
El humo del cigarro oculta su rostro,
pero su silueta la delata.
Es ella… la que aguarda mi llegada.
Delgada, envuelta en un vestido negro.
—Te esperaba desde hace mucho —susurra a mi oído.
Caigo en sus brazos.
Me cobija con su vestido.
—Dama de negro, llévame en silencio —le pido—.
Ella espera un festín con mi carne.
Pero yo he llegado a su encuentro
con los huesos desnudos,
sin medio para pagar.
Me mira y sonríe:
—Hijo mío, no precisas peaje.
Tu sufrimiento es pago suficiente.
Abrázame y déjame darte el descanso que mereces.
Estoy por fundirme en su lecho,
cuando el alba interrumpe el ritual.
Sus rayos espantan a la dama de negro.
Despierto y maldigo.
Otro día comienza, y aún respiro.

Es jueves disfrazado de viernes,
con sabor a promesa y ceniza,
whisky barato, susurros en bruma,
y un eco de labios que el tiempo avisa.
En el 109 se aguarda el milagro,
una puerta, un perfume, su andar.
Quizá ella llegue, quizá yo acuda a su encuentro…
y entonces el humo se vuelva camino,
la espera, un ritual sin final ni destino.
Quizá la ciudad, testigo silente,
guarde el instante con un cómplice silencio.
O quizá no pase nada —y eso sea todo—,
pero incluso la ausencia, vestida de sombra,
sabrá que en el 109,
alguien creyó en la posibilidad del milagro.

«La muerte de cualquier hombre me disminuye».
—John Donne
Afuera, en las calles bañadas por la luna, un hombre se tambalea en los peldaños de la noche, ebrio de cansancio.
Afuera, una mujer grita mientras un gato burla la caída, sacrificando una de sus vidas.
Vida…
¿Quién puede decirme qué es estar vivo?
Respirar, moverse… no son más que reflejos, impulsos ciegos. Todos dicen estar vivos, pero ¿quién realmente vive?
¿El que espera el alba en su ventana o el que ve partir el día de la mano del ocaso?
Afuera todos corren, como si pudieran ganarle al tiempo la partida, sin notar que Cronos los espera con las fauces abiertas, listo para engullirlos en la meta.
Yo los veo desde las ventanas de mis ojos.
Estoy cansado.
He vivido muchas vidas y en ninguna pude burlarlo.
El tiempo no es amigo.
La vida es consecuencia.

En mi cabeza, hay un mar embravecido que choca con las piedras de mi orgullo.
En mi cabeza, hay un niño valiente que monta las olas en su barco de papel. Su vela, hecha de sueños, se iza en el mástil del futuro. Marinero, marinero, no hay tierra a la vista, no hay puerto cerca.
En mi cabeza, hay una noche estrellada que ilumina un barco de papel; un niño canta, un hombre llora. El mar no cesa.
En el fondo del mar de mi cabeza, hay un monstruo mítico; su nombre es Ira.
Las olas chocan y mueren en la orilla, desgastando con cada embestida los límites de mi cordura.
En algún lugar de mi cabeza, hay un farol alumbrando el mar embravecido. En algún lugar del mar embravecido, un barco de papel y un pequeño marinero surcan las olas, buscando la luz y una salida.

Me escondo bajo la sombra del cerezo. Su blanco dosel comienza a teñirse de gris. Se avecina la tormenta, y yo estoy desnudo. El árbol se marchita de pronto, sus hojas caen agonizantes, rozan mi piel como lenguas de un adiós.
Aquel cielo, antes blanco y cálido, se ha vuelto un gris heráldico. Las tormentas me asustan. ¿Por qué temo? —me pregunto—. Soy un hombre, puedo soportar la lluvia.
Corro. Mis piernas son ligeras, siento el viento azotar mi rostro, el suave pasto entre mis dedos. Pero un estruendo me eriza la piel. Ese miedo no es de hombre.
Busco refugio mientras corro. Siento sed, una sed ardiente. Me acerco al río para calmarla… y ahí, en el reflejo, descubro la verdad: no soy un hombre. Soy un lobo gris, un gran lobo gris.
El reflejo me asusta. Estoy por gritar, pero la lluvia comienza. Las gotas que me bañan no refrescan; devoran mi carne, me consumen.
Y así, bajo el cielo roto, desaparezco.

A sangre fría
mató sus sueños.
Las manos manchadas —
se lavó en las aguas del Aqueronte,
como si el olvido pudiera purificar el crimen.
Oh penas,
oh penas…
¿cuántas más puede cargar este corazón
antes de romperse?
¿Cuántos besos pueden darse,
sin que queden huellas
de los que una vez ardieron en la piel?
A sangre fría
mató su amor.
Lo sepultó con el pasado,
cubriéndolo de tierra como quien cree en el silencio.
Pero la tierra es fértil,
y todo lo que se entierra
brota,
vuelve,
late.