En una conversación con Contracorriente, Agustín Montes Navarro, gerente de la Librería Navarro, gestor cultural, directivo de la Cámara Hondureña del Libro y coautor del libro «Los lunes de colores», nos contó sobre sus experiencias y la responsabilidad de darle continuidad al legado familiar de una empresa creada con la misión de distribuir libros de calidad, en un país donde leer, especialmente hacerlo por placer y no por obligación, sigue siendo una actividad relegada.
Texto: María Eugenia Ramos
Fotografías: Fernando Destephen
Agustín Montes Navarro (nacido en Tegucigalpa, en 1972) nunca tuvo dudas de que un día se haría cargo del patrimonio familiar, la Librería Navarro, empresa dotada de un gran prestigio que proviene de su fundador, el ilustre educador don Miguel Navarro Castro. Según Agustín, no existe total certeza del año de fundación de la librería, ya que el paso del huracán Mitch en 1998 causó la destrucción de buena parte de sus archivos; sin embargo, el documento más antiguo que se conserva es una factura de enero de 1937, y por ello se considera ese año como el de su fundación, aunque fue hasta 1969 cuando se constituyó formalmente como sociedad de responsabilidad limitada.
Ubicada inicialmente en una esquina de la histórica Segunda Avenida de Comayagüela, más conocida como Calle Real, la Librería Navarro abrió a inicios del presente siglo una sucursal contigua al Parque Valle de Tegucigalpa, donde funciona actualmente. Allí me encuentro con Agustín para conversar. Dice que no tiene muchos recuerdos de su abuelo, porque solo tenía tres años cuando él falleció, pero conserva en su memoria los caramelos Kraft que le llevaba. Y la mesa redonda donde comían juntos se utiliza ahora en la librería para exponer las novedades, como símbolo de la continuidad del legado familiar.
Al fallecer don Miguel Navarro, en 1975, sus hijos y socios Rosario y Julio Navarro (fallecido en 2020) continuaron al frente de la librería. Agustín se graduó en Ciencias Administrativas por la Universidad de California, San Diego (UCSD), Estados Unidos, el 9 de diciembre de 1995, y menos de un mes después, el 2 de enero de 1996, asumió el cargo de gerente.
Modestamente, dice que en ese momento no se sentía preparado para el cargo. «Tengo mucha suerte», reconoce, «porque nazco en una tercera generación donde ya hay una estabilidad, un patrimonio, una solvencia que hace que yo no me preocupe de cosas materiales, que no me preocupe de necesidades básicas, y eso es una suerte, pero no es una preparación para llevar una empresa».
Dice que, si tuviera la oportunidad de hacer las cosas de nuevo, hubiera deseado que su familia le exigiera trabajar en algún otro lugar antes, donde tuviera un jefe al que rendir cuentas, para así tener «una mejor perspectiva de cómo trabajan los equipos, de cómo trabajar en una empresa, para enfrentar los retos de expansión de la librería (…), del aumento de la competencia (…) y gestionar esos retos; tal vez con una experiencia ganada en otra parte hubiera propuesto yo otro tipo de soluciones».
Sin embargo, reitera su admiración y agradecimiento hacia su abuelo, por el esfuerzo que implicó haber fundado la librería, y hacia su tío y su madre, por su compromiso y ejemplo de trabajo. Recuerda que, durante su niñez y adolescencia, algunos días le era difícil ver a su madre en casa, especialmente durante los meses de inicio del año académico, debido a la alta demanda en la librería de material escolar. Era un trabajo que doña Rosario disfrutaba, pero que le tomaba mucho tiempo, a veces hasta las diez, once de la noche.

«Mi madre y mi tío eran súper responsables, leales al compromiso que tuvieron con mi abuelo de continuar con el negocio; los admiro mucho», dice Agustín. Y agrega que en ese tiempo «la librería no tenía un horario corrido, sino que cerraba a mediodía, para el almuerzo, y los clientes hacían fila para esperar a que abriera de nuevo. Con el tiempo, eso cambió: «Cuando yo empecé [como gerente] ya no eran dos meses [de trabajo intensivo], sino 21 días, 15 días en los picos; para cuando cerramos en Comayagüela, en 2016, eran cinco o seis días de buena venta en todo el año», reflexiona.
