En la frontera entre México y Estados Unidos hay un campamento al que llegan migrantes que pretenden pedir asilo en el país norteamericano. Ahí los recién llegados encuentran lo básico para comer, descansar, y luego esperar a los oficiales de migración para entregarse. Seguramente temen encontrar un ambiente hostil, y seguramente así será en algún momento, pero en el campamento muchas voces les dirán: bienvenidos.
Texto y fotos: Allan Bu
«Taquitos, taquitos, ¿alguien quiere taquitos?», repite una voz apacible en un lugar solitario del estado de Arizona, ubicado en la frontera entre Estados Unidos y México. Ahí hay un campamento para migrantes ubicado a solo unos metros del muro que comenzó a construirse en el gobierno de Bill Clinton, pero alcanzó dimensiones mayores en la administración de Donald Trump. La hermana Judy, una de las decenas de personas que hacen labor humanitaria en la frontera, es quien ofrece los taquitos —una tortilla de maíz con carne— a quienes cruzan la frontera huyendo de la pobreza y violencia en sus países de origen.
La hermana Judy es una religiosa de la escuela de las Hermanas de Notre Dame que dirige la oenegé No More Deaths, una organización humanitaria fundada como coalición de grupos comunitarios y grupos de fe cuyo objetivo es evitar la muerte de migrantes en el desierto de Sonora en Arizona. Desde diciembre de 2023, fundaron este campamento que sirve como refugio a personas que recorren cientos o algunos miles de kilómetros para llegar a los Estados Unidos, y en muchos casos pedir asilo. A esta labor humanitaria se han unido otras organizaciones, como los Samaritanos y Human Borders, que también brindan asistencia y auxilio a los migrantes.
Encontrar tortillas de maíz y café caliente en territorio estadounidense no es una expectativa para aquellos que abandonan su tierra y en muchas ocasiones también dejan a su familia. Menos cuando algunos estados endurecen medidas en contra de las personas indocumentadas, y Donald Trump —candidato presidencial republicano— ha dicho que Estados Unidos se enfrenta a una invasión extranjera: «son terroristas», dijo el expresidente. Sus seguidores replican su discurso xenofóbico.
Algunos estados han adoptado severas medidas contra la migración irregular. En Texas, el gobernador Gregg Abbott promulgó una ley que tipifica como delito estatal la entrada irregular al territorio y permite a las autoridades locales arrestar y deportar a las personas, pero esa ley está en pausa después de una serie de impugnaciones. En La Florida, en julio del 2023 entró en vigencia la Ley de Inmigración SB-1718, con la que el republicano Ron DeSantis pretende frenar la inmigración irregular a ese estado. En uno de los puntos de esta ley, se tipifica como delito transportar indocumentados a Florida; la pena puede llegar a hasta 15 años de cárcel.
En el campamento de Arizona estas leyes se olvidan. Selvin, un hondureño recién llegado al refugio, está cocinando tortillas con quesillo. Es el único compatriota encontrado en el recorrido. Se alegra de ver a alguien de Honduras. «No he encontrado a nadie de mi país en el camino. He venido con unos extranjeros, con algunos usé el traductor de Google para comunicarme», dice, mientras coloca quesillo en la tortilla y se la ofrece a un guatemalteco de rostro juvenil y cansado. «Esto es rico, solo falta el chilmol [tomate,cebolla y chile]», se lamentó Selvin.
Selvin y los otros migrantes aprovechan para llamar a sus familias que se encuentran en Estados Unidos para avisar que llegaron bien. La mayoría serán retenidos por lo menos tres días en centros de detención administrados por las autoridades migratorias, y algunos serán deportados. El campamento está en un lugar donde no hay señal para los teléfonos, pero en algunas ocasiones, como en esta ocasión, los voluntarios se coordinan para que en el sitio haya señal wifi.
