Por José Alvarado
He llegado a aceptar, en la medida en que cualquiera que conociera a Aurelio Martínez podría hacerlo, que realmente se ha ido. Falleció hace apenas tres días en un trágico accidente aéreo. Y, sin embargo, todavía me parece imposible que no vaya a entrar en una habitación con su serenidad característica y su inolvidable sonrisa, listo para compartir una historia, una canción o una causa por la que valiera la pena luchar.
Aurelio Martínez era más que un músico. Era un visionario, un embajador cultural y, para mí, un mentor y un amigo cuya presencia transformaba cada espacio que habitaba. Su partida es una pérdida incalculable, no solo para Honduras, Belice y la comunidad garífuna, sino para el mundo entero.
Uno de los recuerdos más preciados que tengo con Aurelio es el de un viaje en carro de cuatro horas rumbo a Washington, D. C. Había sido invitado a presentarse en el Banco Interamericano de Desarrollo, donde compartiría junto con su querido amigo Julio Guity-Guevara y la ex vicepresidenta de Costa Rica, Epsy Campbell Barr. Pero esas cuatro horas a solas con él en el auto fueron un regalo. Hablamos sobre su legado, sobre el impacto que quería dejar. Estaba frustrado porque su entrañable amigo Guillermo Anderson, solo recibió el reconocimiento y la celebración que merecía después de su muerte. No quería eso para sí mismo. Quería asegurarse de que sus contribuciones fueran honradas en vida. Esa conversación fue el inicio de dos años de trabajo dedicados a consolidar su legado.
Esa misma noche, durante su presentación, Aurelio hizo algo que era típicamente suyo: invitó a la ex vicepresidenta de Costa Rica, Epsy Campbell Barr, a subir al escenario para bailar punta. Toda la sala se llenó de alegría, como siempre ocurría cuando Aurelio tocaba. Tenía la capacidad de convertir hasta los eventos más formales en una celebración comunitaria, un momento de conexión humana pura a través de la música, el baile, y los tambores.

Aurelio solía visitar mi apartamento; nos sentábamos a comer y hablábamos sobre su visión. Comenzamos a trabajar en música que encapsulara sus contribuciones y, juntos, elaboramos un libro infantil coescrito con la activista de derechos humanos Massay Crisanto, hija de Armando Crisanto, director del Ballet Garífuna, otro líder de la comunidad garífuna a quien Aurelio admiraba y respetaba profundamente. Su sueño era construir algún día una escuela en Honduras dedicada exclusivamente a la enseñanza de la historia, la música, el idioma, la cultura y la forma de vida garífuna. Quería que este libro formara parte del currículo de esa escuela, asegurando que las futuras generaciones aprendieran y sintieran orgullo de su herencia. Ese libro, finalizado hace apenas unos meses, y la música que creamos, contienen la esencia de lo que quería que otros recordaran de él. Espero que pronto vean la luz, porque representan no solo nuestro trabajo, sino sus últimos deseos y una celebración de su legado, tal como él quería que fuera recordado.
Aurelio era más que un artista; era la encarnación de la diplomacia cultural. Tenía una pasión profunda por preservar el idioma garífuna, evitando cantar en otros idiomas porque temía que las generaciones futuras perdieran la conexión con sus raíces. Celebraba cada vez que alguien, garífuna o no, mostraba interés en la cultura. Veía su música como un puente, un medio para educar, inspirar y luchar por su gente y su país.
Muchos en Honduras consideran a Aurelio un tesoro nacional, pero yo diría que era un tesoro internacional. El mundo lo reconoció tras su partida, con homenajes en publicaciones como Rolling Stone, NPR y Los Angeles Times. Nuestro trabajo en los últimos dos años nos estaba llevando a una gran celebración de su carrera de 40 años en 2026.
Construyó una vasta red de colaboradores que fueron fundamentales en su trayectoria, incluyendo a los fallecidos Andy Palacio y Guayo Cedeño, así como a su inseparable compañero musical, Iván Durán de Belice. Figuras clave de la industria como Alison Loerke y Miranda Lange lo ayudaron a presentarse en escenarios como Carnegie Hall, Lincoln Center, el Kennedy Center y numerosos festivales de música alrededor del mundo. Fue el primer y, hasta la fecha, el único artista hondureño en presentarse en Tiny Desk Concerts de NPR y en Live on KEXP.
Pocas personas saben de su relación con la marca Rolex. Fue un artista Rolex, participando en la prestigiosa iniciativa Rolex Arts Initiative, y el año pasado cerró su festival en Grecia. Su colaboradora y mánager personal, Hélène Guivarch, desempeñó un papel clave en ayudarlo a navegar estas oportunidades y asegurar su presencia en escenarios globales. Sus mánagers, Eric Herman y Marshall Henry de Modiba, también fueron fundamentales para expandir su carrera internacionalmente, al igual que Martha Estrada, quien ayudó a dar forma a los proyectos de los últimos dos años, y sus músicos Tony Peñalva, su sobrino Derrick, y Emilio Álvarez.
Así era Aurelio: un hombre cuyo impacto se extendía mucho más allá de lo que muchos imaginaban.

Siempre atesoraré el tiempo que pasé con Aurelio en estos últimos dos años. Escribir el libro, trabajar en nueva música y simplemente estar en su presencia, fue una verdadera maestría en diplomacia cultural y en la lucha por la justicia y la igualdad. Se sentía muy orgulloso cuando protestaba contra el desplazamiento de tierras, el cambio climático y la desaparición del idioma garífuna. Estas no eran solo causas para él; eran su misión de vida.
Su partida deja un vacío, pero su voz, su lucha y sus sueños siguen vivos. Espero que los materiales que creó en los últimos dos años ayuden a honrar su memoria y a continuar su legado. Ahora nos corresponde a nosotros asegurarnos de que su obra no solo sea recordada, sino que siga inspirando y empoderando a las futuras generaciones. Descansa en paz y en poder, mi amigo. Tu música, tus palabras y tu espíritu nunca se desvanecerán.