La librería posiblemente no genera grandes ganancias, pero mantiene un público leal que aprecia la calidad de los libros que ofrece; incluso cuenta con un club de lectura. Los títulos disponibles reflejan criterio y buen gusto, el de alguien que creció en un entorno familiar rodeado de libros.
Aunque Agustín no se considera a sí mismo un lector «fuerte», sí reconoce que es una persona sensible. De niño, su hermana Su-Yen le recomendó leer el clásico Flor de leyendas, de Alejandro Casona, y lo conmovió mucho el relato «La muerte del niño Muni», al punto de que cree que se le rodaron las lágrimas. Su hermana le dijo: «Sos sensible, está bueno».
En el momento «me dio un poquito de vergüenza ser sensible», confiesa Agustín; pero reflexiona que «viendo hacia atrás, está bien ser sensible, y es más, me sirve a mí para cuando hablo con jóvenes en quienes detecto sensibilidad; les digo que protejan eso, que muchas veces somos sensibles en un mundo insensible, y que aunque tengamos la razón nos vamos a dar golpes y tropiezos. Crecer en mi familia fue una oportunidad de ser sensible».

En 1998, dos años después de haber asumido la gerencia de la librería, a Agustín le tocó enfrentar el impacto que tuvo el huracán Mitch en Honduras, al ser la Calle Real una de las zonas del Distrito Central más afectadas por la inundación. «En ese momento», relata Agustín, «cambia la historia de Comayagüela, para ser una zona que económicamente se mueve en un plano que se aleja más del que necesita una librería para florecer; es otro tipo de consumo, son otros tipos de necesidades básicas las que llenan los comercios que están ahí, y es insostenible tener una librería con la oferta, con el público que nosotros tenemos en nuestra mente».
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Después de un cierre temporal debido al huracán, la librería reabrió sus puertas, pero las cosas ya eran diferentes. Además de las secuelas del fenómeno natural, las oficinas gubernamentales comenzaron a desplazarse hacia la periferia de la ciudad, recuerda Agustín. De esta forma, la librería ha sido testigo del auge y el declive de Comayagüela, como también de los desafíos que implica sostener una empresa cultural.
En 2016 cerró la sucursal de la Calle Real, y quedó solamente el local contiguo al Parque Valle, un espacio acogedor con amplias gradas que llevan a una segunda planta, donde hay un par de estantes dedicados a las publicaciones hondureñas, y una gran variedad de libros infantiles, así como otros de arte.
Pero los desastres naturales y los cambios en el mercado son solo algunos de los retos que ha enfrentado la librería. Agustín señala como uno de los principales «la competencia desleal, que es el intercambio de beneficios con tomadores de decisiones en instituciones educativas, por llevar unos libros y no otros»; aunque aclara que no sabe si es un reto o más bien una queja. Pero sí confirma que existe «deslealtad en el mercado, en las condiciones de mercado».

Agustín no lo dice, pero en algunos casos, los departamentos de Español de los centros educativos recomiendan libros no necesariamente basados en su calidad y pertinencia, sino en la relación, de amistad o de intercambio comercial, que se tenga con el autor o la autora.
También señala que les ha afectado el hecho de que «la división de la labor estaba mucho más aceptada y bien descrita en los años de oro de mi abuelo, de mi padre, de mi madre, de mi tío, en los que cada quien tenía su lugar: el que educaba era educador, el que editaba era editor, y el que distribuía, era distribuidor. Y eso se mezcló comercialmente, a decir, “bueno, pues yo quiero tener un beneficio de toda parte de la cadena”, y esa búsqueda de beneficios más allá del rol de cada uno nos ha afectado».
Con respecto a la piratería, Agustín señala que «no creo que sea un reto que como actor individual una empresa, una librería, pueda resolver. Con la piratería hay una falta de respeto al derecho de propiedad intelectual; puede ser reflejo de ignorancia, puede ser reflejo de falta de poder adquisitivo, porque quiere algo más barato; puede ser incluso no mala voluntad, sino que tal vez falta de conocimiento, decir, “ah, este no es original”, y debería comprar original porque es el que protege los derechos de intelectual de propiedad intelectual».
