y la primera gran follada que tuvimos mi vínculo sexual y yo y recuerdo que fue el sexo más rico en tantos meses. Eso sí que me lo merecía después de tantas angustias y tristezas y entonces a partir de allí empecé a entender todo de otra manera. ¿Iba a dejar que un virus de mierda coarte mi libertad? ¿Iba a permitir que la mirada externa se metiera en mi cama y entre mis sábanas a indicarme qué hacer o qué no hacer después de mi VIH? Definitivamente no.

El placer es un derecho que quienes tenemos el virus, nos pertenece. El disfrute de los cuerpos, del propio, del otro, otra u otre, del solo dos o más en una misma cama. Nadie determina qué es moralmente el sexo correcto ni mucho menos cómo alcanzar el placer a través de él. Coger por placer y no solo para procrear es un derecho. La iglesia quiere hijos y más hijos, yo no. Yo solo quiero placer.

El VIH no fue, no es y nunca volvió ser un condicionante. Hay un gran aliado que nos ayuda a poder tener una vida sexual rica y tiene diferentes nombres: condón, preservativo, profiláctico, forro, camisinha, goma. Existen de todos colores, tamaños, texturas y sabores y con él, no existe riesgo de infectarse VIH, ni ninguna otra infección de transmisión sexual y lo mejor: previene embarazos no deseados.

En un contexto como el de Latinoamérica, embarazarse con VIH, no es el problema. El problema en realidad es traer al mundo a alguien que no se deseó en una región donde el derecho al aborto legal, seguro y gratuito se encuentra cercenado por los grupos y partidos conservadores, católicos y evangélicos fundamentalistas. Y en medio de todo esto hay una gran noticia que ya fue confirmada en junio de este año por la Organización Mundial de la Salud, ONUSIDA y que fue anunciada durante la última Conferencia Internacional del Sida en Ámsterdam: las personas con VIH, que estamos bajo tratamiento y con la carga viral indetectable (con menos de 20 copias del virus por gota de sangre) NO TRANSMITIMOS EL VIH DURANTE EL SEXO SIN CONDÓN. Así como lo leen.

Ya no estamos condenadxs al uso eterno del condón. Si tenés VIH y estás en pareja estable con una persona sin VIH y tu carga viral está indetectable, podés follar sin forro que no le vas a transmitir el virus; es un hecho clínico y científico ya probado y demostrado.

Tenemos derecho al placer del sexo, muchachos, muchachas y muchaches con VIH y este es también un derecho humano universal del que no quieren que nos enteremos. Derecho a chupar y a ser chupados, a gozarnos sin miedo, a festejarnos sin culpas, a que el virus no se atraviese por nuestras mentes justo en ese momento en el que estamos por acabar, el instante preciso en donde vamos a explotar en flujos batidos producto de un encuentro acordado, consentido y en la búsqueda del placer. Que nada ni nadie te cargue con una mochila ni que proyecte en vos sus frustraciones. Es que no hay nada más triste que una persona que no puede deleitarse en el placer que nos da el sexo.

Un placer único que creían habérnoslo quitado. Y acá estamos, en el Día Internacional de los Derechos Humanos hablando y enterándonos que el placer del sexo, es un derecho humano y universal.

¿Por qué no follar para festejar? Tengámoslo como opción para hoy.

Sobre
Activista por los DD. HH. de las personas con VIH Miembro de la Red Argentina de Jóvenes y Adolescentes Positivos Miembro de la Red de Jóvenes Positivos de Latinoamérica y el Caribe Hispano
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3 comentarios en “El VIH me había transformado en un ente”

  1. pascual baccaglioni

    El Placer no es un derecho, aparearse sin responsabilidad trae consecuentes nefastas
    Creo que tendrías que hacer una autocrítica y penitencia por no haber hecho de lo que te queda de vida algo mejor. Ahora vivís de subsidios y trabajos si hubieses pensado mejor las cosas estarías sano, estudiando y trabajando. No recibiendo subsidios y siendo una carga para la sociedad.

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