Regreso a casa: La vida después de la deportación a Honduras

Texto y fotografía: Amelia Frank-Vitale

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Desde septiembre de 2017 vivo en Honduras y conduzco mi investigación doctoral sobre la vida que llevan las personas recientemente deportadas. Después de muchos años estudiando la migración de tránsito en México, vine a Honduras para obtener experiencia de primera mano respecto a cuál es la razón que mueve a muchísimos hondureños a dejar su país. En este proceso, me ha sido posible ver cómo aquellos que han sido deportados a Honduras negocian sus condiciones de vida luego de este evento.

Maribel

Ella no sabía que existía un estatus llamado «asilo». Tan sólo sabía que debía huir. Maribel dejó Honduras tres semanas después de ver accidentalmente cómo un grupo de personas se deshacía de un cadáver. Reclutadora de personal para Avon, Maribel realizaba sus rondas en las colonias en los alrededores de Choloma –una ciudad en el norte del país– cuando vio a un grupo de hombres jóvenes cargando bolsas pesadas y grandes. Al principio, no se dio cuenta de lo que estaba presenciando, pero rápidamente pudo percatarse de lo que sucedía. Bajó su mirada y huyó de la manera más rápida y discreta que pudo.

Maribel llama la atención. Es alta para los estándares hondureños y tiene una apariencia bastante distintiva, lleva el cabello decolorado y usa un maquillaje de ojos muy dramático. Es, sin duda, alguien a quien uno muy fácilmente recordaría. Ella no podía estar segura si los hombres se dieron cuenta de lo que vio, pero esto le preocupó.

Una semana después, vio al mismo grupo de jóvenes deambular alrededor de la entrada de la comunidad donde ella y su familia vivían. No había razón para que ellos estuvieran allí. Maribel vivía en una residencial, una comunidad cerrada ubicada junto a una de las fábricas más grandes en las afueras de Choloma. Sin duda, no es una residencial cerrada de clase alta; las casas casi miniatura se localizan apretadas una al lado de la otra. Aún así, sigue siendo un lugar relativamente seguro y no está controlado por pandillas ni por los grupos de crimen organizado que operan en muchas de las áreas colindantes. Ver a estos hombres la aterró.

Después de hablar con su esposo, quien trabaja en la fábrica cercana, Maribel sacó un préstamo por 3 mil dólares, mandó a su hijo de cuatro años para que se quedara con su madre, y partió a los Estados Unidos tan rápido como algún coyote pudo llevarla.

Su esposo se quedó. Su trabajo en la fábrica había sido tan difícil de conseguir como para que él también se fuera y entre los dos pensaron que él no estaba directamente en peligro. Maribel sospechaba, por buenos motivos, que los chicos con el cuerpo eran miembros de una mara, una de las pandillas callejeras criminales que se han vuelto muy comunes en América Central. En los barrios pobres alrededor de Choloma, las diferentes maras se enfrentan en violentas disputas de territorio, ganándose la vida por sofisticadas redes de extorsión, tráfico de drogas, narcomenudeo y, en algunos casos, el sicariato. El Presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, ha alardeado de una supuesta gran reducción del crimen desde que tomó el mando en 2014, sin embargo, la realidad en Choloma no ha experimentado, hasta ahora, este casi milagroso cambio de rumbo.

Con una población que ronda los 350 mil habitantes, Choloma se convirtió recientemente en la tercera ciudad más grande de Honduras. Casi la mitad de sus habitantes se considera flotante, habiéndose instalado en la ciudad desde cualquier otra parte del país. Esta ciudad en crecimiento se conforma de 83 colonias, muchas de las cuales empezaron como asentamientos informales que fueron, eventualmente, reincorporados a la municipalidad.

En 2012, cuando Honduras apareció en la prensa internacional como el país con la tasa más alta de homicidios en el mundo, Choloma tenía un promedio de 78.3 asesinatos por cada 100,000 habitantes. Esto es alarmantemente alto, pero aún así está bastante por debajo del promedio nacional en aquel tiempo era de 93 por cada 100,000 personas. Para 2016, sin embargo, mientras el gobierno  alardeaba de haber disminuido esa proporción a un estimado de 42 por cada 100,000, la tasa de asesinatos en Choloma se incrementó hasta 96.2. Según las estadísticas manejadas por la Policía Nacional, en Choloma se reportaron 220 homicidios en 2017, además de 46 personas heridas por armas de fuego. Choloma se ha vuelto, de esta manera, la municipalidad con la tasa de homicidios más alta en el Valle de Sula, sobrepasando a San Pedro Sula, que fue la ciudad más violenta del mundo en 2012.

