Cada 13 horas asesinan a una mujer en Honduras. Las cifras son frías y los asesinatos también. Las muertes violentas de mujeres muestran el odio contra sus cuerpos, su sexualidad, su libertad, sus sueños. La semana pasada circulaba la imagen de los cuerpos cercenados de dos mujeres jóvenes encontrados en Choloma, Cortés al norte del país. Esos cuerpos representan a Honduras, a una sociedad violentada en su dignidad.
En varios medios de comunicación y especialmente en las redes sociales se difundieron esas fotografías con el fin de alimentar el morbo de una sociedad que también ha perdido la sensibilidad, anestesiada contra el dolor y acostumbrada a la violencia, en una indefensión aprendida.
Si Honduras fuera una persona sería una mujer de 23 años. La población es así, mayoría mujeres y mayoría jóvenes y son estas mujeres las que mueren a mano de pequeñas y grandes dictaduras. La dictadura del crimen organizado, narcotráfico o maras y pandillas que un día deciden su destino en los barrios más poblados y precarizados en las ciudades de Honduras y las grandes dictaduras de quienes tienen el poder político, el poder de las armas y cero voluntad para resolver la crisis que golpea a la mayoría de la gente.
También dictadura del trabajo precario, del abuso laboral y de la impunidad. En la década de los 90 el Estado flexibilizó su marco normativo basado en tratados de libre comercio y la figura de zonas libres, allí la maquila comenzó su auge especialmente en la zona norte, donde también operó la compañía bananera en la década de los 50. La mayor parte de la mano de obra en las maquilas es de mujeres y Choloma se convirtió en una ciudad maquilera que modificó la vida de los barrios, especialmente de las mujeres que comenzaron a ocupar los puestos de operarias en la industria. Al salir las mujeres al espacio público, la violencia se agudizó.
El fenómeno que se vive en Choloma se asemeja al ocurrido en los años 90 hasta 2012 en Ciudad Juárez donde los femicidios tenían relación directa con el trabajo precario de las mujeres en las maquilas y la entrada de maras, pandillas y grupos del narcotráfico que con sus prácticas misóginas usaban el cuerpo de las mujeres como botín de guerra.
Según cifras de 2016 del Observatorio de La Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, los departamentos con más muertes violentas de mujeres son Cortés con una tasa de 12 por cada 100 mil habitantes, Francisco Morazán 11, Copán alcanzó 9.7, y Atlántida tuvo un registro de 8.9. Choloma está en el sexto lugar de los municipios más violentos y el 43% de las muertes violentas ocurren en el sector López Arellano, donde fueron encontradas Irma Quintero de 21 años y Dunia Murillo de 34, dos amigas que vivían juntas con los cuatro hijos de la última.
Un cuerpo abatido por una dictadura que mientras no se acabe, mientras el Estado no se democratice y desde allí emplee medidas efectivas para combatir la violencia, medidas que pasan por desmilitarizar la sociedad y consultar el tipo de seguridad que las mujeres necesitan y pueden construir, seguirá sangrando.
En esa comunidad donde Irma y Dunia vivían, durante décadas, desde los 90 varias mujeres se han organizado para denunciar esta violencia, para combatirla en sus hogares y sus lugares de trabajo, diversas organizaciones las acompañan en sus procesos de violencia laboral, doméstica y callejera. En estas organizaciones existe un refugio, sin embargo, el ser desatendidas por el Estado y estar fraccionadas por diferentes agendas, las hace vulnerables y siguen sin poder evitar que sus barrios sigan a merced del crimen y que las mujeres sean víctimas, que sus propias vecinas sean violentadas de una manera tan cruel.
Con los años, Honduras se fue convirtiendo en un rinconcito cada vez más oscuro y después del golpe de estado de 2009, la violencia se disparó y se ensañó con las mujeres. Organizaciones feministas lo han denunciado ante organismos internacionales, han pedido se les escuche sus propuestas de seguridad que no vulneren sus derechos, han exigido que se ratifique el protocolo de la CEDAW (la Convención sobre la Eliminación de toda forma de Discriminación contra la Mujer), pero siguen sin ser escuchadas, el Estado se niega a firmar un protocolo facultativo.
Honduras es el cuerpo de Dunia y de Irma y el de las 150 mujeres asesinadas en lo que va de este año. Un cuerpo abatido por una dictadura que mientras no se acabe, mientras el Estado no se democratice y desde allí emplee medidas efectivas para combatir la violencia, medidas que pasan por desmilitarizar la sociedad y consultar el tipo de seguridad que las mujeres necesitan y pueden construir, seguirá sangrando.