Antes, la mayoría de los migrantes eran hombres cuya idea era irse, especialmente a Estados Unidos, permanecer unos años en ese país para forjar un capital y, después, volver a Honduras. Pero eso ha cambiado. El sueño de regresar a su país se ha esfumado y, ahora, la reunificación familiar sólo se sueña fuera de las fronteras hondureñas.
Texto: Allan Bu
Fotografía: Jorge Cabrera
Luisa Flores platica amenamente. Está recostada en una hamaca en el corredor de su casa en Urraco Pueblo. A unos metros se encuentra su esposo, Luis Flores, padre de ocho de los 11 hijos que tuvo Luisa. «Este señor ha sido pícaro», acusa Luisa. Ambos pasan los 70 años y —a juzgar por la hamaca y lo distendido de su plática— parece que viven una vida tranquila. Pero, antes de que cuatro de sus hijos agarraran maletas y se fueran para Estados Unidos, las cosas no eran así. «Hasta la luz nos cortaban», recuerda Luisa.
Las remesas que reciben desde hace más de dos décadas les han cambiado la vida. De hecho, la casa donde estamos fue reconstruida con el dinero enviado por una de sus hijas. Pero su caso no es, al menos aquí, extraordinario: en Urraco Pueblo las remesas le han cambiado la vida a casi toda la comunidad.
Enfrente de la casa de Luisa, por ejemplo, hay un bulto de arena destinado a construir la vivienda de un nieto suyo que vive en Estados Unidos. Muy cerca, a unos 50 metros, se observan dos casas en las que se están construyendo terrazas. Son propiedad de familiares de Luisa que también emigraron al norte del continente.
En Urraco, en medio de casas modestas, asoman imponentes construcciones, con vistosos colores, enormes ventanales y modernos techos. Diseños exóticos que se salen de los tradicionales en Honduras y que se asemejan a las viviendas de los suburbios estadounidenses.
En las calles de Urraco Pueblo, una comunidad de unos 14,000 habitantes, hay una actividad comercial inusual para un lugar que se encuentra a hora y media de El Progreso, el centro comercial más cercano. Desde la entrada en la comunidad se observan restaurantes de pollo frito, comida china y hasta pizza. Hay ferreterías, tres farmacias, tres talleres de automóviles, cinco de motocicletas, unas 10 tiendas de abarrotes y tres laboratorios clínicos. El rótulo de bienvenida a Urraco no es el característico de los pueblos de Honduras: en el mismo aparecen los logos de unas 10 empresas remesadoras por las cuales —los que se quedaron— reciben sus envíos. Los cobran en tres agentes bancarios instalados en la comunidad.
Didier Fúnez, presidente del patronato, menciona que, ya que recién tomó posesión de su cargo, todavía no tiene un censo exacto de cuántos negocios operan, pero son «una gran cantidad. Es que mire –dice–, a Urraco mucha gente lo reconoce como aldea, pero ya es un pueblo porque es grande. El día que Urraco pueda hacerse municipio le pertenecerán otras 18 comunidades cercanas».
En Honduras hay muchos pueblos que cuentan con los servicios que tiene Urraco, pero la mayoría de esas comunidades tienen otras condiciones: son centros poblacionales más grandes, con una ubicación estratégica para el comercio, una vía importante de comunicación o tienen accesos carreteros aceptables. Hay características de las mencionadas que no las tiene Urraco. El alcalde Alexander López, progreseño, ha dicho que Urraco es la aldea más grande de Honduras y que cuenta con unos 32,000 habitantes. Didier Fúnez sostiene que en el casco urbano viven unas 13,000 personas, pero hay otros caseríos aledaños. En cuanto a las vías de comunicación, Urraco no está cerca de ninguna vía importante de comunicación, pues se encuentra a 41 kilómetros de San Pedro Sula y 32 de El Progreso, Yoro. En invierno, la calle que lo comunica con la CA-13 se vuelve intransitable.