Mucha de la violencia de los años recientes puede atribuirse a la extorsión despiadada y a disputas sobre el control del territorio entre las maras, cárteles de droga y grupos de asesinos a sueldo. Ubicada entre San Pedro Sula (la capital económica de Honduras) y Puerto Cortés (el puerto más grande de Centro América), en Choloma se encuentran muchas de las maquilas del país –como aquella donde el esposo de Maribel trabaja. La ubicación de la ciudad es estratégica tanto para la exportación industrial como para los grupos de crimen transnacional que operan en la región. Después de importar cocaína y otras drogas a los departamentos orientales de Honduras, los grupos mueven su cargamento a través del país, haciendo uso de la carretera principal para llegar al norte de Guatemala y México– la misma carretera que atraviesa el municipio de Choloma.

Las maras y los cárteles de droga se intersectan y superponen en Choloma, pero tienen distintos objetivos, estructuras organizacionales, y relaciones con las autoridades y la comunidad. A veces trabajan juntos, pero a menudo entran en conflicto. En la colonia López Arellano de Choloma, muchos residentes recuerdan el periodo dominado por los cárteles de droga como el de más calma y seguridad. Cuando el cártel llegó a la colonia hace unos cuatro o cinco años, asesinaron a la mayoría de los mareros y dejaron en claro que no tolerarían la existencia de otros grupos. Su interés estaba en conservar un perfil bajo y en habilitar la venta y circulación de drogas. Los homicidios disminuyeron dramáticamente. Esta época de «paz» duró unos pocos años, hasta que los líderes del cártel fueron atrapados y encarcelados. Desde allí, nuevos grupos han comenzado batallar por el control del territorio y el mercado de drogas, de manera que los homicidios están aumentado nuevamente.

Frente a esa realidad, Maribel optó por el único camino que tenía hacia la seguridad: cruzar México con la esperanza de llegar a los Estados Unidos. Tuvo suerte. No sufrió en México. Su coyote resultó ser una persona amable, responsable y bien conectada que se aseguraba de que sus clientes llegaran a la frontera estadounidense sin ningún incidente. Después vendría lo más complicado: en medio de su trayecto por el desierto de Texas, fue detenida por agentes de la patrulla fronteriza, «la migra». Maribel se sintió destrozada al ser detenida porque temía a la deportación.

A Maribel le preguntaron si tenía miedo de regresar a Honduras. «¡Sí, sí!», respondió ella de manera tajante. Ella no sabía en ese momento, pero aquella respuesta la envió a un sistema paralelo. Su deportación se suspendió mientras esperaba para que un oficial de asilo determinara si su temor era o no creíble. Si lo era, ella entraría en un largo proceso para solicitar asilo en los Estados Unidos.

Después de dos meses de estar detenida en cuatro centros diferentes de ICE (Immigration and Customs Enforcement), el pedido de Maribel fue desestimado y la deportaron de vuelta a Honduras. Aún ella no entiende del todo porqué su solicitud fue rechazada, pero nunca tuvo un consejero legal que le pudiera explicar el proceso y la mayoría de los documentos que le fueron entregados estaban en inglés, idioma que es incapaz de leer. Es muy posible que su explicación de la amenaza que sufría no encajara en una de las categorías determinadas para ofrecer asilo.

En Estados Unidos, las peticiones de asilo se adjudican tomando en cuenta la siguiente fórmula: la persona que busca asilo debe demostrar no sólo que teme por su vida, sino que su vida está en peligro debido a su raza, su religión, su nacionalidad, sus opiniones políticas, o su pertenencia a un grupo social determinado.

La categoría final es amplia y ambigua, pero ha llegado a significar dos cosas en procedimientos de asilo: la pertenencia a un grupo determinado se basa en características inmutables y en que es, a su vez, visible. Sin embargo, el tipo de violencia de la que Maribel huye –como muchas otras más en América Central– no encaja en estas categorías. Muchas peticiones de asilo son denegadas no porque el juez dude de la veracidad del miedo del solicitante, sino porque la rúbrica para ofrecer asilo no refleja la realidad actual de inseguridad generalizada y de violencia pandilleril.

