“Soy una niña triste”: Los hijos de los presos políticos en Nicaragua

Abigail, de ocho años, sueña con tener un mazo para romper el cerrojo de la celda de su padre. Su hermana Sofi, de cuatro, dibuja aviones sin alas. Socorro trabaja en el bar de su colegio durante los recreos. Todas son parte de los hijos e hijas de los presos políticos del régimen Ortega-Murillo. Divergentes y Redacción Regional accedieron a un informe de la Unidad de Defensa Jurídica que detalla el impacto de la prisión política en los menores de edad: traumas, depresión, ira y sentimientos de abandono.

Wilfredo Miranda Aburto
San José, Costa Rica

Abigail temblaba de manera incontenible al ver a los policías: había tantos oficiales dentro de su casa rebatiendo gavetas, clósets, buscando aparatos electrónicos y dejando destrozos en su hogar… tenía un miedo que nunca había tenido en sus ocho años de vida, uno que la paralizó. Sólo temblaba y temblaba, frágil como una patita de paloma a punto de romperse, en especial cuando los oficiales repetían, a gritos, el nombre de su papá: “¿Qué dónde estaba?” “¿Dóoooooonde?” Y a sus pies, sin darse cuenta Abigail, estaba su hermanita, la Sofi, de cuatro años; lloraba la chiquita, buscando refugio, intentando no ver a esta tromba de uniformados interrogar con rudeza a los abuelitos: a la mamacita y al papacito. Un manojo de nervios las dos niñas, asustadas frente a la violencia política de los agentes del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo.

Los policías les decomisaron los celulares a los abuelitos y a Abigail. El de la niña era un Xiaomi en el que practicaba inglés en la app de Duolingo, veía vídeos y hablaba con su tía que vive en el extranjero. El líder del operativo policial le envió un mensaje al papá desde el celular de la mamacita. Que por favor regresara urgente a la casa, que había pasado algo con las niñas. Un mensaje poco usual para el papá que, poco tiempo después, llegó a casa y vio las patrullas afuera. En ese momento supo que se trataba de una urgencia más allá de sus hijas. 

El papá fue reducido a golpes en el patio de la casa. Los policías lo estrellaron contra el suelo y lo esposaron. Abigail y Sofi lo vieron todo: cada trompada, cada empellón, cada grito… Una temblaba más y la otra lloraba más cuando el papá fue montado en la patrulla policial. Se lo llevaron preso por ser considerado opositor a los Ortega-Murillo y su proyecto político, una dictadura totalitaria que machaca toda disidencia, sin importar que hayan menores de edad en las escenas de las detenciones, cada vez más agresivas. 

Las hermanas no dejaron de llorar esa noche, sin sospechar que pronto perderían a su madre. La mujer fue al siguiente día a preguntar por el paradero y la situación de su esposo, pero en vez de encontrar respuesta fue arrestada. La pareja fue detenida durante el primer trimestre de 2023 por el activismo político que realizaban en redes sociales. Desde esa fecha, las niñas quedaron bajo el cuidado de los abuelos. Una orfandad de facto que la prisión por razones políticas impone a la niñez y genera severas afectaciones, sobre todo emocionales. 

Hasta el 30 de junio de 2024, el Mecanismo para el Reconocimiento de Personas Presas Políticas reporta 147 reos de conciencia en Nicaragua (en agosto aumentaron a 151). De ellos, al menos 36 son padres de familia. Un informe de la Unidad de Defensa Jurídica (UDJ) revela que esas 36 personas tienen 69 hijos menores de edad. El informe mide el impacto de la prisión política en los hijos e hijas de los presos políticos a través de entrevistas cerradas. 

La muestra analizada por la UDJ es de 37 menores de edad, incluidos adolescentes. El 35% de ellos presenciaron las detenciones violentas de sus progenitores. Como Abigail y Sofi. Por motivos de seguridad recurrimos a seudónimos para hablar de estas hermanas y su familia. En menos de 24 horas, las dos niñas se quedaron sin papá y mamá. Hasta la fecha de este reportaje, la orfandad forzada de ellas se ha extendido más de un año. El llanto, como primera etapa del trauma, todavía sigue allí. Con más latencia en Sofi. Cuando no llora, la pequeña tiene episodios de desesperación. Busca a su mamá y a su papá, pero no los encuentra. 

