Poemas de Madeleine R. Osorio

Porque para mí siempre anda rondando en las noches cuando más llueve, porque ella no puede sola con su llanto y le pide al cielo que la acompañe a penar.

I

Siempre vos tan etérea,

obsoleta mujer.

Que vino de lúgubres espacios,

para mirar lo que nadie ve.

 

Pusiste escudos ante el llanto,

gusanos que vuelven en tierra la piel,

y narcisos para los muertos,

para nunca dejarlos perder.

 

Venga voz aguda,

venga lo que ya no se siente.

Deja los ríos evaporar la melancolía.

déjalos soñar por siempre.

 

Pósate ante la luna,

pisa el lecho entre los altares,

llora, llórame.

Que yo aquí ante el mundo con tus hijos te esperaré.

 

II

La Llorona es una de esas locas de la Plaza de Mayo,

es la madre de Eduardo Becerra Lanza,

es la madre de un migrante que desapareció.

Un suplicio terrenal,

La historia que vaga por nuestros pueblos.

Es mi madre, 

mi cielo, 

es mi matria y mi recuerdo,

y una tierra que entendió,

que llorar hasta el alba no basta.

Hace falta,

Interpelar al vacío suspiro,

al vacío profundo de ciénaga,

profundo

de desesperación.

Recalcitrante se vuelven los días en este bloque de concreto,

de polvo o tierra, para los efectos,

llamado Tegucigalpa,

por donde deambula la tos del alcohol,

el sudor, los carros sin stop, las navajas acuareladas

o el zumbido de un zancudo que se vuelve alguna trampa.

El miedo se mete al oído y todo, todos,

parecen una amenaza,

parecen caminar sin pies,

marchando sobre una balsa,

que solo te lleva de la cuna,

a la hedionda cueva de la vejez,

de la vejez sin memoria, sin control de esfínteres,

sin dignidad, con una llaga en la espalda.

Y aquí la mayoría envejece sin el paso del tiempo,

porque el pavimento es el nuevo lienzo,

de una ciudad sin árboles,

inundada por ríos de mierda.

Y así, ¿cómo te salvo?

¿Cómo me salvas?

Desde lejos se ve la llama comiéndose los montes,

desde cerca viene la lluvia y se llena de lodo,

se llenan los mercados, se lleva a los cachorros,

de dulce esperanza sabor a nuez.

Aquí cazan y se pelean por botellas de plástico,

mientras en un barcito se tragan un escenario maldito,

rimbombante que en las pantallas desbloqueadas,

les hacen creer que todo está bien.

Pero aquí la gente que no es ciega y aun no se arranca los ojos a lo Edipo,

se suicida,

se cuelga de una rama,

se engrieta en sus heridas,

se lacera las entrañas.

Y así, flotamos en un lugarcito medio desierto,

de guanacastes y montañas aledañas,

pescando enfermedades más qué sirenas,

de las que Juan Ramón hablaba.

Si me siento con él, desde la antigua Casa Presidencial,

quizás pueda volver el agua del río que lo sedujo

o quizás otra vez,

sienta el olor recurrente a muerte

y me cruce alguna bala.

 

Así,

amor mío,

es la Tragaluzgalpa:

Un recuerdo vacío, una desesperanza.

¡Oh dios! Al mundo…

Les volviste inhumanos

les cerraste los ojos

esperando tus manos

¡Manifiéstate entonces!

Medita, ven abajo

salva al perro callejero,

al gato que muere despacio.

Decime qué rostro le pongo a la empatía

que se la tragó con un trapo.

Trabajo de estar viva

oh muerto, cielo abajo.

Oídos al mundo,

oínos torturados.

El Signo de la Carne

Soy hija de Lilith,

dentro de la Tierra el magma traspasa la corteza,

llena mis venas,

baña mis entrañas.

Me encanta que te viertas sobre mí.

Bruja acompañada de gatas,

los olores de las hierbas,

incluso al abrir mis piernas,

te puedes diluir,

oí – huir mi gemir.

Selene, de luna llena,

tus dedos plegados contra la hierba,

de noche, mi pelo negro

refleja tu palpitación,

quiero tragarme tu respiración.

Tlazoltéotl apresurada en llamas,

el amor ilícito,

solsticio de verano,

solicito tu mano para hacerme venir.

puedo destruirlo todo a mi voluntad,

empañando la habitación.

Te fuiste de mí,

me voy a tu encuentro,

siento un ahuecamiento.

El río creció y se llevó todo con él,

todo mi llanto se fue mar adentro.

Cuando él frío vino sin vos

empapé el papel con mis gotas,

palabra tras palabra.

Todas me llevaron a él y me dije:

que torcido está,

el tronco que atraviesa mi espalda

pasando por la aorta de mi corazón,

rozando mis intestinos

tocando las puntas de mis pies

por donde sube la materia etérea

para calmar mis enojos

para dejar de sembrar ira

y otra vez,

volverme a caer entre la maleza.

Autora
Madeleine Rodríguez Osorio es una mujer hondureña izquierdosa, rescatista de animales de la calle, artista, bióloga y feminista, nacida en Tegucigalpa el 6 de febrero de 1993 (31 años). Egresada de la Carrera de Biología de la UNAH, de la Escuela Nacional de Arte Dramático, la Escuela de Cine «Una Mirada Propia» de la Colectiva Hondureña de Cineastas y ha sido parte del programa de formación Agentes de Cambio de la Fundación Friedrich Ebert Stiftung (FES). Se ha desenvuelto como maestra, investigadora y promotora cultural. Le interesa desglosar las diferentes capas de la realidad a través del mundo de las objetividades que la Ciencia le permite ver y atravesarla por el lenguaje artístico para llegar a tocar al resto de las personas con su narrativa, cuyo fin último es generar un sentido de consciencia emancipadora dentro de la misma colectividad.
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