Existe algún precedente para sugerir que esto podría estar cambiando, dado que los centroamericanos, especialmente las mujeres y los menores que escapan de la violencia doméstica y de la de pandillas, han convencido a algunos jueces de su «miedo bien fundamentado de persecución». La mayoría de los hondureños buscando asilo en los Estados Unidos, sin embargo, han tenido sus solicitudes rechazadas. En 2016, el año en que Maribel le dijo a los agentes de inmigración que tenía miedo de retornar a Honduras, 1505 hondureños obtuvieron asilo. Mientras tanto, 21 mil 891 hondureños –entre ellos Maribel– fueron «removidos», o forzosamente deportados por agentes de inmigración de los Estados Unidos, mientras que otros 646 «se retornaron», es decir, se fueron por su cuenta para evitar ser removidos.

Foto: Diario La Prensa

Franklin

Un día, mientras estaba en mi apartamento en San Pedro Sula, recibí un mensaje de texto muy temprano:

–Tendré que salir del país mi vida corre riesgo aquí.

–¿Cuándo se va? –Respondí.

–Mañana. –Me contestó. –Si dios aún me tiene con vida.

Franklin había sido deportado desde los Estados Unidos el año pasado. Se había ido de su país cuando tenía 15 años. Ahora, a los 22, estaba de vuelta y determinado a hacer una vida en Honduras. Antes de ser deportado, mientras estuvo preso en los Estados Unidos, había aprendido lo básico de barbería y sentía que tenía habilidad para ello. Encontró un lugar en su colonia de Choloma y montó una pequeña barbería. Su padre, quien es albañil, lo ayudó a construir la estructura. Los precios de Franklin eran bajos, sus habilidades buenas y la ubicación del local era perfecta. Rápidamente, tuvo una clientela leal. Conoció a una joven que trabajaba en un salón de belleza. Se comprometieron y ella lo ayudó a manejar las cuentas del negocio. Soñaban con abrir un negocio juntos algún día, en el centro de San Pedro Sula o en algún centro comercial. Todo parecía estar encajando.

Franklin lleva algunos tatuajes de su tiempo en los Estados Unidos. Se pavonea, además, como alguien que había crecido en una ciudad estadounidense. Tan pronto llegó a Choloma, fue advertido de que su presencia podría traer problemas. En febrero, recibió un mensaje de la Mara Salvatrucha (MS-13) diciéndole que debía tener cuidado, ya que eran ellos los que controlaban las cosas en el barrio. Él les dejó claro que no pertenecía a ninguna pandilla, que no estaba tratando de formar ninguna pandilla, y que tampoco estaba interesado en pertenecer a alguna de ellas. Las amenazas bajaron. Su negocio parecía ir bien. Trabajaba siempre, 12 horas al día, seis o siete días a la semana, sin dejar pasar la oportunidad de ofrecerle a algún cliente un corte de pelo por sólo 40 lempiras.

En marzo, sin embargo, Franklin recibió una amenaza de muerte de uno de los carteles de droga en Choloma. No había forma de escapar de los problemas esta vez. Hizo preparativos para dejarlo todo tan rápido como fuera posible. Juntó unos pocos lempiras, se despidió de sus padres, hermanos y novia, y dejó el país al día siguiente, tomando una serie de buses a la frontera de México con Guatemala. Apenas logró salir de Honduras.

Franklin me contó después, ya estando en México, que la noche antes de que partiera, los miembros del cártel que lo amenazaron asesinaron a alguien más pensando que era él.

Franklin subió por México hacia los Estados Unidos. No tenía el dinero para un coyote, así que se trepó a la bestia, volviéndose así uno de los cientos de miles de centroamericanos que usan este circuito infame de trenes de carga para atravesar México cada año. Su novia le enviaba dinero algunas veces para comida o para pasar la noche en algún hotelito barato. Luego de más de un mes, consiguió entrar en los Estados Unidos. Ya en Texas, me contactó. Le pregunté si solicitaría asilo. Él me respondió que no, ya que había sido deportado, no quería arriesgarse a volver a ir a prisión por reingresar. Franklin sólo busca pasar desapercibido, encontrar un trabajo como barbero, y esperar hasta que las cosas en su país cambien.