Los familiares de Sofi me cuentan que suele preguntar, casi a diario, cuándo van a volver sus padres a casa. La consuelan, pero a esa edad el consuelo deja de sosegar cuando los días transcurren y ella va entendiendo –como lo entendió Abigail desde el día de los arrestos– que papi y mami están presos y condenados.

 “Yo soy una niña triste”, suele decir Sofi después que visita a sus padres en prisión. Las esporádicas visitas familiares concluyen con el llanto desconsolado de las hermanas. Cuando Sofi se tranquiliza, como la tarde que hablé con la familia, después que salieron de un encuentro en el Sistema Penitenciario de mujeres, la niña está calladita, desconectada de su alrededor, desorbitada y con los ojos aún aguados. Está siendo –pienso sin decírselo a la familia– lo que dice ella que es: una niña triste. Me pregunto –también sin decírselo a la familia–, ¿así se ve la tristeza a los cuatro años de edad? 

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Quizá Sofi responde por sí misma con trazos, en el dibujo que el psicólogo le pidió hacer para el informe de la UDJ: está ella, Abigail, papi, mami, la tía, la mamacita y el papacito. Todos tomados de la mano. La familia sonríe. Pero algo pasa de pronto: un trazo se torna caótico, rebota de arriba a abajo, zigzaguea encima de sí mismo y, por momentos, se vuelve un borrón atropellado. La familia y sus sonrisas se esfuman de la hoja. Aparece un avión sin alas y un bus con tres ruedas. ¿Están todos ellos dentro del avión? ¿En el bus que las lleva a las prisiones para las visitas familiares? ¿Dónde van? ¿Huyen? ¿Dónde se fueron? ¿Qué quiere decir Sofi? 

El psicólogo analiza el dibujo de Sofi: “Se observa necesidad de afecto y pertenencia familiar; deseos de fuga, ira contenida, evasión de la realidad, duelo y sentimientos de abandono”. Sofi sufre una “reacción depresiva”. Una depresión a los cuatro años de edad. 

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Lo más difícil son los cumpleaños. Abigail los resiente demasiado. Celebró sus ocho años con sus padres en prisión cuando les permitieron las visitas familiares. Aunque a mamá la puede abrazar en el penal de mujeres, con papá es diferente: no lo puede tocar, porque no está permitido en la cárcel La Modelo. Sentir el tacto de tus padres es primordial durante la primera infancia. Abigail me cuenta que ha tenido “ganas de llevar un mazo para pegarle” a los policías y al candado de la celda para que su papá pueda salir de ahí. Para así poder abrazarlo, que él le diga feliz cumple, mi niña… Me conmueve porque es de contextura grácil. No creo que se aguante un mazo con facilidad. Lo único que ella pudo llevar a la cárcel fue una pequeña tortita para cantar un “happy birthday”, y fue partida bajo la mirada inquisitiva de los custodios. 

La UDJ asegura que, además de los cumpleaños, los hijos de los presos políticos se han perdido otros momentos importantes en su infancia: “24.32% de los menores ha tenido graduaciones escolares sin que su padre y/o madre encarcelada haya podido haber presenciado el acto por estar en prisión. En ese sentido, una de las principales afectaciones de la niñez a causa de la separación familiar por la prisión política se da en su salud mental”. Una mella que Abigail ya resiente de varias formas, empezando no sólo por su cumpleaños, sino el de Sofi, el de su mamá y su papá. Todos los cumpleaños familiares que ha vivido separada de sus padres. 

