Miriam es una mujer que huyó de Honduras con su pequeño hijo de dos años, su declaración ante una Corte de Estados Unidos tras ser separada de él, se hizo viral porque un grupo de actores la leyó. Miriam es invisible, pero cientos de miles la escucharon en la voz de estas personas que lo tienen todo, tienen nuestra atención a diario.
“Él lloraba, lo subieron a otro carro y yo no pude ni siquiera consolarlo”, relató.
De Honduras la gente huye, escapa, sale desesperada. Cada familia hondureña conoce ese drama, el drama de no tener cómo ni de dónde vivir, el drama de salir en la oscuridad de la noche porque ya la sentenciaron en el barrio o porque se atrevió a pedir justicia.
Nosotros hemos visto a Miriam huyendo de la violencia estatal en manifestaciones, y de una violencia más compleja en los barrios que viven en guerra permanente, en un país donde te ataca la pandilla y también la policía.
Después de la crisis política, tras unas elecciones cuestionadas por fraude, se duplicó el número de migrantes deportados de Estados Unidos y México, y la marea de gente incluso se organizó para irse en caravana. El gobierno de Estados Unidos reaccionó en la frontera con la misma política de terror con la que apoya a un gobierno que ha sentado sus bases en la militarización y en la aniquilación de la oposición. Si no es con más armas en Honduras, es arrancando de los brazos maternos a los pequeños, que no tienen ni futuro ni presente en este país invisible, invivible.
A Miriam la encontramos a inicio de año, con otro nombre, con otro rostro, con otros hijos y con otros problemas. La encontramos en el Valle del Aguán cuando escribimos una historia sobre la violencia que viven los campesinos sin tierra. Allá en un asentamiento que policías y militares desmantelaron vivía Jenny, quien había visto a su esposo irse con su hija menor porque en Honduras no podían sobrevivir. Después del desalojo Jenny huyó con otro de sus hijos y fue detenida en la frontera. No fue separada pero estuvo presa con su hijo y ha emprendido el largo y tortuoso camino de buscar refugio en un país ajeno.
A Miriam también la vimos llorando a su hijo asesinado por militares en una protesta en San Pedro Sula. En la tristeza profunda de una madre que perdió a tres hijos en un barrio sitiado por maras y policías, y condenada al silencio porque pedir justicia también es peligroso, puede ser mortal.
Y la vimos también en un barrio de su ciudad, en El Progreso, donde también policías entraron por la fuerza a una casa y se llevaron al padre de familia para confinarlo al encierro por cuatro meses, como un escarmiento por protestar contra el gobierno. La vimos en el miedo de salir de la cárcel y regresar a las calles de un país que no es seguro, donde se puede estar encerrado aún con apariencia de libertad.
A Miriam la hemos visto en miles de hondureños que se van a pesar de ser tratados como criminales aunque son los que sostienen la economía del país, y la vemos en las casas vacías de los que soñaron con volver y no encuentran en su país las condiciones para vivir dignamente.
Miriam no puede regresar a Honduras, no es seguro para su bebé ni para ella, así lo declara. Huir es una medida de supervivencia. Lo sabemos porque hemos encontrado a Miriam en miles que se van, no solamente en los rostros y las voces de los famosos que logran captar nuestra atención, también en otros, que como Miriam son invisibles.