
La tragedia del siglo XXI
consiste en la imposibilidad de la tragedia,
y ya solo queda la farsa
de la historia sin acontecimientos,
de los recuerdos sin memoria,
de los significantes sin significado,
de poesía sin fuerza simbólica,
de enemigos convertidos en socios,
de lucha de clases reducida al consenso
de la parodia de uno mismo.
La auténtica tragedia consiste
en el no morir,
en ni siquiera afrontar la posibilidad
de salir herido.

Los ricos no tienen amigos
tienen clientes, guardianes y sirvientes,
tampoco tienen amantes
ya que no saben seducir, tienen que pagar por horas,
ellos jamás conocerán
la receta de las aguas locas.
Puede que el caviar sea costoso,
pero son más sabrosas las memelas,
y pronto, un día cualquiera
nos pondremos en plan francés,
y Robespierre se hinchará de orgullo.

Los revolucionarios se dividen en dos tipos:
los que hablan de construir
una nueva moral
y que tras un largo rodeo
con renovadas fuerzas
no hacen más que traer de vuelta
la vieja moral cristiana-kantiana.
Están también los que exploran con nuevos ojos
las maravillas del mundo
y las nuevas posibilidades que acaban de crear.
Después estás tú
que al alejarte regalas rastros de un nuevo perfume
mezcla de jazmín y nitrato de celulosa.