Lista de regalos para Santa Mamá

Por Wendy Paola R. Durón
Portada: Persy Cabrera

Para la Navidad de 2024, la lista de regalos solicitados por las dos infancias que acompaño incluía: una patineta, un monopatín, un carro a control remoto, una bicicleta nueva, un equipo para jugar béisbol, tacos para jugar fútbol y biberones para alimentar a los cuatro bebés (muñecas/os) que tenemos en casa como adopciones de la menor del hogar.

En un punto me pregunté dos cosas: ¿Las infancias que acompaño piensan que tengo mucho dinero? Tuvimos una pequeña plática sobre finanzas y prioridades del hogar, de la que espero haber logrado expresarme de forma que me comprendieran. Y ¿será que los papás ausentes, los que abandonan, los intermitentes, tienen conocimiento de las listas de regalos que solicitan sus hijos e hijas en las fechas de Navidad? ¿Será que las paternidades ausentes e irresponsables saben el daño que causan con su indiferencia e irresponsabilidad económica y afectiva?

Le consulté a una psicóloga si es posible identificar el daño que el abandono paterno causa en una niña o un niño. Su respuesta fue: «Sí, muchas de las personas que atiendo llegan a consulta con estas situaciones o heridas de su infancia».

Según datos del Registro Nacional de las Personas, en el año 2019 se registraron 19,985 nacimientos inscritos solo por la madre, y en el año 2020 fueron 13,716. Esta situación refleja una problemática social recurrente, la negativa o incertidumbre de algunos hombres respecto a la paternidad de un bebé concebido con una mujer con la que mantenían una relación sentimental, sexual o sexoafectiva. Es común escuchar decir en algunas familias: «Yo tengo la certeza de que los nietos o nietas de mi hija sí son mi familia, pero no los de mi hijo», comentarios que perpetúan estereotipos machistas y que contribuyen a que las mujeres sean vistas como mentirosas, y que además justifican el abandono y la irresponsabilidad paterna.

Es visto como normal también que un hombre se separe de su pareja o esposa, y que de igual manera se separe de los hijos e hijas que han procreado juntos.

Muchos y muchas hemos crecido sin un papá que esté presente, viendo a nuestras madres  trabajar largas jornadas para ser el sustento económico de la familia. A esa mamá a la que no alcanza el dinero para comprar los regalos de la lista de Navidad aunque a veces lo logre, quién sabe cómo y además para las famosas mudadas de estreno de fiestas decembrinas. En otros casos ha estado un papá que se ha dedicado a proveer a la economía del hogar, y claro que es importante, pero muchas veces no hemos tenido de su parte el soporte y contención emocional.

El abandono paterno está normalizado en nuestra sociedad. A veces podemos detenernos a ver la huella que produjo en nuestra vida, porque claro que deja huella, pero no es hasta que somos mamás o papás que realmente observamos ese impacto. Tenemos tan normalizado ver niños y niñas que crecen sin papá, que uno o una más que se agregue a las cifras, da igual. Una mujer más que tendrá que desgastarse y cansarse, ya sea exigiendo una pensión que no debería exigir, o haciéndose cargo sola, según lo que considere lo más oportuno para ella y las niñas, niños o adolescencias que acompaña.

Años atrás, me detuve a pensar en el abandono paterno, porque yo lo viví, pero había muchas cosas que ignoraba. Por ejemplo, un hombre que ya una vez ejerció un abandono paterno, a menos que realmente trabaje en sí mismo, en sus heridas, en los patrones machistas que tiene instalados desde muy temprana edad, difícilmente dejará de repetir el abandono y la ausencia. 

El sociólogo brasileño Agostinho Morosini señala que  «la gravedad del abandono paterno no puede permanecer invisible, siendo catalogado únicamente como un “hecho social”. Es una realidad muy dura, sentirse abandonado por aquellos que habían declarado “amar para siempre” Lo cierto es que esta es una realidad conocida en todo momento, pero oculta por la invisibilidad social». 

La mayoría de las personas en algún momento de nuestras vidas hemos vivido abandonos, ausencias, sobreprotección o indiferencia, pero creo que nos toca dar el paso y mirar a quienes no tienen responsabilidad, a las niñas y niños que por sí solos no pueden defenderse, y a quienes como sociedad nos toca cuidar y proteger su bienestar. Tal vez sea un paso necesario para que podamos ir sanando tanto dolor y abandono individual, familiar y colectivo que hemos vivido.

En muchas ocasiones amigos/as y familiares me preguntan: «¿Y vos dejás que el papá mire al niño y la niña?». Reconozco que inicialmente  me molestaba que me hicieran esa pregunta, porque en el fondo refleja esa idea que se tiene de que las mujeres hacemos las cosas por venganza, por estar enojadas o despechadas. Y aunque puede ser así en algunos casos, a medida que he ido leyendo, profundizando, cuestionando, descubro que muchas son falsas ideas que se han dicho y se dicen sobre las mujeres, y que lastimosamente nosotras nos las hemos creído en algún momento.