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En el desarrollo de la librería, Agustín refiere que también se han presentado retos como el aumento de la competencia y el surgimiento de mayor número de puntos de venta, aunque también los ve como una oportunidad para aprender: «Hay empresas en este mismo ambiente en el que nosotros nos hemos desenvuelto, y que han hecho cosas bien, obviamente. Así que yo me fijo en eso, en quiénes han entrado después que nosotros y han hecho cosas diferentes, y les han salido bien, no necesariamente para copiar, pero sí para tomar una lección».

Actualmente, la empresa no distribuye material escolar, sino que se enfoca exclusivamente en libros, y eso, reconoce Agustín, «es una disminución de nuestra actividad comercial», subrayando la limitación que representa el hecho de que algunos libros sean considerados «educativos», entendiéndolos como textos para lecturas obligatorias, y otros no.
En este punto, le pregunto sobre otra de sus facetas, la de coautor, junto con el educador y promotor Nelson Rodríguez, de un libro escrito para infancias, Los lunes de colores (Editorial Juventud, Barcelona, 2021), en el que se cuenta cómo el bibliomóvil de la Asociación Compartir llega todos los lunes a la colonia Villa Nueva en Tegucigalpa, para alegrar con música y libros a los niños y las niñas de ese lugar, «donde parece que abundan las historias tristes».
Sonríe y comienza diciendo con modestia que desempeñó «el rol más pequeño», aunque al mismo tiempo reconoce: «No lo quiero minimizar porque es clave en cuanto a ser como el adhesivo para que resultara el proyecto», y agrega que «fueron una cadena de serendipias que se dieron. Un día vine a la librería y aquí, en el área infantil, estaba Yadira Sauceda, que es la encargada de educación de la Asociación Compartir».
Yadira, recuerda Agustín, «estaba seleccionando libros para hacer una compra. Platicamos, y me invitó a ver la labor del bibliomóvil de Asociación Compartir, que es un proyecto financiado por Just World International. Voy a sus oficinas, y hacemos un recorrido que nos lleva a la colonia Los Pinos y al sector dos de la colonia Villa Nueva. En la cancha de fútbol vemos que está el bibliomóvil, y está Nelson Rodríguez, con un voluntario, haciendo dinámicas de lectura con los niños, de canto; y veo que hay mucha energía, que en ese lugar, en ese momento, hay felicidad».

Continúa relatando que «Nelson, muy amablemente, me invita a que les lea un libro al grupo. Lo hago. Me despido de Nelson, pero me queda la idea de que es una persona muy valiosa, y de que ojalá lo pudiéramos apoyar en algo en algún momento. Esto fue en el 2017. En el 2018, USAID [la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional] hace un proyecto de fortalecimiento de la cadena del libro en Honduras, por una parte con el proyecto “Avanzando con Libros” y el otro, “De Lectores a Líderes”, que eran dos contratistas separados».
«El proyecto “Avanzando con Libros” estaba capacitando a la Secretaría de Educación en los procesos de adquisición de textos», recuerda Agustín, «de mandar a reimprimir, de previsión de necesidades, y una parte pequeña que hizo fue estimular la creación de literatura infantil por autores locales y ilustrada por artistas locales. Y me incluyen, me invitan a participar como mentor. (…) Un mentor, por lo general, sabe mucho y es el que anda enseñando, pero yo andaba aprendiendo lo mismo, solo que cumplía la figura de alguien que estuviera ahí acompañando».
Para Agustín, «la literatura en el currículo educativo cumple la función de “espejo” o de “ventana”. Las “ventanas” son historias que se llevan a cabo en un ambiente diferente al del lector y que nos ayudan a desarrollarnos, conocer de otras culturas y tener empatía. Y los “espejos” se llevan a cabo en nuestro propio entorno, nos ayudan a conocer mejor nuestra propia cultura y nos ayudan a desarrollar una autoestima individual, colectiva, y a sentirnos valorados en el mundo. Entonces, a nosotros nos hace falta tener más libros espejo».
Su participación en el proyecto dejó a Agustín con la idea de editar libros infantiles, porque en Honduras, según dice, «se han hecho esfuerzos (…) como la colección infantil de la Editorial Guaymuras, esfuerzos dignos de atención, de respeto, de promoción; pero además se necesitan muchos más libros, se necesita replicar eso, para dar oportunidad a las voces que quieren competir con lo que ha venido antes y decir: “yo tengo esta interpretación que quiero compartir con esas edades, con esas edades infantiles”».
