En San Antonio de las Quebradas de Choloma, Cortés, son los padres y madres de familia los que asumen la responsabilidad de que siga en pie la escuela Lempira, ubicada en una comunidad del Merendón. Ahí, en ese centro educativo, son los padres de familia los que luchan, en medio de la pobreza, para reparar la escuela. El ministro de educación Daniel Sponda habla de mil escuelas reparadas en el 2022, dice también que espera duplicar esa cifra este año, pero estas promesas chocan con la realidad que viven los estudiantes de las zonas más postergadas.
Texto y fotografía: Amílcar Izaguirre
Karen Guadalupe Santos es una alumna de sexto grado que para recibir clases camina a diario hora y media desde la comunidad de Chachaguala hasta la escuela Lempira de San Antonio de las Quebradas, una aldea en la cordillera del Merendón que pertenece al municipio de Choloma, Cortés al norte de Honduras. En este recorrido de 6 kilómetros la acompañan sus primos Astrid Nahomy Menjivar y Elvin Samuel Santos Vásquez.
Debido a que en Chachaguala no existe un centro educativo, estos jóvenes tienen que buscar la escuela más cercana para poder recibir clases. Karen, de 13 años de edad, dice que cuando termine la secundaria le gustaría ir a la universidad para graduarse como abogada porque le gustan «las leyes y la justicia».
Caminar más de una hora de una aldea a la otra, es el menor de sus problemas, comentaron, lo que sí les preocupa es que en esta escuela solo pueden estudiar hasta sexto grado y para continuar de séptimo a noveno tendrán que trasladarse hasta la comunidad de La Jutosa, donde sí cuentan con un centro básico. Esta es una barrera que varios alumnos de estas aldeas no pueden superar porque el costo que implica ese traslado es inalcanzable para los padres de familia.
Rafael Fernández, uno de los líderes de esta comunidad, recordó que antes de la pandemia en esta escuela los alumnos podían estudiar hasta el noveno grado, pero debido al poco interés de las autoridades educativas, la situación de la escuela ha empeorado. Hace cuatro años, comunidades del sector como la Florida, Tamarindo, Majaine, Bueno Aires de Chachaguala, las Quebradas, Planes y el Chorrerón hicieron una gestión para que las autoridades educativas les construyeran un centro básico en una de estas aldeas para que los alumnos que salen de primaria pudiera continuar en el nivel secundario, pero no lo lograron.
Para que un joven pueda estudiar en La Jutosa sus padres tendrían que rentar un apartamento y buscar quien cuide de ellos. «Póngale que si un padre de familia de acá quiere mandar a estudiar a su hijo al Centro Básico 18 de Noviembre de La Jutosa, tiene que pagar mensual mil quinientos lempiras de un apartamento y mil en alimentación. Ese costo es inalcanzable para los padres, es por eso que aquí los jóvenes no pueden seguir con sus estudios» comentó Fernández.
La escuela que la comunidad construyó
La gente en la comunidad de San Antonio de las Quebradas cuenta que la pequeña escuela Lempira —ahora con grietas en el suelo y fisuras en la pared— fue construida gracias al esfuerzo de todos los pobladores de la comunidad. Fue en 1990, cuenta Fernández, cuando decidieron construirla. Su vecino Timoteo Guevara donó el terreno y luego comenzaron a hacer actividades como carreras de cintas a caballo para recaudar dinero para los materiales. «Compramos cemento y otros materiales para hacer la escuela. Para ese tiempo no existían carreteras en la zona, todo lo acarreamos a lomo de mula desde la comunidad de la Jutosa» dijo Rafael.
Desde entonces, el único apoyo que han recibido es la asignación de un maestro de manera interina. En 33 años no han podido lograr que se les asigne un docente con plaza permanente, según comentaron los pobladores de esta aldea.
En la escuela Lempira, este año las clases iniciaron con retraso porque hasta hace dos semanas llegó a la comunidad la maestra Rixi Amador quien hace cuatro años estuvo de manera interina dando clases en esta escuela y ha regresado con la esperanza de quedarse. Rixi ya fue a la primera audiencia de selección para aplicar a una plaza, pero falta la segunda para saber si puede quedarse de manera permanente en la comunidad. «Aquí han asignado a otros compañeros, pero debido a las condiciones han desistido. Hay que tener vocación para trabajar en estas condiciones», comentó Rixi.
La comunidad de San Antonio de las Quebradas es una aldea de difícil acceso. La carretera que conecta con la Jutosa es reparada cada cuatro años, según comentó un vecino. Un maestro para poder llegar a la escuela Lempira tiene que caminar por esta carretera no menos de dos horas o esperar que un vehículo de doble tracción suba por la montaña. Varios maestros han llegado a la escuela Lempira pero luego se retiran dejando a los niños sin clases.
La escuela Lempira fue restaurada en el 2004, nuevamente por iniciativa y esfuerzo de los padres de familia de esta comunidad. En la actualidad, el edificio se encuentra en muy mal estado; a simple vista se pueden ver grietas en el piso, el muro caído y los baños deteriorados. Según comentó la maestra Rixi Amador, cuando llueve el agua se filtra entre las paredes y tiene que mover a los niños del aula hasta el corredor de la escuela para que no se mojen «Como acá es una montaña llueve bastante seguido» comentó la maestra.
La escuela tampoco cuenta con materiales didácticos. Sobre un viejo estante, apenas se ven algunos libros de español y matemáticas. Los padres de familia se ven obligados a comprar los libros para que sus hijos continúen con su educación. Maritza Escalón, una madre de familia que se dedica a elaborar y vender pan para sostener el hogar junto con su esposo, comentó que este año le ha tocado comprar cuatro libros y que aún le falta uno para su hijo que cursa sexto grado.
Rafael Fernández, el líder comunitario, comentó que en una ocasión, cuando el techo de la escuela Lempira estaba deteriorado, el narcotraficante Geovanny Fuentes Ramírez les prometió reconstruir la escuela. Fuentes, quien fue condenado a cadena perpetua mas de 40 años por uso de armas prohibidas y tráfico de drogas llegó a la comunidad a ofrecer la ayuda que el Estado no brindó, aunque también quedó en promesa.
Según el ministro de educación, Daniel Sponda, en Honduras existen unas 12 mil escuelas destruidas, de las cuales, el año pasado se repararon 1002. Los padres de familia, junto con el maestro que tenían asignado, hicieron gestiones el año pasado en la Departamental de Educación de Cortés para que les construyan la escuela pero, hasta el momento, no han tenido respuesta. Aún así, mantienen la esperanza de que por primera vez los escuchen.
Sentados en una banca improvisada de bloques y madera, los alumnos de la escuela Lempira ven con entusiasmo a su nueva maestra. Rixi, quien ha tenido la oportunidad de trabajar en zonas rurales y urbanas, comentó que la nobleza de los alumnos de la zona rural es especial debido a los valores inculcados por su padres además de que estos pasan más tiempo con sus hijos en comparación con las zonas urbanas.
El eslogan de la «Refundación de la Educación» en Honduras promovido por el Gobierno de Xiomara Castro aún no hace efecto en la escuela Lempira. No obstante, Karen Alvarado mantiene la esperanza de estudiar el próximo año cerca de su hogar en Chachaguala. «Tenemos familia que vive en la Jutosa, pero no me gustaría tener que salir de mi casa», dijo Karen.