La escritora Adrienne Rich, en su libro Algunas notas sobre el mentir, dice que «la honestidad en las mujeres nunca se ha considerado importante ya que hemos sido generalmente representadas como caprichosas, engañosas, sutiles, vacilantes y a menudo hemos sido premiadas por mentir». Y no niego  que existan mujeres así, pero ¿por qué cuando hay infancias de por medio  creemos esos cuentos sobre las mamás? ¿Por qué no somos capaces de cuestionar al hombre que va repitiendo ciertos patrones de abandono, ausencias e irresponsabilidades? 

Adrienne Rich agrega: «De los hombres se ha esperado que digan la verdad sobre los hechos, no sobre los sentimientos de los que nunca se ha esperado que hablasen en absoluto. Sin embargo, incluso sobre los hechos ellos han mentido continuamente». Y les creemos.

Les creemos cuando en un juzgado se presentan y dicen: «Señora jueza, ella no me deja ver al o los/as niños/as»; cuando siendo sus parejas, y ya con un hijo o hija en abandono, nos dicen: «La mamá no me deja verlo/a, ella solo quiere dinero»; cuando en una Navidad, fingiendo llorar, dicen: «Uno tiene que fijarse con quién tiene hijos/as, porque, qué difíciles son las mujeres despechadas»; cuando siendo su familia nos dicen: «Ella no me deja ver al niño o niña, no sé de quién es ese bebé que espera». 

Les creemos y no tienen que probar que dicen la verdad, porque no solemos cuestionarlos ni pedirles evidencia de que visita, envía pensión, procura la estabilidad emocional y bienestar de sus hijos/as. Además, cuando venís de abandonos y ausencias, es difícil ver esos abandonos como lo que son: violencia hacia niños y niñas que se ha normalizado, y castigo emocional para la mujer sobre la cual el hombre ya no tiene el control.

Una amiga me preguntaba: «¿A usted le pasa que hay días que no quiere llegar a casa, que hay días que está cansada de pensar en todo lo que hay que hacer para mantener un hogar y sostener un niño y una niña? ¿A usted le ha pasado? Porque a mí sí, y esos días salgo del trabajo, me siento a tomar un café en algún lugar y recobro energía y recuerdo las sonrisas, los momentos bonitos, recuerdo que hay alguien que me espera en casa y se alegra de que yo llegue, y ya cuando se me ha bajado esta sensación, tomo camino a casa, porque yo soy la principal responsable del bienestar de esas infancias ».

Y sí, a mí también me pasa, yo también he querido estar ausente, yo también he querido abandonar. Y me asusté mucho el día que quise abandonar a las infancias que acompaño, pero me cuestioné: ¿de dónde me surgió este deseo? ¿De dónde viene el querer abandonar? Y me miré, miré mi historia, los múltiples abandonos y ausencias que he vivido de otros, de otras y de mí misma. Sentí el peso de ver cómo se hace para que un salario ajuste para mantener un hogar y las necesidades básicas de unas infancias, más la pesada carga emocional que recae sobre una cuando se supone era para dos, y entendí mis deseos de abandono y ausencia.

Pensé: yo puedo intentar hacerlo diferente, estar más presente, no abandonar. Pues por encima de las circunstancias en las que un niño o niña llegó a mi vida (y con esto me refiero a circunstancias consensuadas o haciendo uso del poder de elección de dos adultos), está la parte de hacerme cargo primero de mi propia historia, de mis propios sentimientos y malestares, para quitar el peso sobre las infancias, y ser responsable con ella y él. 

Hoy lo digo con firmeza: más allá del «instinto materno», la maternidad es una elección diaria para estar, acompañar, criar, educar, nutrir. Y si las mamás nos estamos cuestionando nuestras formas de criar y educar, de estar con nuestras infancias, ¿será también tiempo de que los hombres que son padres empiecen a cuestionar su forma de ser y estar con sus hijos e hijas? Y hablo, sobre todo, de los que abandonan, de los ausentes, intermitentes e irresponsables.

Sobre la autora
Contadora pública con posgrado en Dirección de Proyectos, hoy tratando de compaginar la seriedad de los números con algo aún más serio, como lo es el activismo porque las mujeres, niñas y niños vivamos sin violencia, libres y con dignidad. Aprendiz de escritora. Una GranDiosaMadre actualmente en formación para dar acompañamiento feminista a maternidades. Acompañanta y sobreviviente de violencia emocional y psicológica, mujer en reinvención, creyente en el poder de la colectividad.
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