Además, este poblado se mantiene próspero pese a que hay barrios que se inundan. En las lluvias de octubre del 2022 el agua llegó a muchas casas y causó daños, pero no tantos como lo hicieron las Eta y Iota en el 2020.
Luisa Flores, todavía acostada en su hamaca, nos cuenta que, durante las inundaciones de 2020, ella y su familia perdieron la mayoría de sus pertenencias, pero que a esta altura ya han sido recuperadas porque los cuatro hijos viviendo en el exterior activaron un plan de apoyo para sus familiares que fueron afectados. Los Flores tuvieron menos apuros para recuperar lo que se había perdido. «En ocasiones así, ellos (sus hijos en EE. UU.) siempre han respondido», elogia Luisa.
Remesa y tranquilidad
«A nosotros nos sostienen los cipotes», reconoce Luisa desde su hamaca; Luis, que habla menos, lo confirma con la cabeza. Su primer hijo, Francisco, se fue hace muchos años para Estados Unidos, no recuerda cuántos, pero coinciden que son «como 30 años». Una vez instalado, Chico comenzó a llevarse a algunos de sus hermanos. Eran cinco, pero uno de ellos fue deportado y hace seis años murió en Honduras. «Era bolito, pero mientras estuvo allá fue responsable conmigo, cuando me llamaba me decía “Mamá, ahí le mando”. Si no podía cada semana, era cada 15 días», recuerda Luisa.
Hace tres años se fue Yesenia, la hija menor de Luisa y Luis. «Ella nos sostiene, está reparando la casa, no ha terminado pero ahí vamos».
«Desde que los cipotes se fueron todo ha cambiado», dice Luisa y nos refuerza lo anterior con una anécdota: «Mire, a mí no me da pena decirle que nos cortaban la luz y tocaba robar energía (conectarse de forma clandestina). Ahora que mis hijos están allá yo doy gracias a Dios, es que si ellos no estuvieran allá no sé cómo haría».
«Ahora hay algunos que se van y ni se acuerdan de la familia», interrumpe Luis. Mientras, su esposa nos sigue contando que sus hijos y un nieto quieren construir su casa aquí, en Urraco, porque ellos dicen que «allá no es de ellos» y, si mañana los deportan, al menos ya tienen su casa. De los familiares de Luisa en Estados Unidos, solo uno tiene estatus legal, dicen, cuando la plática se asoma al final y nos reiteran la tranquilidad que significa tener el apoyo de la remesa. Con alegría un poco contenida cuentan que están por iniciar el trámite para obtener una visa: «Nosotros queremos viajar a Estados Unidos».
Para José Luis Moncada, economista, el impacto de las remesas es menos evidente en las grandes ciudades de Honduras, aunque también muchas personas lo reciben, pero nunca como en el área rural, donde es evidente: «Si usted va a ciertos departamentos en las zonas rurales se encuentra un impacto de desarrollo en negocios y pequeñas casitas que se han construido a base de las remesas. Lo vemos en Olancho, El Paraíso, Copán, Lempira…».
Moncada agregó que este año se espera que las remesas aumenten hasta un 30 % con respecto al año anterior, cuando el país recibió 7,370 millones de dólares, que significaron más de la cuarta parte del Producto Interno Bruto (PIB). «A pesar que la economía de Estados Unidos está en una recesión, el desempleo ha bajado y los empleos se han diversificado; lo otro es que indiscutiblemente se han ido más hondureños». Un estudio realizado por el BCH en el 2019 indica que Honduras es el octavo país en el mundo en cuanto al porcentaje del PIB que significan las remesas. Y es el primero en Centroamérica.