Ni Franklin ni Maribel consideraron alguna vez acudir a la policía. Esto es muy común en Honduras, pues la policía es ampliamente conocida por ser uno de los cuerpos policiacos más corruptos del hemisferio. La Policía Nacional ha sido, desde hace mucho, asociada con el crimen, la corrupción y la violencia, y muchos policías de alto rango han sido acusados de trabajar directamente con las maras.

En 2016, el Presidente Hernández conformó una «comisión de limpieza» en la policía para enfrentarse a una corrupción endémica. Si bien estalló al principio, la depuración eventualmente sí pasó. Aproximadamente 4,000 oficiales de policía –incluyendo generales y otros oficiales de alto mando– fueron suspendidos o despedidos de la fuerza policial. Es cierto que hoy muchos hondureños piensan que la policía es más confiable, sin embargo, algunos piensan que, con la depuración, fueron los policías honestos los que salieron.

Tal vez tengan razón. Recientemente, la agencia de noticias Asociated Press reportó que el nuevo comisionado de la policía nacional, José David Aguilar Morán, ayudó a garantizar el pase seguro de casi una tonelada de cocaína desde la ciudad puerto de La Ceiba hasta la casa de un traficante recientemente convicto. Haciendo eco del sentir popular, la anterior jefa de la división de asuntos internos de la policía le dijo a AP que las reformas y depuraciones en la policía eran un fracaso, que «eran más una fuente de protección oficial para las personas que habían estado vinculadas al tráfico de drogas».

Incluso si pudiese confiarse en la policía para actuar como agentes de ley y orden, un mero 1 por ciento de los homicidios de las ciudades más grandes de Honduras concluyeron en condena. Existe muy poco incentivo para que las víctimas de amenazas y los testigos de actos violentos acudan a la policía. Hay, sin embargo, amplias razones para desconfiar de ellos.

Foto: Historia de Honduras.

Omar

El hecho de que el gobierno hondureño publicara sus avances en cuestiones de seguridad significa un nuevo reto para algunas personas que buscan asilo. El mes pasado, Omar, un hombre de 22 años con un cabello perfectamente peinado y un pequeño espacio vacío entre sus dos dientes de enfrente, intentó pedir asilo en los Estados Unidos. Omar es de otra colonia en Choloma. Huía de un área con mucha violencia pandillera, donde la mara local lo estaba presionando para que se una. El oficial de asilo le dijo, no obstante, que el gobierno de Honduras «tiene el problema bajo control».

Alrededor de una semana después de que Omar llegó deportado a Honduras, su hermano menor y su madre, María, fueron testigos del asesinato del hijo de una vecina. El joven iba a visitar a su madre, y la pandilla que controla la zona no lo reconoció. María colocó sus manos sobre sus labios para evitar gritar, mientras su hijo de 19 años le decía que guardara silencio. Mirando todo desde su casa, se atormentaba pensando que su vecina, una mujer que había conocido por años, no sabía aún que su hijo estaba muerto.

Posteriormente, el cuerpo fue «encontrado» cuando los asesinos retornaron a la escena y lo señalaron. Sólo en ese momento, con los vecinos reunidos y la familia identificando el cadáver, alguien le preguntó a María «fue tan cerca de tu casa, ¿no escuchaste los disparos?». «No», respondió ella, «estaba viendo televisión. Y cocinando. Y hablando con mi madre en el teléfono. No escuché nada». Su hijo asintió con la cabeza.

Este asesinato nunca apareció en las noticias, dijo ella. La policía ni siquiera llegó para registrarlo. Omar, mientras tanto, trata de decidir si vuelve a partir o no. Él sabe que esta vez, por ya tener una petición de asilo rechazada, tendría que escabullirse por la frontera y vivir en los Estados Unidos indocumentado. Estaría expuesto a ser deportado, igual que Franklin, pero al menos su madre no se preocuparía de que lo maten en el traspatio de su casa.

De quedarse en Honduras, estaría condenado a una vida limitada. Muchos jóvenes en el área de San Pedro Sula me han mencionado que la única manera de permanecer a salvo en sus barrios es dejar su casa lo menos posible, sólo durante el día, y nunca solos. Héctor, un hombre joven que ha sido deportado cuatro veces, describió su vida en su barrio como «encuevada».

