Mientras el repudio contra el fraude electoral se intensificaba en Honduras, apareció el fantasma desmovilizador, un fantasma que tarde o temprano iba a llegar y en esta ocasión fue acompañado por el gobierno de Estados Unidos y la ahora fragmentada cúpula de la Alianza de Oposición.
Este cierre de semana fue fundamental para la crisis política que vive el país, en la mañana del viernes se dio el primer movimiento: el gobierno norteamericano publicó su postura de reconocimiento y felicitación a Juan Orlando Hernández como ganador de las elecciones, el segundo movimiento lo hizo Salvador Nasralla quien en comparecencia ante medios de comunicación renunció a la Alianza y de paso a su lucha por revertir el fraude y ubicarse en la presidencia, el tercer y último movimiento fue a cargo de Manuel Zelaya quien en conferencia de prensa aceptó la renuncia de Nasralla y dijo que ahora hay que continuar con la lucha pero dando a entender que lo harán bajo otro objetivo: hacer oposición al nuevo gobierno de Hernández ,que ahora más que nunca parece irreversible.
Tanto es el poder e injerencia de Estados Unidos que solo bastó un tweet de la encargada de negocios, Heide Fulton para que se definiera el destino de la actual crisis. A partir de allí, los dirigentes de oposición tomaron decisiones que ahora dejan con dudas y desconfianza a la población que rechaza el fraude.
Con estos acontecimientos y la evidente paralización que generó en las protestas callejeras, las dudas sobre lo que pasará mañana se disipan y todo apunta a que hay de nuevo un ambiente de derrota. Un posible escenario es que la población entre en un periodo de desilusión moral y otro que sigan apostándole con la intensidad de las manifestaciones de los últimos días, sobrepasando los límites de su dirección partidaria.
En la calle la gente deja clara su intención: rechazo, incredulidad y crítica al gobierno de Estados Unidos y a la misma Organización de Estados Americanos (OEA) y por otra parte su disposición de seguir en la calles hasta que se revierta el fraude y que por primera vez en la historia se respete la voluntad popular.
Así como sucedió en el pasado con el golpe de estado y en 2015 con las movilizaciones de indignados, los dirigentes no le consultaron a sus bases, y aceptaron nuevamente la derrota, en esta ocasión de forma diplomática a pesar que la mayoría se niega a hacerlo en las calles, porque se sienten con el poder de derrotarlo a través de la movilización y no por medio de reuniones con la diplomacia internacional.
Sin embargo también hay cansancio, más de 30 muertes, batallas perdidas contra la fuerza militar y varios detenidos, hace que la gente se replantee seguir peleando en las calles cuando las soluciones se buscan en Washington.
El futuro inmediato se dibuja al calor de las celebraciones de navidad y año nuevo y bajo una decisión determinante del pueblo hondureño, con esto se conjuga el inicio de diálogo promocionado por el gobierno, avalado por sociedad civil, las iglesias y los medios de comunicación tradicionales.
Este futuro inmediato también se dibuja con una Alianza fraccionada como actor secundario, que deja por un lado a Nasralla y sus vigentes esperanzas en que la OEA repita las elecciones y por un Mel Zelaya que ahora no le queda más que replantear la lucha para enfrentar las políticas del mismo gobierno de los últimos ocho años y que ha tenido a la cabeza a Hernández.
Como tercer actor y fundamental en este futuro se encuentra la gente, que reclama y llama a cumplir la tarea de jugarse su independencia, jugársela a tal punto de lograr autonomía de los organismos internacionales, y ahora de sus propias conducciones, que una vez más los han traicionado prometiéndoles una nueva oportunidad de luchar pero ahora para oponerse a un gobierno que es ilegítimo y no para evitar su instalación y continuidad.
La gente volvió a quedar sola, abandonada por los organismos internacionales, abandonada por su conducción, abandonada por una institucionalidad que no respondió a su voluntad, con el reto de demostrar que su indignación y su reclamo no fue por líderes políticos, sino por la necesidad de cambiar las reglas del juego, reglas impuestas por Estados Unidos, por los grupos de poder y por los mismos caudillos que son incapaces de luchar junto a ellos porque en sus planes no están desagradar al poderoso gobierno norteamericano.