No obstante, Moncada, exprecandidato a la presidencia del Partido Liberal, manifestó que es «riesgoso» que las remesas sean tan importantes para la economía hondureña porque «hay una expectativa de recesión en Estados Unidos para el 2023, aunque tal vez sea leve. Sin las remesas tuviéramos una brecha económica sustantiva, porque no hubiese demanda, y cuando no la hay el sector productivo e importador no puede invertir», analizó, y después añadió que una reducción de la economía en Estados Unidos afecta la mano de obra y por ende tendrá un afecto, «quizás la gente no va a perder su empleo, pero allá trabajan por horas, y se pueden reducir sus horarios y tendrán menos ingresos».
En octubre del 2022, el Bank of America realizó estimaciones que la economía estadounidense podría perder unos 175,000 empleos en el primer trimestre de 2023 y que este ritmo podría continuar en los meses siguientes. «Podríamos ver seis meses de debilidad en el mercado laboral», dicen los expertos del banco.
La socióloga Mercy Ayala, investigadora del Equipo de Reflexión, Investigación, Comunicación de la Compañía de Jesús (ERIC-SJ), menciona que es increíble cómo esta población que «se ha exportado es la que ahora mismo representa económicamente un sustento para el país, pues más del 20 % del PIB es producto de las remesas, y este dato sigue aumentando según el Banco Central de Honduras (BCH)».
Lo dicho por Moncada y Ayala va en consonancia con los registros de la patrulla fronteriza de Estados Unidos, quienes, entre octubre del 2021 y el mismo mes en el 2022, detuvieron a más de 214,000 hondureños intentando ingresar a ese país. El flujo no se ha detenido pese al cambio de gobierno. No se han organizado grandes caravanas recientemente, la última arrancó de San Pedro Sula en el 2021 y fue desintegrada violentamente por militares guatemaltecos. Pero el éxodo no ha parado.
Registros de la patrulla fronteriza en Estados Unidos indican que, entre octubre del 2021 y el mismo mes en el 2022, fueron detenidos más de 214,000 hondureños.
Del enclave bananero a la economía de la remesa
En Honduras, a diario aumentan las personas que dependen de una remesa igual a muchas de las familias en Urraco Pueblo. Su bienestar depende de los dólares que envíen sus familiares en Estados Unidos.
Pero esta comunidad no siempre fue así: antes fue un importante centro de comercio cuando la compañía bananera Tela Railroad Company cultivaba banano en enormes extensiones del Valle de Sula. Urraco era una de las estaciones del tren, ahí llegaban personas de otras comunidades a vender o comprar. Los pobladores más viejos recuerdan que, atraídos por la prosperidad del pueblo, llegaron comerciantes de apellido Sikafy, Handal, Chi, entre otros a establecer comercios. Entre los 60 y 70, Urraco era pujante sin necesidad de las remesas.
La Tela Railroad Company es una empresa dedicada al cultivo, producción y exportación del banano que opera en Honduras desde 1912. Recibió una concesión de 6,000 hectáreas de tierra y, a cambio, se comprometió a construir 12 kilómetros de líneas ferroviarias. Actualmente la transnacional cuenta con 10 fincas de banano en el sector norte del país. En Urraco apenas quedan señales de los viejos rieles que atravesaban el pueblo.
Un hombre mayor, que se encuentra despreocupado sobre una motocicleta, recuerda que en los tiempos de la bananera en Urraco Pueblo había una procesadora de arroz, una maderera, almacenes y «había un hotel y chiviada las 24 horas».
Después del paso del Huracán Mitch, la compañía bananera comenzó a cerrar fincas y los empleos y la actividad económica disminuyeron. Dionisio Romero, de 79 años, recuerda que muchos pobladores de Urraco, acostumbrados al dinamismo económico del pueblo, se quedaron sin empleo y ahí comenzó la primera ola de migración rumbo a Estados Unidos. Y, desde entonces, los que se van no han parado de aumentar.
Romero es pastor evangélico y líder comunitario en Urraco Pueblo. Sostiene que la mayoría de personas tienen lo básico y la explicación está en las remesas. Don Nicho, así le dicen en Urraco, sostiene que «prácticamente el Huracán Mitch fue el detonante de esa migración».