Para jóvenes como Omar y Franklin, la única manera de sobrevivir está en dejar el país. Ser reubicados en Honduras no es una opción. Omar vive en un área controlada por la pandilla Barrio 18. Si abandona su colonia para escapar del reclutamiento forzado, no podrá luego reinstalarse de manera segura en otra colonia controlada por la 18.

Si Omar intenta establecerse en un barrio controlado por la banda rival, la Mara Salvatrucha, inmediatamente se convertiría en un blanco, por la sencilla razón de haberse trasladado desde la zona de los rivales. En efecto, todas las periferias urbanas densamente pobladas de Honduras son zonas prohibidas.

Honduras, sin embargo, es mayormente rural. Con una población de más de nueve millones, el 55 por ciento de las personas viven en ciudades. Reestablecerse fuera de los centros urbanos, no obstante, es difícil. Existen pocas oportunidades para trabajar, de allí el constante flujo de personas de zonas rurales hacia lugares como Choloma. Personas de Tegucigalpa, San Pedro Sula, Choloma, y otras ciudades son vistas con sospecha si no tienen lazos familiares en el área. Pobladores de Intibucá y Lempira –dos departamentos rurales y grandes– con los que conversé mencionaron que algunos pueblos han prohibido a personas de fuera mudarse ahí, por el miedo de que puedan traer con ellos a las maras.

Omar, Franklin y Maribel enfrentan una encrucijada. O bien corren el riesgo de ser blancos en Honduras o tratan de escaparse de vuelta a los Estados Unidos y mantenerse fuera del radar de los oficiales de inmigración. Franklin tomó su decisión: casi dos meses después de dejar Honduras, me envía una foto en la que aparece trabajando en una barbería en Estados Unidos. Omar se retuerce de sólo pensar que podría ser detenido nuevamente, aún sabiendo que no puede permanecer en la casa de su madre. Por ahora, vive con su pareja, esperando no estar poniéndola a ella o a su familia en riesgo. Maribel me dice que, más que cualquier cosa, está profundamente decepcionada de su país. Ella preferiría permanecer en Choloma, llevar a su hijo al parque y tal vez obtener un título en psicología. Tiene sueños grandes, dice, pero no está segura de que los pueda alcanzar en Honduras.

NOTA: Este artículo tiene Copyright y fue publicado con el permiso de Duke University Press  donde Amelia Frank-Vitale publicó publicó originalmente la pieza en inglés: “Home in Honduras: Snapshots of life after deportation,” en World Policy Journal, Volume 35, no. 2, pp. 112-117. Copyright, 2018, World Policy Institute. All rights reserved.

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Sobre
Amelia Frank-Vitale es doctora de antropología socio-cultural, enfocada en temas de migración, deportación, violencia, y resistencia. Actualmente es un Postdoctoral Research Fellow en el Programa de Estudios de América Latina de la Universidad de Princeton.
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4 comentarios en “Regreso a casa: La vida después de la deportación a Honduras”

  1. César Augusto Ramos Mendoza

    Excelente artículo Amelia, gracias por reflejar parte de nuestra difícil realidad en Honduras, contrario a las falsedades que el gobierno intenta imponer sobre todo fuera de nuestras fronteras. El artículo muestra la realidad de vida cotidiana de nuestra población humilde, pobre y sencilla, de barrio abajo. Sin duda en medio de ese viacrusis, incertidumbres y frustraciones, nuestra gente sigue teniendo esperanza en poder alcanzar algún día una mejor condición de vida.

  2. Gracias Amelia por el interés que ha puesto en este trabajo y por la forma valiente en que plantea el problema migratorio.

    Felicidades por su buen trabajo.

  3. Gracias Amelia por tu gran aporte en visibilizar la realidad que el gobierno intenta tapar cuando está recibiendo mucha plata de los EE.UU y de otros paises, para continuar con la militarización de la sociedad. y lo otro es que cuando ya recibe menos comienza a crear otro caos en el País para justificar mas pedidos o ayudas. no tarda en pedir mas plata para dicese atender deportados y que no se vuelvan a ir etccc. es un gobierno que aprovecha al Estado para enrriquecerse a costa de la violencia, sus falsos programas de atencion etc… con la ayuda internacional.

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