Cuando el Congreso queda lejos y el bache queda cerca

Por Fátima Hawit 
Portada: Canva

📍 El Corpus, Choluteca – Honduras

El bache no apareció de un día para otro. Se fue abriendo como todo en El Corpus: en silencio, sin prisa y sin solución. Primero fue una pequeña rajadura en medio del polvo, luego un hoyo que los niños usaban de referencia para jugar fútbol. Hoy es un cráter que parte la calle en dos, como una herida abierta que nadie se atreve a cerrar. En temporada seca levanta polvaredas. Cada quien lo esquiva como puede. Nadie espera que lo reparen. Eso ya sería pedirle demasiado al país.

Doña Marta vive justo enfrente. Tiene 66 años, una silla de madera, y la costumbre de sentarse afuera a observar el movimiento del pueblo como quien mira una novela sin final.

—Ese hoyo tiene más visitas que la posta policial —dice, con la cara tostada por el sol y una risa que parece más de rabia que de burla.

En El Corpus la política aparece cada cuatro años, con promesas nuevas y caras repetidas. Llegan en camionetas limpias, con altavoces y banderas. Prometen carreteras, clínicas, y «progreso para el sur». Después de las elecciones, lo único que queda es el polvo… y el bache.

Don Francisco vive tres casas más abajo. Tiene una bicicleta vieja, un sombrero de paja que le costó 200 lem piras hace tres años, y un nieto que lleva todos los días a la escuela. El trayecto es corto, pero está lleno de obstáculos. El niño, de apenas ocho años, va sentado en la barra delantera, agarrado como puede, disfrutando de la montaña rusa.

—Ya me aprendí cada hueco de la calle —dice don Francisco, con la voz ronca—. Uno se adapta, porque aquí nadie viene a hacer nada. 

No lo dice con enojo. Lo dice con la calma de quien ha visto pasar gobiernos y promesas desde los tiempos en que todo era calle de tierra y luz por pocas horas. Nada ha cambiado realmente. Solo que ahora los baches son más profundos y las promesas más baratas. Hace poco, una señora se cayó de la moto tratando de esquivarlo. Llamaron a la alcaldía. Dijeron que lo «anotarían para revisión». Todavía están esperando.

En El Corpus, la política se siente en las cosas pequeñas que nunca llegan: en la lámpara del poste que lleva años fundida, en la escuela con el techo agujereado. Aquí nadie habla del Congreso. Ni de la presidencia. Aquí los nombres cambian, pero el abandono se queda.

En la pulpería de don Efraín, la gente se queja de lo mismo cada tarde: el calor, el precio del arroz, los apagones. Nadie menciona a los candidatos. ¿Para qué?

—Uno ya sabe que lo vienen a buscar solo cuando ocupan votos —dice don Efraín mientras mide media libra de azúcar—. Después no vuelven a pasar ni en carro.

El bache sigue ahí. A veces parece más profundo. A veces parece que va a tragarse todo el pueblo. Pero nadie lo tapa. Nadie viene. Nadie responde.

Desde la puerta de doña Marta, el Congreso queda tan lejos como la lluvia en verano. Tan lejos que ya ni se menciona. Aquí no hay política de escritorio, hay realidad de calle. Y muchas veces, de calle rota.

Parece que mientras más lejos está el poder, más profundos se hacen los baches.

Sobre la autora
Escritora y creativa mexicana-hondureña, estudiante de la carrera de Comunicaciones y Publicidad. Desde temprana edad, la escritura ha sido un pilar en su vida: una forma de interpretar el mundo, canalizar emociones y construir identidad. Su formación académica en comunicación le ha permitido explorar diversas herramientas narrativas, desde el guión cinematográfico hasta la publicidad creativa, desarrollando una mirada crítica y sensible ante los discursos que moldean la sociedad.
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