En noviembre del año 1998, el Huracán Mitch destrozó a Honduras, especialmente la costa norte, aunque hubo daños en todo el país. El devastador meteoro dejó alrededor de 1,500,000 damnificados; 5,657 muertos; 8,058 desaparecidos; 12,272 heridos y 285,000 personas que perdieron sus viviendas y tuvieron que refugiarse en albergues temporales. Además, se estima que se perdieron el 70 % de los cultivos de café, piña y banano.
Don Nicho también tiene un hijo en el extranjero, ese dinero que recibe de forma regular le permite llevar una vida sin apuros. «No me da pena decirlo, a mí me mantiene mi hijo en Estados Unidos. En este pueblo es raro la persona que no tiene un familiar allá. Una de las razones (de la migración) es que los coyotes saben hacer su trabajo y otras pues es la necesidad de trabajo que existe», dijo.
Romero refiere que hay muchas historias alrededor del «sueño americano». No todas terminan bien. Recuerda la historia de un conocido suyo tuvo que moverse por «problemas» de la aldea donde vivía y vendió un terreno en 700,000 lempiras. Los hijos le convencieron de que les pagara el viaje hacia el norte, que ellos le pagarían ese dinero al trabajar allá. Don Nicho asegura que eso no ha pasado, los muchachos no han podido pagar y que el hombre «ni compró más tierra ni ha visto la prosperidad», resume.
A su memoria también viene el caso de un jefe de familia que vendió propiedades y hasta tomó dinero prestado para viajar con toda su familia a Estados Unidos, pero que, al cruzar la frontera, se entregó a las autoridades de migración e inmediatamente fue deportado. «El muchacho tuvo un error grandísimo y se entregó y parece que esa ley de apoyar a las parejas con hijos ya no estaba. Lo devolvieron en avión, pero ese viaje le costó 600,000 lempiras», dice.
Por las calles de Urraco, si se pregunta quiénes tienen familiares en Estados Unidos, la mayoría responde que sí. De cinco personas consultadas, todas tienen familiares en los Estados Unidos. Nos detenemos a pláticar con José Óscar Gutiérrez, quien se está recuperando de una grave enfermedad y tiene un año sin trabajar como eléctrico, que fue un oficio que ejerció por más de dos décadas. «A mí me hicieron ocho quimioterapias, ya no puedo trabajar y pasamos con lo que me manda mi hija Yesenia y también me ayudan algunos sobrinos», dice.
Mercy Ayala, socióloga del ERIC, nos da una perspectiva sobre la dependencia que hay muchas familias de las remesas: «Digamos que en momentos de crisis te ayuda no solo para seguridad alimentaria, salud y educación. Es algo positivo que ayudó a muchas familias en pandemia, pues habían perdido sus empleos con la crisis sanitaria, pero constituye un peligro si esto va configurando un ciclo de dependencia, no solamente económica, pero también que muchas decisiones que se toman en los hogares están marcadas por quienes envían este dinero», manifestó.
Ayala agregó que, según informes del BCH, el 80 % de familias que reciben dinero del extranjero lo utilizan para la alimentación, servicios de salud y educación, que a su juicio «esos son servicios que el Estado no ha promovido ni ha garantizado en la última década». En este período el país fue gobernado por Juan Orlando Hernández, quien fue acusado por vínculos con el narcotráfico por la Corte del Distrito Sur de Nueva York.
Informes del Banco Central de Honduras indican que el 80 % de las familias que reciben dinero del extranjero lo utilizan para alimentación, servicios de salud y educación.
Para Ricardo Puerta, analista en temas migratorios, el uso que se da a la remesa recibida debe ser discrecional. «Hay que dejar que la gente lo use según sus necesidades, ahí no hay planificación, evidentemente se pueden poner incentivos (bancarios) por si vas a comprarte una casa; se puede dar un plan para la gente que está de migración de circular (que salen a trabajar y regresan); se puede creer una dinámica que cuando el individuo regrese a celebrar las navidades, ya tengan su casa nueva o remodelada».