Abigail extraña los cumpleaños en familia y los paseos que sus padres les daban para continuar la celebración. Solían ir a la playa o a Managua, la capital. Ella cumplirá nueve años en septiembre próximo y, desde meses antes, ha dicho que ya no quiere cumplirlos. No quiere partir, por separado, otras dos tortitas en La Modelo y en la cárcel de mujeres La Esperanza. No quiere otro cumpleaños sin sus padres. No quiere esperar tantas horas para poder ver a mamá y a papá. No quiere que esos tipos y tipas mal encaradas de las cárceles la registren, que husmeen las tortas… No quiere. 

Las visitas para los familiares de los presos políticos son tediosas: son hostigados todo el tiempo, revisados –en algunos casos hasta en sus partes íntimas– y chantajeados por los custodios, quienes no les permiten estar a solas con sus seres queridos. Para los menores de edad no es distinto. El informe de la Unidad de Defensa Jurídica (UDJ) sostiene que más del 50% de los menores de edad analizados han sido sometidos, al menos una vez, a largas horas de espera en los penales previo a los encuentros. 

“Ningún hijo e hija de personas presas políticas en Nicaragua puede verles por más de una hora una vez al mes en la prisión. Las visitas familiares se dan rodeados de custodios que se colocan con sus armas a manera de intimidar a escasos metros del encuentro familiar para anular la privacidad de los encuentros”, denuncia el informe de la UDJ. 

“Durante el encarcelamiento arbitrario de sus progenitores, 13.51% de los menores no han podido visitar a su referente detenido debido a que las autoridades estatales se lo han negado y otros, el 35.14%, no los han visitado por motivos personales (…) La mayoría de ellos que sí han logrado una visita familiar lloran desconsoladamente al despedirse en las visitas. Incluso, uno ha llegado a agarrarle el pelo a su madre para no dejarla”. 

Abigail no ha llegado a tanto, a colgarse del pelo de su mamá tras concluir la visita familiar. Pero sí sucede algo con su propio cabello: ya no quiere peinarse desde hace muchos meses. “Le entra angustia después que se baña porque no está su mamá”, me cuenta uno de los familiares de la niña. “No deja que nadie la peine y apenas se hace una cola. Cuando le pregunto por qué ya no se quiere peinar como antes, me dice que no, porque su mamá la peinaba y le decía que linda que quedaba… pero que ahora no tiene mamá que le diga eso, que queda linda peinada”. 

Durante el encierro de sus padres, Abigail dejó de hablar mucho. Su lado dicharachero se fue. Tanto en casa como en la escuela. En casa contaba lo que había estudiado en el colegio, cómo había salido en las calificaciones, lo que había hablado con los amigos o enseñaba las fotos con ellos en el recreo. Era una niña muy animada. Pero ahora está retraída, en un silencio que usualmente lo rompe con una actitud rebelde hacia los abuelos que la cuidan. En el colegio es lo mismo: se ha apartado de los compañeros y su promedio de calificaciones ha bajado de 98 a 80%. Y sigue bajando. Abigail está deprimida, asegura su familia. 

El informe de la UDJ ha identificado que 67.57% de los menores de edad analizados no solo suelen llorar constantemente por todo lo relacionado a la detención arbitraria de sus progenitores, sino que 8.11% han tenido pensamientos suicidas. Además, un adolescente ha caído en drogadicción tras las diversas afectaciones causadas por la captura arbitraria de su referente. “43.24% de los menores han requerido atención psicológica o psiquiátrica por los daños a su salud mental ocasionados por la situación de injusticia”, plantea la organización que trabaja desde el exilio. “Este número podría ser aún mayor, pero muchos familiares no tienen el tiempo o el dinero para llevarlos al psicólogo”.

Abigail sabe que su mamá fue condenada por la justicia Ortega-Murillo. Su familia asegura que saber la condena la golpeó más. “Al principio la niña preguntó por qué habían condenado a sus papás a tantos años de prisión. Le explicamos todo, que era una cosa política, injusta… Entonces nos preguntó, si eran inocentes, como decíamos, ¿por qué seguían encerrados? No supimos qué contestarle. Entonces ahora imaginate que una niña de ocho años tiene este tipo de rezos, plegarias: todas las noches le pide al ángel de la guarda y reza un padre nuestro por sus papás y los presos políticos… Es como rara esa situación, no deberías rezar por eso a esa edad”, repara la familiar. 