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En 2019, Agustín se encontró nuevamente con Nelson Rodríguez en una feria de literatura infantil organizada por la Asociación Compartir. A los miembros de la Cámara Hondureña del Libro les avisaron con muy poca anticipación, pero la Librería Navarro y la Editorial Guaymuras decidieron participar.
«Estoy yo ahí en el stand», relata Agustín, «y veo a Nelson que está haciendo una prueba de sonido. Él tiene una personalidad de espectáculo para estar ante un público. Y sabiendo que él es promotor de lectura, lo interrumpo cuando está con la guitarra, me acerco y le digo: “¿Tiene un momentito?” Y me queda viendo con aquella cara, como diciendo: “Este pelón, ¿a qué viene, a interrumpirme?”, pero me dice: “¿Ajá?”. Y le digo yo: “¿Usted alguna vez ha pensado en escribir sus propias historias?”. Y me queda viendo, y se quita la guitarra y se da la vuelta, y se va a la mochila, y anda tres manuscritos».
De estos textos, Agustín, con los fundamentos que había recibido en la formación brindada en el proyecto de USAID, seleccionó uno titulado «Sopa de gallina roja»; le preguntó a Nelson si quería que lo trabajaran, y así lo hicieron. Luego, Agustín decidió escribirle a Editorial Juventud, porque su director, Luis Zendrera —actual presidente de la Organización Española para el Libro Infantil y Juvenil (OEPLI), la sección española del International Board on Books for Young People (IBBY)—, «es una persona muy conocida en el medio editorial por estar haciendo una labor por todo el mundo (…) y es muy generoso».

«Yo le escribí», relata Agustín, «y le dije: “Luis, quiero editarle a este hombre un libro, y no me gustaría hacerle algo feo. Tal vez me acompañás en el proceso editorial con algún consejo”.» Y para que Zendrera supiera quién es Nelson y el trabajo que hace, le envió el enlace del corto Books in the Midst of Violence: The Mobile Library, del documentalista Aeden O’Connor, que muestra el recorrido de Nelson por algunas de las zonas más peligrosas de Tegucigalpa, llevando alegría y esperanza a las infancias con el bibliomóvil.
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La respuesta de Zendrera y de su editora, «una francesa que tiene muy buen ojo», dice Agustín, fue que les había gustado «Sopa de gallina roja», pero que también les interesaría tener la historia de Nelson en su catálogo, para agregarla a otras historias de bibliotecas del mundo que ya han contribuido a difundir, como la experiencia del Biblioburro en Colombia, o la biblioteca de Basora, en Irak.
Así fue como Nelson escribió su historia, y aun antes de leerla, Agustín le consultó si podía aportar contando lo que había presenciado, desde el punto de vista de uno de los beneficiarios. «A Nelson le gustó eso, y vimos que las cosas de Nelson y las cosas mías se compaginan bien», recuerda Agustín.
Agustín también gestionó para que algunos artistas hondureños que se habían formado en las capacitaciones brindadas por USAID enviaran sus portafolios a la editorial, a fin de que les pudieran considerar para ilustrar el libro; no obstante, ninguno encajó con la visión de la editora, a quien además le parecía difícil trabajar con alguien a distancia.
Sin embargo, en otra de las «serendipias» que confluyeron para hacer realidad el libro, dos ilustradoras latinoamericanas, la venezolana Rosana Faría y la brasileña Carla Tabora, llegaron a Barcelona, según cuenta Agustín, «para proponerle a la Editorial Juventud un libro acerca del arquitecto Antoni Gaudí. Y la editora les dice: “Ahorita no tengo espacio para ese libro, pero mira, nos ha llegado de Honduras un manuscrito”. Y ellas lo leen y dicen que están dispuestas a ilustrarlo».
Las ilustradoras hicieron a Nelson y Agustín un par de sugerencias de contenido, para que el producto final fuera el resultado de una visión integral, como sucede, explica Agustín, cuando se trata de un un libro-álbum, donde el texto y las ilustraciones no solo son complementarias, sino que las unas no pueden prescindir de las otras. «Un cuento de los hermanos Grimm lo lee alguien por radio, y el que lo escucha se lo puede imaginar a su manera, pero esencialmente capta la historia; mientras que el libro-álbum, si lo leo por radio, se pierde la mitad, porque no saben qué estaba construyendo la ilustradora a partir del texto».