José Luis Moncada insiste que el impacto de la remesa podría ser más productivo si realmente quienes la reciben estuviesen orientados a utilizar esos recursos en educación o comprar algún activo, «que la misma banca pudiese ofrecer recursos para la gente que envía remesa y generar crédito para una vivienda o un pequeño taller», dijo.
En una investigación publicada por el BCH en 2019, mencionan que es necesario promover el uso de las remesas en actividades productivas, en un esfuerzo conjunto del sector público y el sector financiero.
La socióloga Mercy Ayala sostiene que la remesa no debería solamente ser un alivio en los tiempos de crisis, sino también pensar en un provecho a mediano y largo plazo para ir fortaleciendo capacidades locales y generar desarrollo en las comunidades. Por ahora solo hay una ola consumista alrededor de la remesa: «La gente que recibe la remesa habitualmente no ha dispuesto de dinero y, ahora que tienen algunos fondos para tener alguna libertad, esa sensación les genera la idea de ir a los lugares de comidas rápidas, por ejemplo. Es que también hay un bombardeo cultural y mediático, que es promovido por esta cultura de consumismo».
Con base en ese consumismo, Ayala hace un análisis circular del flujo de las remesas: «Con esas compras vuelve el ciclo de la economía, y esas remesas vuelven a salir, entonces no hay generación de capacidad locales. Hay un peligro que la remesa se quede en la mera sobrevivencia, porque tampoco hay condiciones que le garanticen la seguridad de emprender en el país». La inseguridad que menciona la socióloga provocó que el Gobierno de Xiomara Castro decretara un estado de excepción que finalizará el 6 de enero de 2023. El fin es combatir la extorsión y el narcomenudeo en zonas controladas por maras, pandillas y estructuras criminales.
En una calle de Urraco Pueblo, don José Óscar se toma la tarea de recordar cuántos familiares de su círculo más cercano están en Estados Unidos: «Selim, Amadeo, Marlon, Ángela…» dice y sigue agregando nombres hasta que alcanza 10 y se detiene, pero asegura que olvidó algunos. «Mi mamá también sobrevive con lo que le mandan de allá», concluye.
Menciona que en Urraco la mayoría de casas que se construyen son financiadas desde los Estados Unidos: «Mire los Flores, todos los hijos están en Estados Unidos y han comprado palmera (tierra), esos cipotes han mandado dinero a sus padres para que hagan casas», contó.
Para darle seguimiento al caso de los Flores, que no son familia de Luis y Luisa, fuimos al barrio y dirección indicada. Preguntando llegamos a la casa de una familia de apellido Flores, pero que no era la que buscábamos. A pesar de ello, en esa casa también tenían familiares en los Estados Unidos, a los que andaban dejando en el aeropuerto de San Pedro Sula, Ramón Villeda Morales, para ir de regreso a Estados Unidos.
Doña Norma tiene 67 años, por costumbre ofrece café a quienes visitan su casa. Ella tiene un hijo en Estados Unidos que le ayuda a sobrevivir. «Pobrecito, es que él migró para Estados Unidos con todo y familia, la esposa y tres hijos y ahora ya tienen otro que nació allá», revela intentando explicar que recibe poco apoyo por esas razones.
Su casa tiene un bonito diseño, un techo alto, grandes puertas y balcones, pero no está concluida: «Mi hijo cuando puede me manda mi poquito (dinero), mire mi casa sin puertas y me falta un montón. Solo la pudo arreglar, la madera y el zinc no servía, pero le faltan puertas y otras cosas. Imagínese que ni tele me ha comprado todavía, yo digo que me consiga aunque sea un chiquito», vocifera, mientras vierte agua caliente sobre un recipiente para preparar café.