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La del dibujo es Abigail. Es más explícita que Sofi, su hermanita. Ella se ha pintado llorando, en posición de angustia. En sus pensamientos, flotando alrededor de su llanto, aparecen sus padres con ella y Sofi, realizando diversas actividades: pateando la pelota, estudiando, viendo tevé… todo lo que no pueden compartir –ni compartirán– mientras sus padres sigan cumpliendo la condena política de ocho años de prisión que les impusieron los jueces orteguistas.  

El psicólogo de la UDJ analiza el dibujo de Abigail: “Se observa melancolía, dolor afectivo, ruptura del sentido de pertenencia, añoranza y duelo por la pérdida del vínculo familiar; estancamiento en recuerdos pasados, resistencia hacia el futuro, defensas psicológicas quebradas, impotencia, fatiga psíquica, necesidad de afecto, pensamientos repetitivos sobre vivencias pasadas, actitud rígida en un intento por controlar la situación interna o resistir pasivamente a las presiones del exterior. Posible estrés post trauma con concomitantes de depresión en fase crónica”.

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Don Abraham dejó varias deudas. Aunque fue apresado por la Policía del régimen de Daniel Ortega por sus posiciones políticas, los cobros siguen llegando a casa. Para los cobradores no hay reparos en estas situaciones. La esposa de don Abraham tuvo que hacerle frente a las deudas por sí sola, pero el salario de asistente del hogar en un barrio de clase media en Managua no le alcanza cada mes. Ni para la jarana ni para la manutención de los dos hijos que tiene con el preso político: Socorro de 15 y Joel de 16 años.  

Si bien para los dos adolescentes el arresto de su papá resultó un trauma bañado de llanto, lo que más han resentido es el cambio en su vida diaria, sobre todo Socorro. Desde finales de 2023 ya no tiene recreos en la secundaria. Mientras sus compañeros utilizan ese tiempo de esparcimiento, ella comenzó a trabajar en el bar de la escuela. A despachar a los alumnos que compran aperitivos. Consiguió en ese trabajo una paga de 30 córdobas diarios, unos 83 centavos de dólar al cambio oficial. Un dinero que le sirve, al menos, para movilizarse a clases, comprar alguna chivería… pero insuficiente para aportar algo al hogar.

Socorro dice que no tiene vergüenza, pero tampoco se siente cómoda con el trabajo en el bar del colegio. Simplemente está atrapada en una situación incómoda, una que por ahora no puede evadir. Aunque ha recibido un par de burlas de sus compañeros, dice que no tiene de otra, más que seguir haciéndolo. El informe de la UDJ revela que 35.14% de los hijos de presos políticos han recibido bullying en sus escuelas. Aparte de recibir burlas de que sus progenitores son “delincuentes”, el dato más alarmante es que el 24.32% de la muestra ha tenido que abandonar sus estudios producto del acoso escolar, porque les produce depresión y se combina con los problemas económicos, como sucede con los hijos de don Abraham, un seudónimo también usado por razones de seguridad. 

Por las mañanas, antes de irse al colegio, Socorro asiste a la casa donde su mamá trabaja de asistente del hogar. Allí apoya a su mamá y recibe otra pequeña paga. Todo cuenta para esta familia que dependía, en buena medida, del trabajo de don Abraham. Él por varios años fue chófer y luego se dedicó a vender pan después que, en 2015, el Ministerio de Educación le impidió el ejercicio de la docencia en el sistema público por criticar al Gobierno sandinista.

Joel ha comenzado a buscar trabajo en los talleres de autos de su barrio, pero no ha tenido suerte. Ha pensado en irse del país a buscar fortuna a otro país, quizá Estados Unidos, pero tampoco la familia cuenta en este momento con los recursos para pagar un coyote, para irse de manera irregular. Las finanzas están complicadas en casa y a eso hay que sumarle el gasto de enviarle la paquetería (alimentos) diaria a don Abraham a La Modelo (según la UDJ, t​​ener a un familiar como preso político cuesta a las familias en promedio 6900 córdobas al mes, equivalentes a 196.5 dólares americanos). 

