Texto: Dani Fajardo
Portada: Persy Cabrera
Es otro día normal; salgo de mi hogar y las miradas en la calle no tardan en posarse sobre mí. Son miradas de asco y rechazo, otras vienen cargadas de perversidad y morbo. Los comentarios de «los machos» no tardan en llegar, divididos entre insultos, insinuaciones sexuales y gritos sin sentido; mis audífonos son lo único que protege mi mente de estas voces odiantes.
A veces me pregunto si sería más sencillo seguir la heteronormativa; socialmente sería más libre y pertenecería a ese grupo «aceptado» que no está bajo el constante asedio de la violencia diaria, pero ¿a qué costo? El contexto y las personas que lo habitan nos obligan a reprimir nuestras identidades, a esconder lo que somos para no enfrentar estas miradas y voces odiantes.
Es en este punto donde me cuestiono el por qué. ¿Por qué debemos vivir con el peso de acatar todas estas normas sociales? ¿Por qué debemos dejar atrás nuestra esencia para encajar? Pienso en el pasado, en aquellas personas que estuvieron antes de mí y cuestionaron todos los roles que les impusieron, y nos abrieron el camino para que podamos continuar con nuestra lucha. Veo el presente, veo a nuestres hermanes que resisten y progresan por nosotres, me veo a mí.
Hemos cargado por siglos con un discurso asfixiante: «debés vestir normal», «sé masculino», «sé femenina»; «no usés faldas, usá pantalones como hombre». «Rosa es de niña, azul es de niño; sos mujer, hacé las tareas domésticas, sos un hombre, trabajá y no seás emocional». «Nunca serás una mujer, naciste hombre. Nunca serás un hombre, naciste mujer». «Nunca, no, jamás». Pareciera que nuestra vida debe limitarse a la constante escucha de mandatos y negativas sobre la manera en la que somos, nos vemos, cómo vivimos nuestra vida.
Casi todos buscan que sigamos el rol que se nos otorgó, que no salgamos de la norma, pero seguir la norma nunca fue una opción, no existe mayor acto de revolución que ser nosotres mismes.
Actualmente, hay quienes nos cuestionan acerca de lo que «celebramos», pero esta no es una celebración, es un recordatorio de la constante lucha y resistencia que ejercemos para mantenernos firmes ante el sistema; es un recordatorio de nuestra valentía. A veces nos preguntan ¿cuál es nuestro orgullo, de qué nos orgullecemos?
La respuesta es simple, pero profunda. Conmemoramos una lucha que estalló con fuerza el 28 de junio de 1969 en Stonewall, una lucha que cambiaría la historia de nuestra comunidad, que nos inspira a seguir resistiendo día a día y que cada año recordamos con orgullo. Conmemoramos nuestro derecho a expresar abiertamente nuestras identidades, a amar sin temor a quien elijamos; le reafirmamos al mundo que somos dueñas, dueños y dueñes de nosotres mismos, que construimos nuestra propia historia. Recordamos con orgullo, amor y nostalgia a nuestres hermanes desaparecides, a les violentades, a quienes ahora conforman el registro de los crímenes de odio en el mundo.
Estamos determinades a resistir y sobrevivir, a enfrentar el rechazo de nuestras familias; a levantarnos a pesar de los golpes, abusos y atentados contra nuestra propia vida. Luchamos por el lugar que nos corresponde en la sociedad, en el trabajo, en la salud, la educación y la política.
Nuestro orgullo está en reconocernos en las identidades trans, no binaries, intersexuales, género fluido, agénero; lesbianas, gays, bisexuales, pansexuales, asexuales, demisexuales. Nuestro orgullo está en la hermandad con mujeres, personas negras, personas VIH+ y demás disidencias, les cuales nos han acompañado desde el inicio y seguiremos juntes en comunidad, porque no existe el orgullo en la exclusión.
Celebramos nuestra diversidad y los diferentes matices que nos acompañan. Con amor y sentido de unidad nos cuidamos les unes a les otres, a les que abiertamente se exponen y también a aquelles que no están listes.
Así que la próxima vez que te preguntes ¿dónde está nuestro orgullo?, la respuesta estará en el amor, en el sentido de comunidad, en el dolor que nos une y el deseo inquebrantable de nuestra libertad.