Doña Norma reafirma que en Urraco la migración es bastante y sostenida, «yo me quiero ir en un trailer», suelta. Después nos repite una historia común en Honduras, la escasez de empleos: «Si no le entiende a la palma no puede trabajar ahí, tampoco hay bananeras, aquí había chamba. Mire, antes la gente no se iba, pero ahora todos se han ido porque no hay trabajo».
Una opinión similar tiene Didier Fúnez, presidente del patronato y dueño de un taller mecánico, quien reconoce que «las remesas han fortalecido la economía de la comunidad. Muchos, después del cierre de las fincas, se fueron a Estados Unidos buscando cómo sostener a su familia».
Hay familias que tienen cultivo de palma africana, pero Didier afirma que en muchas ocasiones estas tierras fueron compradas con remesas de personas que trabajan o trabajaron en el extranjero. Incluso su familia tiene un lote de cultivo gracias a dos familiares que se encuentran en los Estados Unidos, «nosotros nos sostenemos a base de remesas y rubro palmero, aquí ya se cultiva poco el banano. De eso casi no hay empleo», dice.
El líder comunitario comenta que ha conversado con personas del rubro ferretero en el pueblo y estos le dicen que la mayoría de construcciones son impulsadas por las remesas: «Me dicen que a quienes más les venden materiales de construcción es a las personas que están en el extranjero, que se comunican con ellos y les pagan directamente».
Fúnez tiene a dos hermanos en Estados Unidos y se ha planteado la idea de tomar la ruta migratoria, pero ha tenido miedo de dejar sola a su familia: «Mi familia me decía que me fuera, pero no quise dejar a mis hijos, tuve miedo que cayeran en las drogas, me dio miedo también porque ese camino es peligroso. Aquí de Urraco hay muchos que se han ido y nunca se ha vuelto a saber de ellos, yo tuve miedo». Del camino «peligroso» que habla Didier, hay múltiples referencias. En Contracorriente contamos varias historias de hondureños secuestrados en la ruta migratoria. Se estima que, en los últimos tres años, en México han desaparecido más de 31,000 personas.
Otra perspectiva de la remesa
Los analistas consultados sobre los efectos de las remesas en la economía de Honduras, también insisten en revisar desde otras perspectivas el tema. Por ejemplo, el economista José Luis Moncada menciona que «se está yendo mucha mano de obra calificada» del país. Ya no solamente son personas con baja escolaridad: «Las pocas opciones que hay en el país provocan que no solo personas que han terminado bachillerato o niveles básicos se vayan. Hay muchos hondureños universitarios trabajando en empresas grandes en Estados Unidos, esto quiere decir que hay falta de inversión en las empresas hondureñas».
El analista en temas migratorios, Ricardo Puerta, nos menciona un término nuevo: «remesa de conocimiento», que es una perspectiva nueva desde la que se está evaluando la migración. «La remesa de conocimiento son las destrezas y habilidades que la persona logra por estar cierto tiempo en Estados Unidos, es una circulación de talento. El reto que tenemos ahora los que estamos estudiando es cuál será el beneficio del lado de EE. UU. y cuál del lado de Honduras», dijo.
Lo cierto es que las remesas significan bienestar no solo para muchas familias en Urraco Pueblo y en todo el país, también generan la dinamización de la economía hondureña. Este año se recibirán más de 8,000 millones de dólares en remesas. Según datos del BCH, en el 1990 el país recibía 50 millones de dólares, y, en el 2006, esto había crecido a 2,360 millones de dólares. En 16 años, las remesas que llegan a Honduras se han cuadruplicado. Pero, ¿qué hay detrás de un Estado cuyas finanzas dependen de ciudadanos expulsados por la violencia y la pobreza? Esa es una pregunta difícil, pero cuya respuesta se antoja necesaria. Lo cierto, hasta poder responder y tomar las medidas a esa respuesta, es que, con cada día que pasa, hay más familias que, como la de Luisa Flores, ya no se preocupan porque les «corten la luz».
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