La conversación con Selvin es interrumpida por la hermana Judy. «¿Es hondureño?», pregunta, mirando a nuestro contertulio. Selvin responde que sí, y luego le habla de las bondades de la tortilla con quesillo. La hermana Judy comenta que ella sirvió como voluntaria para una oenegé en El Progreso, Yoro. Esa época vuelve a su memoria con cariño. Luego recuerda que necesita encender una estufa de gas para calentar la carne de los taquitos que minutos más tarde ofrecerá a todos los presentes.
Las tortillas ya se están calentando y la carne preparada en una sartén, cuando llega una bulliciosa cuatrimoto al campamento, causando alboroto porque no había llegado nunca. En el vehículo van dos mujeres, entre ellas, una migrante guatemalteca, quien minutos después comienza a llorar. Es auxiliada por un voluntario.
Cuando está más calmada, la mujer nos comenta su travesía. Salió huyendo de Guatemala porque la violencia tocó su puerta. Tenía un pequeño negocio y un grupo de delincuentes comenzó a extorsionarla, hasta que no pudo pagar y tuvo que huir. En las lágrimas que derrama en el campamento hay muchas emociones. Durante cinco días había caminado a la deriva en el desierto de Sonora, sin comer y sin tomar agua.
Las esperanzas la habían abandonado cuando encontró un rancho ubicado muy cerca de la frontera. Ahí recibió agua y alimentos. La dueña del rancho la llevó en una cuatrimoto al campamento humanitario, donde va a esperar para entregarse a migración. Entre lágrimas, nos dice que estuvo muy cerca de morir, como miles que han muerto en ese desierto.
En el desierto de Sonora —un lugar inhóspito, sin agua, solitario y con una fauna que incluye coyotes— los grupos humanitarios dejan depósitos de agua en lugares estratégicos para los migrantes que caminan por el desierto escondiéndose de la patrulla fronteriza, personas que no están interesadas en iniciar un proceso de asilo.
«Una invasión»
La hermana Judy es la cabeza del proyecto No More Deaths, pero confiesa que prefiere no hablar con medios de comunicación; «estoy quemada», se excusa. Quiere que hablemos con otros voluntarios a quienes ella invita a la conversación. Ahí conocimos a Nicholas Matthews, un joven de 23 años, que habla un fluido español y desde hace un mes es voluntario en los Samaritanos. A veces ayuda en lugares donde se permite que algunos migrantes lleguen al campamento, y por supuesto es intérprete para los de origen hispano.
Contó que el campamento inició en un punto donde había unas 200 personas de África, Asia y América Latina. Los migrantes estaban bajo el frío y en la nada, esperando por entregarse a los oficiales de migración. «Hubo familias que pasaron tres noches en este lugar», dice Nicholas. Fue cuando comenzaron a instalar las carpas y a llevar las sábanas. Ahora en el lugar también hay café caliente, agua, pan, tortillas con quesillo y, por supuesto, taquitos.
Nicholas puede comunicarse con buena parte de los latinoamericanos que llegan al campamento, pero ahí también llegan personas oriundas de África, Rusia y países de Medio Oriente. Las conversaciones con estas personas lo han acercado a sus historias. Le gustaría que todos escucharan a los migrantes, porque a pesar de la labor humanitaria que se hace en este campamento y otros puntos de la frontera de Estados Unidos, no se puede desconocer que quienes cruzan irregularmente la frontera también tienen enemigos gratuitos.
Cuentan los voluntarios que en la frontera se pueden encontrar vehículos con varias personas a bordo, que a menudo tienen cámaras de video y profesan un nacionalismo extremo. Nicholas menciona que en una ocasión se encontró con uno de estos grupos y le dijeron que él ayudaba a terroristas y narcotraficantes que estaban llegando al país. Piensa que así atemorizan a las personas que viven lejos de la frontera.
