Insumos de la rebeldía

Por Guillermo Martínez

Fotografía: Hulu 

En la nación de Gilead, las mujeres no pueden leer, escribir, tener propiedades ni tomar decisiones propias. El gobierno usa a las pocas mujeres fértiles como esclavas reproductivas, a las que llama «criadas» dentro de su jerarquía social. Gilead es una sociedad distópica que forma parte de El cuento de la criada (en inglés: The Handmaid’s Tale), publicado en otoño de 1985 por la escritora canadiense Margaret Atwood.

En ese mundo, los comandantes son hombres con poder político, militar y religioso; tienen un estatus casi sagrado y son los únicos autorizados a reproducirse legalmente a través del sistema de las criadas.

Entre el comandante y la criada no hay una relación emocional. El sexo se lleva a cabo durante un ritual perverso, donde el comandante tiene que abusar de la criada en una ceremonia donde su esposa también es cómplice de la agresión. El hijo que pueda resultar de esa gestación le pertenece solo, y solamente, a la familia del comandante.

En 2017, cuarenta años después de la publicación del libro, el estadounidense Bruce Miller realizó la segunda adaptación de esta obra, en formato de serie de televisión, protagonizada por la actriz Elisabeth Moss en el papel de June Osborne.

Ocho años después, esa serie llegó a su fin con una sexta temporada, completando un total de sesenta y seis episodios emitidos desde su estreno. Una experiencia que inició con una exposición cruda de lo que un régimen religioso extremista es capaz de hacer en nombre de Dios, y terminó con un grito de rebeldía, encuentros entre seres amados, varios destinos marcados por las elecciones de sus personajes principales, una proclama de guerra, una fuerza de lucha consolidada y una mirada puesta en lo que podría ser un futuro mejor.

Estar en Gilead nunca fue una tarea sencilla, incluso en el rol de espectador. Los componentes narrativos son tan aterradores porque rozan muy de cerca las realidades que nos acompañan fuera de la pantalla, haciendo que la ficción parezca, más bien, una advertencia de lo que el fanatismo religioso puede ocasionar en el mundo si se convierte en una cotidianidad institucionalizada.

No hubo ni un tan solo momento que estuviera despojado de esta alerta: el poder de los comandantes sobre las mujeres, las torturas sexuales y psicológicas, los asesinatos en masa de los disidentes y el propósito divino siempre al acecho. En los episodios más recientes, los guionistas nos regresan al burdel llamado Jezabel, donde los hombres se divierten con una diversidad de juegos sexuales y siniestras obsesiones. Pero lo más estremecedor es ver a los personajes sufrir, tiempo después, con las secuelas de lo vivido: el trauma de cada cuerpo marcado por la violencia de Gilead.

Pero, sin importar los horrores esparcidos en el camino, las primeras temporadas también sentaron las bases para adaptarnos a un ejercicio de resistencia silenciosa. Esta última temporada nos dio, finalmente, los insumos de la rebeldía. Con una Moss impecable regresando a los lugares más oscuros de Gilead para armar una revolución y manifestar que, aún desde lo profundo de tanta aniquilación, todavía existe una voz fuerte y clara que grita por esperanza.

Llega entonces el golpe decisivo, el comienzo del fin, la primera piedra en la caída de una nación que solo puede ser descrita como un infierno en la Tierra; la voz de todos los oprimidos rompiendo los cristales del silencio y, en el medio, un mar de emociones y sentires diversos. Los guionistas entendieron perfectamente los alcances de este desenlace, logrando que la última etapa en la metamorfosis de Osborne sea más evocativa tanto en lo emocional como en lo político y lo social.

La sexta temporada culmina con diez episodios hilvanados con un ritmo arrollador. Es como si sus directores regresaran a las tensiones ya conocidas de las primeras tres temporadas y compusieran nuevas circunstancias de una intensidad similar. Las actuaciones son excelentes; las conversaciones te abrazan el alma, porque los diálogos tienen el poder de hacernos más conscientes de todo: los miedos, las impotencias, los deseos de venganza, de perdón, de redención, de pelear por los que no pueden.

Aunque es importante tener en cuenta esto: este es un final que no se asume como tal, sino como un nuevo comienzo. Moss lo dice en más de una ocasión: «el principio del fin». Quizás eso no guste a todos, porque Gilead se merece mucho más: una destrucción garantizada en vez de solo una promesa.

No obstante, Osborne fue siempre el centro de atención, y completar su transformación a lo largo de las temporadas resultaba esencial en este contexto lleno de eventualidades. Sin duda, ella es un símbolo de resistencia, y lo que Gilead le provocó se convirtió en el motor de sus nuevas acciones: un discurso de cambio que, desafortunadamente, ya no podremos presenciar en pantalla. Sin embargo, permanece en nuestra memoria y en los recursos que podamos construir más allá del universo de la serie.

The Handmaid’s Tale termina donde todo comenzó, haciendo que el final sea también un comienzo en sí. La escala de los eventos que presenciamos en los últimos diez episodios representa apenas el primer paso en un camino de profundos cambios sociales.

Cuando aparecen los créditos finales, te quedarás con la satisfacción de haber presenciado los insumos de la rebeldía: voluntades que vuelan libre en distintas direcciones, peleando desde diferentes trincheras, manteniendo viva la memoria de quienes ya no están. Y me atrevo a agregar algo más: los insumos de la esperanza, aquellos que pasarán el mensaje y dirán: aquí estuvieron ellas, las rebeldes, las que se levantaron y lucharon contra los bastardos. Espero que exista una June en cada lugar del mundo donde la religión se imponga a la razón.

 

The Handmaid’s Tale termina  donde todo comenzó, haciendo que el final sea también un comienzo en sí. La escala de los eventos que presenciamos en los últimos diez episodios representa apenas el primer paso en un camino de profundos cambios sociales.

Cuando aparecen los créditos finales, te quedarás con la satisfacción de haber presenciado los insumos de la rebeldía: voluntades que vuelan libre en distintas direcciones, peleando desde diferentes trincheras, manteniendo viva la memoria de quiénes ya no están. Y me atrevo a agregar algo más: los insumos de la esperanza, aquellos que pasarán el mensaje y dirán: aquí estuvieron ellas, las rebeldes, las que se levantaron y lucharon contra los bastardos. Espero que exista una June en cada lugar del mundo donde la religión se imponga a la razón.

Author Details
Cinéfilo empedernido, escritor por vocación y cineasta en progreso. Se ha formado en periodismo y actualmente explora los cruces entre cine, escritura y matemáticas. Amante de los atardeceres, las madrugadas y las historias que resuenan más allá de la pantalla.
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