Aventón aunque sea un kilómetro

Dentro de la casa parroquial de Danlí el ambiente es fresco, y el techo, alto y de madera, lo hace agradable para pasar una tarde aquí. Afuera, el calor parece derretir una ciudad llena de migrantes en tránsito hacia los Estados Unidos. El Paraíso, departamento oriental de Honduras, es un paso obligado y una zona donde se viven abusos si se es migrante. Una bolsa de rosquillas llegó a costarle a un migrante 25 dólares; una bolsa de agua, que cuesta dos lempiras, le costó dos dólares. El transporte también es caro para ellos. 

Fotografía y texto: Fernando Destephen

Son miles de migrantes, dice el padre Rigoberto Rivera de la Iglesia Católica de Danlí, al menos unos 35,000 los que su iglesia ha albergado en el refugio que mantienen abierto. No hay un registro confiable, dice el sacerdote, porque no todos pasan los trámites de migración.

«Esta es una bendición de Dios», dice Sandro Araujo, un venezolano que ahora descansa en una de las camas del refugio Jesús Está Vivo. El colchón está sucio y las cobijas también, pero a Sandro no le importa, es lo más cómodo que ha tenido después de caminar 15 días por el Tapón del Darién, selva que comparten Colombia y Panamá. Las piernas de Sandro están llenas de picaduras de mosquitos y tiene una fractura en su brazo derecho, eso es testimonio de lo difícil que es atravesar la selva y huir dejando a su esposa e hija en Colombia. Son 575,000 hectáreas que recorren los migrantes para salir de la selva y continuar su rumbo cruzando una Centroamérica que a veces les ayuda; otras, los trata mal.

La Organización Internacional de las Migraciones (OIM) calcula que durante el 2021 unas 133,000 personas cruzaron la región del Darién para entrar a Centroamérica.

En Danlí el paisaje ha cambiado: por las orillas de las calles camina gente cargando maletas, bolsas, mochilas, algunos pedazos de cartón con mensajes pidiendo una ayuda económica que levantan en alguna esquina y esperan a que alguien les ayude a poder continuar avanzando por Honduras.

Trojes no es una metrópolis, es un municipio de 1,369 km 2 con 324 aldeas y muchos puntos ciegos por los que pasan cientos de migrantes que terminan de caminar en Nicaragua y comienzan a andar en una Honduras que se aprovecha de su condición económica y de desplazamiento.

Son venezolanos, cubanos, ecuatorianos, algunos asiáticos y cuatro afganos que se empujan en una fila en la puerta de la oficina de Migración en Trojes. «Esta es la Torre de Babel», dice un vendedor de accesorios para celulares que sigue ofreciendo sus productos mientras un venezolano que habla inglés intenta ordenar la fila y hacerles entender que nadie les va a quitar su lugar.

En esta esquina se reúnen migrantes, vendedores y motociclistas que ofrecen sus artículos o viajes «rápidos y seguros» hacia Danlí por rutas intrincadas que confunden a los migrantes. Este viaje cuesta entre 20 y 30 dólares.

Caminar, descansar y volver a caminar es el mantra de los migrantes. La escena afuera de la oficina de Migración en Danlí es de cientos de migrantes rodeando la casa de esquina donde funciona la oficina de Gobierno y donde se entrega un documento para poder seguir el camino hacia Estados Unidos, el famoso salvoconducto.

«Aventón aunque sea un kilómetro», gritó alguien en el recorrido por la calle de tierra que va de Trojes a Danlí, pero no se pueden subir a vehículos los migrantes que no tengan el «salvoconducto» porque podría ser considerado tráfico de personas.

Winyers (Wilmer Plaza), un rapero venezolano de 28 años que espera afuera de la oficina de Migración en Danlí, saca de su mochila un parlante y un micrófono, se acerca al grupo y canta «El emigrante andante», una canción que compuso en Colombia. El destino de Winyers es Estados Unidos, no Honduras, y lo deja claro, no quiere quedarse, su destino es Estados Unidos y ser un youtuber.

Geovanny Rincón, de 27 años, dejó a su novia en Venezuela, su migración está marcada por los tatuajes que se ha hecho en cada país en el que ha estado desde que emprendió su viaje. En Ecuador, una corona con un nombre y una mancha en color rojo; los de sus brazos, dos nombres más, un reloj, gradas y Vegeta. También lleva un tatuaje tradicional americano hecho en Perú: un corazón atravesado por una pistola y una rosa, todo sujetado por una cinta con la leyenda family en el centro.

El pensamiento central de los migrantes es su familia, eso los motiva a llegar a Estados Unidos: la idea de trabajar para llevarlos de manera legal. Como Sandro Araujo, quien prefirió dejar a su familia en una Colombia que considera más segura en contraste con el viaje a través del Darién, ese Darién que le dejó con un brazo lastimado, pero con la esperanza intacta de llegar a su destino.

Sobre
Fernando Destephen 1985 Tegucigalpa, Honduras. Fotoperiodista y contador de historias.

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