Violencia: un fantasma que tenemos en común

Honduras es uno de los países más violentos del mundo, pero hay una ciudad que supera las cifras nacionales: San Pedro Sula. Este es un relato de la violencia “común”, que no debería serlo.

Desde niño me gustó visitar San Pedro Sula. Viniendo de Tegucigalpa, me sorprendía la organización de sus calles, me encantaba su cercanía con el mar, también sus centros comerciales e incluso su clima. San Pedro Sula es una ciudad de contrastes, a veces parece una ciudad con mucha alegría, pero también se ve manchada por la violencia y la inseguridad. Me tocó vivir allá, pero mi familia decidió regresar a Tegucigalpa luego de un año. Aun así las ganas de visitar esa ciudad nunca desaparecieron y esto se me hacía fácil, ya que mi papá continuaba viviendo allá.

Era junio de 2014 y las vacaciones del colegio comenzaban, ese tiempo lo pasaba con mi padre en la ciudad. En algunas ocasiones me gustaba acompañarlo a su trabajo, pero en otras optaba por quedarme a descansar en su apartamento. Ese día, por desgracia, decidí no salir.

Al mediodía mi papá pasó dejándome almuerzo. Recuerdo que almorcé tranquilo y, como a eso de las 2:00 de la tarde, decidí tomar una siesta. Dormía tranquilo cuando un ruido irrumpió. Escuchaba que alguien tocaba la puerta. Primero era un ruido leve, pero, luego de unos segundos, éste se volvió más fuerte y más violento. Al final, la puerta se abrió abruptamente.

De repente tenía dentro de la habitación tres individuos que gritaban, de forma agresiva, «esto es un asalto». Era la primera vez que experimentaba algo así, no podía pensar en qué podría terminar.  Los asaltantes registraban la habitación.  Mientras uno de ellos me decía «tranquilo, a vos no te va a pasar nada», el otro con arma en mano ordenaba que me acostara boca abajo y advertía, a la vez, que cualquier grito o movimiento significaría mi muerte. Sentí un hormigueo en todo el cuerpo.

Después de esos minutos de pánico escuché una voz desde el garaje de la casa. Uno de los asaltantes, que se había quedado afuera vigilando, gritó «ya vámonos». Y yo, tras escuchar los pasos haciéndose cada vez más mudos, sentí un profundo alivio. El portón se abrió y el motor de un carro se encendió.

Se llevaron dinero, unos audífonos, un teléfono celular, una tableta y un televisor de pantalla plana. Pero lo material siempre se recupera. Los delincuentes se habían largado dejándome allí tirado pero aún con vida.

La policía llegó 3 horas después del asalto y el caso quedó impune.

Los días siguientes, el fantasma de lo que me pasó me seguía. Semanas y meses de una dosis mayor de miedo, mayor a la que normalmente sentimos los hondureños. Y sentí desconfianza con todo el que se me acercara en lugares públicos.

Esa carga me la llevé a Tegucigalpa (otra ciudad violenta), incluso en mi casa todo me recordaba aquel asalto violento en San Pedro Sula, esa ciudad de contrastes y fantasmas.

Luis Escalante Contributor
Sobre
Nací en Tegucigalpa en 1999. Me interesa el periodismo, la filosofía, la historia y la literatura. Actualmente estudio Ciencias de la Comunicación en la Universidad Católica de Honduras (UNICAH).
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