El lunes previo al día de la toma de posesión se escuchaban por todas partes las amenazas de manifestaciones, intentos de paro nacional y toma de carreteras. A dos meses de haber celebrado las elecciones generales en Honduras, las protestas en contra del presidente actual – quien además será el siguiente también – no cesan a pesar de lo mucho que ha disminuido su intensidad y su constancia.
Salí a hacer un par de mandados y siempre tuve la sensación de que me observaban; me sentía culpable por no poder unirme a las manifestaciones de ese día, era como si todos los demás se dieran cuenta y me reclamaran. Cuando mi faena terminó, caminé una calle en dirección hacia el boulevard Suyapa buscando un taxi que me trasladara a mi destino; de muy mala gana me senté en medio del asiento trasero, rogando para que mis acompañantes bajaran los vidrios de sus ventanas y así no morir de calor en una ciudad acelerada y nerviosa. Una vez en marcha, llegamos hasta el ya muy conocido semáforo ubicado en la intersección cercana a Casa Presidencial. Un grupo de personas, con megáfono en boca, nos recordaban la necesidad de gritar en la calle para evitar que se consume el fraude electoral. Pude ver las expresiones dibujadas en las caras de mis acompañantes, eran esos gestos a los que alguna vez hemos expresado nuestro malestar, ya deberíamos estar acostumbrados, pero que seguimos sin poder tolerar. Nadie decía nada, el lenguaje corporal lo hacía todo.
Cuando por fin logramos salir del atolladero en el tráfico, el primero en hablar fue el conductor.
-Ya quisiera yo andar allí, pero vivo en un país en el que, si dejo de trabajar un día, no como.
Me pareció curioso que fuera precisamente él quien mostrara la mayor señal de apoyo, dado que, trabajando como taxista, sus ingresos se ven directamente afectados por la toma de calles.
-Tengo dos hijas universitarias y me da mucho miedo que de seguir la situación como esta, que yo no pueda continuar pagando su educación.
La señora rubia sentada a mi lado derecho pareció prestarle atención por primera vez. Se unió a la conversación para decir que ella apoyaba las manifestaciones, pero que no estaba de acuerdo con la violencia y los actos delictivos. Por supuesto se mencionó la tragedia que suponía el daño material del que fue víctima recientemente un hotel capitalino.
-Pero es que nada se ha logrado sin el correr de la sangre — le contestó mi héroe taxista. Continuó explicando que hasta antes del golpe de estado en 2009 él era “cachureco” y que lo era porque sus padres se lo inculcaron. Luego habló de un despertar de conciencia colectivo y me vi muy atraída por esa selección de palabras; de cómo él trataba que sus hijas votaran siempre con responsabilidad, de cómo se había tomado por lo menos un par de horas libres para poder ir a manifestarse semanas atrás y de cómo siempre que podía, platicaba con sus pasajeros para así compensar el tiempo que no podía ir a marchar.
La señora rubia le interrumpió esta vez para argumentar que este no era el primer presidente corrupto que teníamos y que este no era el único país donde se daban los robos masivos, los fraudes electorales y el asesinato de gente inocente en nombre de la política. Yo estaba a punto de contestarle cuando mi héroe una vez demostró que quien trabaja en las calles, vive más.
-Que esto ya se haya dado antes no significa que debamos permitir que continúe.
Yo debía bajarme en la siguiente esquina. No quería hacerlo, quería seguir escuchando a aquel hombre con las manos gastadas y las piernas cansadas de conducir. Al de la voz contaminada de gritos e insultos cotidianos, misma voz que imaginé gritando muy fuerte la consigna que ya todos sabemos.
1 comentario en “Trabajo en la calle, luego existo”
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