«Muchos extremistas dicen que es una invasión. Es un lenguaje muy fuerte, están fomentando el odio a los migrantes. Yo soy de Arizona y mis antepasados también son de aquí; mi familia tiene una casa en México. Esta es una zona fronteriza, siempre fue así. Hace 200 años [Arizona] fue México, ahora es Estados Unidos, siempre han pasado personas por aquí. Lo único nuevo de esto es que se están presentando para pedir asilo», refiere Nicholas.
Nicholas sabe que esta narrativa sobre «una invasión y terrorismo» tiene mucho que ver con las elecciones presidenciales que se desarrollarán el 5 de noviembre del 2024, en las que se enfrentarán el actual presidente, el demócrata Joe Biden, y el republicano Donald Trump, quien es la punta de lanza del discurso de odio en contra de los migrantes: «Creo que algunos medios generaron una crisis que no existe. La crisis existe para estos migrantes, pero no para el país. Yo vivo en Tucson, esta noche voy a regresar a mi casa y saldré a cenar con mi novia, o sea, la vida es normal», describió el joven voluntario.
Minutos después, Nicholas sale del campamento en un vehículo de doble tracción, con dos vehículos más. A unos kilómetros de ahí hay familias migrantes que necesitan ayuda.
Siempre hay cosas que hacer en un campamento. Cristy Stewart es una maestra jubilada que ha sido voluntaria en países como Somalia y República Dominicana, y ahora lleva sirviendo siete años con los Samaritanos. Hay grupos de migrantes y voluntarios conversando diseminados en el campamento, mientras Cristy va por las tiendas de campaña doblando y acomodando las sábanas que utilizan los migrantes para protegerse del frío. Por esa época, en la noche, la temperatura oscila entre 8 y 12 grados en ese sector de Arizona.
Cristy cuenta que le provocó un gozo enorme que su labor aliviara el cansancio de una familia ecuatoriana que llegó a una de las tiendas de campaña que ella recién había ordenado. «Quiero que este país reconozca que ellos son humanos. Mira, él es un hijo de Dios, comiendo su naranja tan contento. Han pasado por tanto sacrificio y han dejado todo», menciona, mientras señala a un guatemalteco que exprime con entusiasmo el cítrico.
A Cristy le entristece la forma en la que algunos de sus compatriotas y medios de comunicación se refieren a las personas que buscan mejorar su calidad de vida en Estados Unidos: «He leído un periódico y veo las locuras que la gente está diciendo: que los migrantes son ladrones, que están llevando drogas, que van a matarnos; eso me rompe el corazón».
Labor humanitaria
En el desierto de Sonora se encuentran a menudo recipientes con agua para los migrantes que, en lugar de entregarse a migración, se esconden de la autoridad. Hay también depósitos con alimentos de larga duración, como galletas, que pueden calmar el hambre de un espíritu atribulado. Estos víveres son suministrados por las organizaciones Human Borders, Samaritanos y No More Deaths.
Hay datos que señalan al desierto de Sonora como un terrible asesino, aunque la cantidad de muertos es incuantificable. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), la frontera entre México y Estados Unidos es el paso migratorio terrestre más peligroso del mundo.
En esta frontera ocurrieron casi la mitad de las 1.457 muertes y desapariciones de migrantes documentadas en el continente americano en 2022, aunque la OIM advierte que la cifra está subestimada por falta de datos oficiales de los gobiernos de México y Estados Unidos.
El desierto de Sonora es uno de los más grandes y calurosos del mundo, con una superficie de más de 311,000 km2. Está ubicado entre Estados Unidos —Arizona y California— y México —Baja California y Arizona—. Muchos han encontrado la muerte intentando evadir a las patrullas fronterizas.
Águilas del Desierto, una organización que se dedica al rescate de migrantes desaparecidos en ese vasto territorio, recibe alrededor de 450 peticiones de búsqueda cada mes. Los voluntarios intentan, a veces internándose kilómetros en el desierto, disminuir las muertes de migrantes. Montaron el campamento porque había muchas personas esperando entregarse a la migración; los oficiales tardaban hasta tres días en llegar, y en diciembre hacía mucho frío.