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El proceso inició en julio de 2019, y la idea era tener el libro en febrero de 2020, según cuenta Agustín; pero debido al Covid, se pospuso hasta noviembre de 2021. «Los libros», recuerda Agustín, «llegaron a Honduras el 26 de febrero del 2022, los ejemplares para los autores que nos envió la editorial por courier antes de que estuviera [disponible] comercialmente. Y lo recuerdo porque es el cumpleaños de Nelson, le llegaron de regalo de cumpleaños».
Pero el momento de la verdad, dice Agustín, «sería cuando Nelson se lo leyera a su grupo en Villa Nueva. Porque al final, si queremos crear libros espejo, el lector se tiene que sentir reflejado con respeto, y además reconocerse. Nelson agarró su libro y se fue inmediatamente a Villa Nueva, a leerles, y la reacción fue tan buena como la habíamos soñado; [los niños y niñas] emocionados, preguntándole a Nelson si eran ellos, y si ese Nelson era él».
Cabe destacar que Los lunes de colores ya ha obtenido distinciones internacionales, como menciones en el USBBY Outstanding International Book, 2024, EE. UU., y The Original Art por la Society of Illustrators Original Art Exhibit, 2023, Nueva York, EE. UU.; asimismo, ya se vendieron los derechos de traducción al inglés, para una editorial de Estados Unidos.

La buena acogida del libro en el extranjero contrasta con la falta de respuesta que ha tenido en Honduras, a pesar de los sentimientos que logra despertar entre las personas que lo leen. Por ejemplo, Agustín cuenta que en una ocasión él y Nelson se reunieron por Zoom con un joven amigo de Nelson, con el objeto de ver cómo se podía promocionar el libro, y le compartieron el archivo digital para que lo leyera. Se despidieron normalmente, pero unos minutos después, Agustín recibió un mensaje de Nelson, reenviándole lo que su amigo le había escrito: «Man, no aguanté»; al terminar de leer la historia se echó a llorar.
Sin embargo, bien por desconocimiento, o porque, como manifiesta Agustín, «más que apatía, creo que es como una anuencia a dejar en el olvido lo que tal vez en el momento sí entusiasma», el público con capacidad adquisitiva no ha comprado el libro, y las instituciones del Estado tampoco, a pesar de que Agustín personalmente lo ha promovido en las más altas esferas gubernamentales.
En una ocasión, Agustín y Nelson fueron entrevistados en uno de los canales más vistos en la televisión hondureña, y la periodista, que tiene miles de seguidores en redes sociales, difundió el segmento. Podría esperarse que luego más personas compraran el libro; sin embargo, según los datos de Agustín, fue un solo ejemplar el que se vendió como resultado «medible» en esa ocasión.
Y apunta: «Cuando usted hace una lista de quiénes pueden tener fondos para apoyar un proyecto cultural, pues yo creo que fácilmente (…) llegaríamos a las mismas personas. Yo le diría que con la mitad me he reunido, e invariablemente me han felicitado›; sin embargo, esas felicitaciones no se han traducido en un mayor apoyo. «Tal vez el reto sea decir: bueno, pues hay una campaña que hacer en la Secretaría de Cultura, en la Secretaría de Educación, visibilizarlo más, moverse más, hasta tocar con la persona, con el nervio sensible que pueda apoyar, y no solo este libro, sino que el proceso de fomentar la creación nacional».
«Tenemos jóvenes que tienen voces, que quieren decir algo y que tienen el talento para decirlo, y que necesitan encontrar un territorio, un plano en cual hacerlo y verse satisfactoriamente retribuidos, en reconocimiento y en remuneración», declara Agustín.
No puedo estar más de acuerdo con sus palabras. La entrevista ha terminado, pero sé que el camino no. Falta mucho por hacer en este país, donde comprar libros sigue siendo considerado un lujo, y donde el Estado tampoco se preocupa por ponerlos al alcance de la población, a menos de que se trate de las memorias de cierto expresidente. Pero la continuidad de legados como el de la Librería Navarro y libros como Los lunes de colores nos muestran que, a pesar de todo, es posible contribuir a crear un futuro digno con nuestras infancias y juventudes.