En el mes de la patria el himno hondureño suena en todas las calles, emisoras y canales de televisión. Suenan esas notas musicales y esa frase presagio de Augusto C. Coello: ¡Serán muchos Honduras tus muertos, pero todos caerán con honor!
Cerca del bicentenario de la proclama de independencia solo queda demostrado que el diseño de país responde a una élite que ha consolidado el poder para atropellar los principios de la democracia, para desechar lo que no sirve, para cooptar el Estado. Y el presagio se cumplió, pero a medias porque en Honduras sí son muchos los muertos pero la mayoría caen sin honor, y ésta es la paradoja hondureña.
Honduras está inmersa en una crisis política, social, cultural, moral, de valores y de principios. Una crisis generada por la desigualdad que beneficia a las élites que históricamente han dominado las dinámicas de vida y muerte de estos pequeños países, caricaturas nacionalistas que se alegran al ritmo de bandas de guerra que ensalzan el militarismo, que representan la puesta en escena de la estructura que sostiene el diseño de las élites, primeros los criollos que sostuvieron las nuevas repúblicas y se han transformado en élites nacionalistas.
El Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, indica que de 2010 a 2018, en el país se registraron unos 26 mil 403 asesinatos de jóvenes, de los que el 98% no sobrepasan los 30 años.
En Honduras esta es una realidad insostenible, y sin embargo desde las estructuras de poder que poseen los medios de comunicación, que elaboran los criterios colectivos para cuestionar esas muertes, y justificarlas a toda costa, a todo precio, se insiste en blindar la idea del “todo está cambiando” y que los hondureños se sienten más seguros caminando por las calles de un territorio que produce muertes en serie.
Hay una realidad que viven las juventudes hondureñas, que atravesadas por la desigualdad, se posicionan en una sociedad violenta y victimaria de lo diverso, de lo inconforme.
Estudiantes de educación media y universitaria, jóvenes excluidos y en busca de espacios donde puedan identificarse y expresarse, se hacen llamar hijos del golpe porque la historia que ahora están viviendo, aunque sea parte de un diseño de hace casi 200 años, los ha marcado y los ha lanzado a la calle, una calle hostil, donde los agrede un uniformado, un encapuchado o el vecino.
Según el Observatorio, en lo que va del 2018 unos 400 jóvenes han sido asesinados, la mayoría de ellos eran estudiantes, y habrían participado en protestas contra el gobierno, por diversas razones. Esta situación no es más que un dato para las autoridades, porque más del 90% de estos crímenes permanecen en la impunidad.
El Estado no ha podido garantizarles la vida a estos jóvenes, tampoco se les pudo garantizar mientras vivían en barrios controlados por el crimen, en hogares empobrecidos y violentos, en comunidades sin servicios básicos. Ahora que fueron asesinados, tampoco ha podido garantizar justicia por sus asesinatos. Incluso el Estado ha sido denunciado de ser el principal sospechoso de estas muertes.
La represión, la crisis y las múltiples violaciones a derechos humanos, ha hecho resurgir las denuncias de existencia de escuadrones de la muerte. En el último mes se registraron tres asesinatos de estudiantes, dos en Tegucigalpa y uno en San Pedro Sula, con signos claros de ser ejecuciones extrajudiciales.
En el asesinato de dos jóvenes del Instituto Técnico Honduras de Tegucigalpa, circularon denuncias en las redes sociales, en las que se mostró fotografías previas al asesinato, de una captura de las víctimas a manos de sujetos vestidos con uniformes de la Agencia Técnica de Investigación Criminal (ATIC), las autoridades salieron al paso a desmentir sin tener a mano los resultados de una investigación científica sobre el mismo.
Y casos como éste, muestran el cinismo de las instituciones del Estado que funcionan para quienes tienen poder y son disfuncionales para las víctimas. El hondureño es un Estado cuestionado y acusado por su forma de actuar, y bajo esa realidad los jóvenes siguen inmersos en una dinámica de supervivencia en la que llevan las de perder.
Si hubiera un manual para ser joven, uno de sus numerales diría que cambiar las reglas del juego, ir contra la corriente, ser irreverente son cualidades. Pero en sociedades como la hondureña, cambiar las reglas del juego puede ser mortal. ¿Quién se atreve a rediseñar un país? Los jóvenes, los que se llaman hijos del golpe, los que salen a la calle y en su autenticidad dicen lo que piensan sin pasarlo por un estudio académico o una tesis de universidad, los que sí van a las aulas y los que solo conocen el “morir o matar”, podrían superar con mayor fuerza a las antiguas generaciones que demandaron un cambio estructural del sistema. Ésas son las expresiones juveniles que a 197 años de supuesta independencia, piden una verdadera emancipación política, aunque muchos sean abatidos.