
Una parte de los huesos
dice que el amor es la atmósfera
donde los egos pueden dejar de ser.
Por eso revolotea como las mariposas
y se posa solo cuando quiere:
alguien piensa en vos
los domingos por la mañana,
y aguarda, despacio
poder desnudarse y ser frágiles
como dos dinosaurios.
Alguien en el mundo piensa en vos
y crea la dimensión del fósil
incluso antes que pierda la carne:
y cuando la pierde, no hay nadie
que dude de la eternidad,
porque luego del hueso, queda polvo.
Una capa fina de polvo
como entrañas subversivas
de que el amor ha sobrevivido
al ego, la propiedad privada
las doctrinas, la economía
el ser en sí y para sí.
Alguien alguna vez pensó en vos,
te extrañó, se imaginó un abrazo,
revoloteó como mariposa
y se posó a tu lado.
Los museos hoy exhiben sus huesos
como un fósil donde habitó vida
y la concavidad del corazón,
como un músculo que estalla.

Parangari,
para mediados de enero
sueña con un guacamayo
rodeado de iris caleidoscópicos,
como si al estirar las alas
destilara rayos.
Cutirimicuaro
en otra cama,
con otro hombre
en otro cuarto,
despierta también
a media madrugada
por el repiqueteo en el corazón
y las objetivas ganas de llorar.
Las sábanas suspiran por ella
la clase de sustancia que persigue
al olvido, la omisión
y el resplandor de
la eterna memoria.
Parangari
se lava los pies,
flexiona las rodillas
y devuelve la cabeza
a la almohada.
Intenta soñar
claroscuro
ideas sudestadas.
Cerca de sí mismo
jura que esa noche
será tibia, blanda
liviana.
Pero
¡cómo le cuesta mantener la puerta abierta!
distinguir entre puerta,
ático, callejón y ventana.
Parangari y Cutirimicuaro
viven rotos
contrapuestos,
como pedazos de cielo
relegados a ver hacia arriba
y no encontrar nada.
Y aunque
ya ni se buscan
ni se llaman.
el guacamayo
persiste:
cuando se meten
al baño con alguien más,
desenredan las nubes,
recogen todas las flores
de la cosecha
y descubren con otro cuerpo
que siguen habitando la nada.
Parangari y Cutirimicuaro
dan tiempo al tiempo
como si el tiempo curara.
Parangari
intenta no pensar en lo que
pudo ser y no fue.
Pero guarda en el armario
un mapa con el camino de regreso,
un manual de como extraer tierra
y cómo no, la pala.
Cutirimicuaro
duerme con la puerta abierta,
que confunde persistente con la ventana;
y se pregunta
por qué nadie prepara a los niños
para perder y ser capaces
de seguir con sus vidas,
sin el halo de un guacamayo
que, en sueños a ojo abierto
a raja tabla,
a mediados de abril;
insiste
algo irrepetible
se fue
y no vuelve,
para nadie
para nada.