En el campamento se quedan aquellos que quieren iniciar un proceso de solicitar asilo. No tienen intención de correr entre los matorrales del desierto, ni esperar escondidos a que alguien los recoja en automóvil.
Una vez en manos de las autoridades migratorias estadounidenses, serán llevados a un centro de detención, donde tendrán que llenar muchos documentos y les harán algunas preguntas puntuales acerca de la razón por la que están en el país. La posibilidad de que los migrantes, una vez entregándose en la frontera, puedan continuar con el proceso de asilo, depende mucho de las razones que expongan para estar en los Estados Unidos.
Sebastián Quinac, un guatemalteco que llegó de forma irregular a Estados Unidos hace casi 40 años, y ahora lleva décadas ayudando a migrantes que llegan en esa misma condición, explica que en ese primer encuentro con las autoridades migratorias les hacen muy pocas preguntas a los migrantes. En conversaciones con ellos, le han comentado que la pregunta más importante es si tienen miedo de regresar a su país.
A los solicitantes de asilo también se les pide que, una vez lleguen a su destino, realicen una llamada a migración para reportarse. Aproximadamente dos meses después tendrán la entrevista «de miedo creíble», dice Quinac, y agrega que a esa instancia mucha gente no quiere llegar: «ahí es donde mucha gente no quiere pedir asilo». A Sebastián le dicen que no quieren continuar porque saben de otros migrantes que han sido deportados después de eso.
En la entrevista para medir «el miedo creíble», el migrante debe comprobar que tiene una situación de riesgo tal que no puede regresar a su país, demostrar que ha sido perseguido o que tiene un temor fundamentado de que si es devuelto a su país de origen será perseguido, o su vida estará en riesgo. No obstante, este es solo un paso para que el migrante comience con la solicitud de asilo.
El gobierno de Estados Unidos establece que una persona puede solicitar asilo si es víctima de persecución por raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un grupo social en particular, o por sus opiniones políticas.
Por otro lado, están las razones por las que una persona no es elegible para solicitar asilo: si el solicitante ordenó, incitó, asistió, o de alguna otra manera participó en la persecución de alguna persona por motivos de raza, religión, nacionalidad, membresía a un grupo social particular, u opinión política, no puede pedir asilo. Tampoco si fue condenado por un delito serio particular o cometió delitos no políticos fuera de Estados Unidos. Además, no será elegible si la persona presenta algún peligro para la seguridad de Estados Unidos y, por último, no se podrá solicitar asilo si antes estuvo asentado en un país que no era el suyo.
De acuerdo con la ley estadounidense, los migrantes que solicitan asilo deben tener una respuesta en el transcurso de seis meses, pero actualmente las agencias de asilo están desbordadas y tienen más de dos millones de solicitudes atrasadas.
Sebastián tiene un pequeño consultorio en un centro de albergue organizado por Casa Alitas, que es un programa de la Iglesia Católica que brinda ayuda a los migrantes en Tucson, Arizona. La fundación tiene dos refugios donde reciben a los migrantes que ya fueron entrevistados por migración y tienen permiso para circular por el país.
En el refugio, los migrantes reciben orientación para el proceso de asilo e información de cómo llegar a donde su familia o amigos que les esperan. Casa Alitas incluso tiene una pequeña oficina de atención en el aeropuerto internacional de Tucson, Arizona, desde donde muchos migrantes toman vuelos hacia distintos destinos en Estados Unidos, donde los espera un futuro incierto.
Para la red humanitaria de Tucson, el trabajo en Casa Alitas es como cerrar el círculo de la labor humanitaria que comienza ofreciendo a los migrantes taquitos y café caliente, a unos pocos metros del muro de la frontera. Ellos alimentan las esperanzas de personas como Selvin, el único hondureño en el campamento, quien mientras come una tortilla con quesillo repite: «Tengo la fe que lo voy a lograr».