Por Wendy Durón
Unas semanas atrás, me encontraba en un espacio de reflexión sobre la maternidad y la ponente dijo algo que me revolvió por dentro: «Hace un año empecé a hablar de mi maternidad y mi hija ya tiene 10 años (…) Me sumergí en el mundo de la maternidad y una maternidad deseada, pero no he logrado entender qué es la maternidad, eso para lo que nos han dicho que nacimos las mujeres, pero que es tan desconocido y poco entendido».
Hace un año empecé a procurarme estos espacios de reflexión, y al escuchar esas palabras, entendí una razón más de por qué los necesito. Me di cuenta de que he estado viviendo una maternidad mientras intento encontrarme en el proceso, tratando de entender qué es maternar, intentando descifrar al hijo mayor y, como dice la pediatra, conocer y adaptarme a la hija menor.
Hace dos años, tras salir de un ciclo de violencia, inicié también una búsqueda por entender qué es la violencia hacia las mujeres. Empecé a cuestionarme: ¿por qué viví esto? ¿De dónde surge la violencia? ¿Esta educación que tuve es la que ocupaba o fue la que me hizo ir, como decimos popularmente, «como cordero al matadero»? Encontré un curso de acompañamiento feminista a las maternidades, y empecé a ver no solo a la Wendy que materna, sino que volví a ver a la Wendy niña y a la Wendy mujer, a la de carne y hueso, la que se cansa, la que se enoja porque no logró tomarse el café recién hecho por la mañana, la que le cuesta encontrar un tiempito para leer, para escribir, para estudiar, para pintarse las uñas o cocinar algo sin prisas.
Fui mamá casi llegando a los 30 años de edad. Hoy que mi hijo mayor tiene ocho años, pienso: ¿quería ser mamá? ¿La maternidad era para mí? Es una pregunta que me vengo haciendo hace un año y que no termino de responder, porque adoro acompañar a mi hijo, ver lo mucho que ha crecido. Hablar con él hace que se me explote la cabeza, miro esa personita y digo: ¿de dónde salen esas pláticas? Me sorprende, me desafía por su personalidad fuerte. También admiro la determinación de mi hija menor, su sorpresa de ir descubriendo el mundo, su alegría palpable en risas, bailes y cantos, me rebosa el corazón de alegría. Eso me encanta de ser mamá.
Pero no todo es sencillo. Hay noches de enfermedad que dejan en vela hasta el amanecer, días de exámenes en la escuela donde toca luchar para sentarse, estudiar y hacer tareas, hay berrinches largos porque entendí mal algo que me dijo la pequeña y terminé haciendo lo contrario, momentos en los que no quiero ser mamá, en los que me desborda estar pendiente de que todo un hogar funcione y que tengan sus necesidades cubiertas, enfrentar la culpa de que podría haber tomado mejores decisiones para las infancias que acompaño, escuchar e ignorar las voces que te dicen que otras lo harían mejor, o que por ser mamá ya no tienes permitido hacer tal cosa.
Me veo en los primeros seis años de mi vida materna, sumergida en la maternidad, y en una tormenta sentimental horrible. Veo a la mamá de esos años y la miro triste, luchando por no repetir ciertos patrones. Hoy que miro hacia atrás y vuelvo a ver no solo a la mamá, veo a una mujer rota, invisibilizada, silenciada y burlada, a una mujer que llegó a decir: esto fue lo que me tocó vivir, ni modo.
Hace tres años fui mamá por segunda vez. Yo creo que Dios y la vida te muestran signos muy grandes de tu camino y propósito de vida. Nació la hija pequeña mientras aún me preguntaba si la maternidad era para mí, y volví a nacer con ella. Cada día me digo y les digo a las infancias que acompaño: los libero de mí, de mis miedos, culpas, ataduras, heridas, son libres de hacer su camino, y en mi amor egoísta deseo verlos hacer ese camino y acompañarlos.
La hija pequeña me devolvió la sonrisa que años atrás había perdido, hizo que el peso de las heridas fuera leve, pero sobre todo, me recordó que soy mujer y que ella es niña y será una mujer. ¿Quiero que esta niña viva la relación de pareja que estoy viviendo, que tenga que perdonar múltiples infidelidades y abandonos para cuidar la familia? ¿Quiero que se conforme y asuma que nos toca vivir violencias, maltratos y abusos? ¿Quiero que piense que la única manera de dar vida es pariendo hijos/as? Me hizo sacar fuerzas que se habían adormecido en mí.
No creo ser la mejor mamá, y tampoco creo haber entendido lo que es la maternidad, pues como dice Chimamanda Adichie, podemos caer en «el peligro de la historia única», y las maternidades, las mujeres, no somos una historia única; ¿cuántas historias tenemos por contar y relatar de nuestros embarazos, partos, pospartos, lactancia, crianza, del tratar de conciliar nuestro ser mujer con ser madre, nuestro ser madre con la vida profesional?
Hoy ya tengo dos años de maternar sola (oficialmente). Poco a poco voy formando una red de apoyo, y quienes tienen empatía se unen a esta red. Tengo un año de estar denunciando abusos, de sostener que tanto las mujeres que maternamos como las infancias que acompañamos merecemos vivir en y con dignidad; un año de estar solicitando una pensión de alimentos para las infancias que acompaño. Y en medio de todo esto voy tratando de entender mi maternidad, el contexto en el que materno y cómo este influye en mí y en el trato que tengo con las infancias que acompaño. Me he llegado a decir: qué jodida es la maternidad, las labores de cuidado y del hogar.
También tengo dos años de estar reconstruyendo a la mujer que está bajo la mamá, a la mujer que había olvidado y abandonado, a la mujer madre que va criando, pero también creando, a la mujer madre que sueña con ver crecer a las infancias que acompaña, pero que también recuperó y renovó los sueños que había dejado guardados y que hoy va abriendo camino para lograrlos.
Dos años en los que miro lo fuerte que soy como mamá y mujer, pero en los que también a veces debo dejar de lado a la mamá y darle paso a la mujer, dejarla que haga, invente, cree, sueñe, disfrute pues al final la vida que podemos dar como mujeres no está solo en ser madres, criar y cuidar, sino que tenemos capacidad y magia en las manos para gestar vida de múltiples formas.
Seguro me falta mucho camino que recorrer como mamá, las infancias que acompaño están pequeñas aún, pero por hoy me conformo con verlas, cuidarlas y estar ahí para cuando me necesiten. Por hoy, la Wendy mujer se sienta a ver a la mamá que es, a mirarla con paciencia, ternura y comprensión, repitiéndole: tranquila, estás criando a dos personitas, estás haciendo una labor impagable; mientras eso pasa, aquí te espero a que lleguen los 15 minutos de silencio para sentarnos a seguir planeando sueños juntas.
Por maternidades acompañadas, vividas con libertad, en dignidad y libres de violencia.