La prisión política también impacta de manera significativa a las familias en el plano económico y, de eso, no escapan los menores de edad. El informe de la UDJ revela que 10.81% de los menores bajo estudio se vieran obligados a empezar trabajo infantil. Es decir que dejaron sus estudios o los comprometieron como Socorro. El rango de edad de estos menores oscila entre los 14 y 18 años. Adolescentes. 

“De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el trabajo infantil puede consistir en aquellas labores que interfieren con su escolarización: privándolos de la oportunidad de asistir a la escuela; obligándolos a abandonar la escuela prematuramente; o exigiéndoles que intenten combinar la asistencia a la escuela con un trabajo excesivamente largo y pesado. Así, tras el encarcelamiento de su progenitores, las niñas y los niños probablemente han tenido que asumir nuevos roles en el hogar a fin de apoyar en las labores domésticas y en lo emocional y económico en la familia”, resalta el informe de la UDJ.

Según los hallazgos del documento, la privación de la libertad por motivos políticos ha agudizado la pobreza en las familias por la reducción drástica de sus ingresos, además de un aumento de sus gastos (visitas carcelarias, paquetería, medicinas para el recluso, gastos legales, transporte, etc.). “En otras palabras, la pobreza y el consecuente trabajo infantil que sufren las niñas, los niños y los adolescentes responden a la carencia de ingresos en sus hogares, a las dificultades de acceso a los servicios básicos y a otros factores vinculados con la sobrevivencia, la discriminación y la exclusión. La pobreza los hace más vulnerables a no ejercer sus derechos elementales consagrados en instrumentos internacionales”, plantea la UDJ.

Socorro sigue alternando lo que hace en el trabajo de su mamá y la atención en el bar del colegio. Me dice que eso no se lo cuenta a su papá, don Abraham, para que no se deprima más en la celda. “Mucho menos contarle que mi hermano quiere irse del país”, dice.  

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Los dibujos de Socorro y Joel: preguntas elementales complicadas de responder: “¿por qué esto? Extrañan a su viejo. Llueve sobre mojado para los hermanos. Corazones quebrados y remendados. 

El psicólogo de la UDJ interpreta los dibujos de los adolescentes. Para Socorro concluye: “Se observa ansiedad, angustia de separación, impotencia, déficit de energía psíquica, alto nivel de sensibilidad psicoafectivo, hipervigilancia, desconfianza. Actitud defensiva, deseos reprimidos, defensas psicológicas bajas, desadaptación social, ansiedad por todo lo que se realiza, intento para no dejarse ver, para evitar la presión de los que nos rodean y una forma de huida de personas dominantes o realidades molestas a las que no se puede hacer frente”. Para Joel lo siguiente: “Síndrome mixto ansioso depresivo en fase aguda, sin estrategia de defensas, temor a los espacios sociales, impotencia e ira contenida”.

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El informe de la Unidad de Defensa Jurídica sostiene que la vulnerabilidad de estas niñas, niños y adolescentes se potencia no solamente por sufrir sus progenitores la violencia estatal a través de la imposición de la prisión política, “sino porque esta orfandad forzada de facto aumentan la pobreza, deserción escolar, trabajo infantil, desplazamiento, drogadicción, estigmatización y discriminación en su entorno educativo y comunitario. Todo ello, apuntan expertos en psicología, genera un impacto en sus vidas a corto, mediano y largo plazo”. 

Hay algo más: durante las detenciones del papá de Abigail y Sofi, la policía no sólo decomisó celulares, sino que hasta juguetes de las niñas. Al 18% de la muestra de menores de edad documentada le pasó lo mismo: los oficiales confiscaron muñecas de plásticos, pistolas de agua, infladores, carritos, soldaditos… entre otros juguetes, inofensivos juguetes.  

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