Por Rolan Eduardo Soto López
Portada: Persy Cabrera
Durante el conversatorio «Brechas de género en la industria editorial», organizado en el contexto de la Tercera Feria Internacional de Libro en Honduras, 2024, con la participación de escritoras de Honduras, Colombia, México, Venezuela y España, una maestra preguntó: «¿Qué se les puede recomendar a los jóvenes que están en etapa de crecimiento, experimentación, y descubrimiento?». Y la escritora hondureña Jessica Isla respondió: «La literatura es un campo de libertad».
Si la escritura es un campo de libertad, ¿qué sentido tiene aprender a escribir el «ma, me, mi, mo, mu», si la articulación de sílabas no es una herramienta para descargar el dolor, las desesperanzas y las transgresiones?
He escrito, para mí, desde la frustración, desde la soledad, desde la desesperanza, como un acto de catarsis, como un acto de libertad. No olvido ese momento cuando tomé un lápiz tinta azul, abrí la libreta y escribí el dolor que sentía por la ausencia de mi hermana Dilcia. Al día siguiente, con mucho temor por descubrir lo escrito, revisé: la punta del lápiz había traspasado más de dos páginas. Fue una descarga de dolor, de pena, de reclamo a la ausencia.
Dilcia era protectora; se dedicó a la medicina por muchos años. Con grado de auxiliar de enfermería, fue considerada doctora por sus pacientes. No olvido una escena. Una joven le tenía pánico a la inyección. Le llevé el desayuno a mi hermana a las 8 de la mañana, y estaba dialogando con la paciente con una voz que arrullaba. Regresé a las 3 de la tarde, y mi hermana seguía a la par de la joven. No sé si al final la convenció. Así era Dilcia: entregada, humana. Cuando traspasé la página hasta quebrar la punta del lápiz, reclamaba su ausencia y su protección.
Hoy no escribo desde la furia, porque ya pasó; más bien pienso cómo sería escribir desde la furia y qué implicaciones tiene pensar en la escritura como un campo de la libertad.
En mi infancia aprendí la libertad del vuelo de los colibríes. Ví la furia y la frustración en el rostro de un campesino, al perder la inversión en su maizal. También experimenté la libertad en los montes, cuando acompañaba a mi papá y a mis hermanos al campo. No vi conceptualizada la libertad, escrita en una pizarra o acaso en un cuaderno, pero sí percibí ésta en el galope del caballo «Moro» y el caballo «Kiko», el primero, favorito de mi hermano Daniel y el segundo, de mi preferencia por su andar suave. También vi la libertad en el canto de mi papá Adrián y su guitarra.
Escribir desde la furia implica dar legitimidad a la escritura en su estado crudo. Desconocer o no querer saber de cánones estéticos. Escribir en cascadas lacerantes. Reconocer que la palabra es bálsamo y lanza. Pensar la escritura como libertad deviene en tomar a la palabra como escalón de ascensión. Desenredar los cerrojos de los sentidos. Entretejer los recuerdos. Sepultar las culpas. Y pensar que existe algún lugar para la libertad.
3 comentarios en “La escritura como campo de libertad”
Definitivamente con este escrito me hicistes regresar a esa libertad que juntos experimentamos en nuestra aldea en la niñez…un abrazo primo, mayores éxitos.
La escritura tiene la particularidad de preservar y proyectar la esperanza para tiempos y situaciones futuras…
Hermano un gran escrito, que transporta con la lectura esas vivencias personales y ahora compartidas, espero seguir disfrutando de cada escrito que nos compartes, saludos