Texto: Josselyn Estrada
Ilustración: Pixabay
Mi nombre es «Ella», me tocó crecer y vivir en una de las ciudades más peligrosas de mi país, una ciudad que también es hermosa, sus calles se tornan rosa entre los meses de febrero y abril, la furia de su encanto se manifiesta en cada espacio de naturaleza y calidez de gente honrada y trabajadora.
Mi vida no fue sencilla, carecí de muchas cosas que eran necesarias para vivir dignamente pero que este mundo injusto se encargó de privarlas para que no tuviera acceso en igualdad de condiciones.
Mi nombre antes era «él», yo me encontraba atrapada en un cuerpo que no era mío, uno que no elegí. Me tocó aceptarme tal como era y reconciliarme con lo que sentía, para luchar cada día de mi vida, para que esta sociedad donde viven me aceptara, una sociedad que me dio la espalda cuando más lo necesitaba por no encajar en su hipócrita estándar moral.
El día que decidí reconocer que las luces que vivían dentro de mi alma eran más importantes que el hecho de tratar de sobrevivir siendo completamente infeliz, ese día fue la primera vez que reencarné.
Tenía la plena seguridad que alguna vez iba a morir porque los seres humanos no somos capaces de mantenernos una eternidad vivos, ahora me doy cuenta lo equivocada que estaba. Un 28 de junio dejé de existir, ese día pensé que ya no regresaría, y probablemente transcendería a otra realidad.
Lo cierto es que las acciones que rodearon mi muerte permitieron que mi alma reencarnara una segunda vez. Después de ver mi cuerpo tirado en el suelo lloré, mis lágrimas rodeaban mi rostro al ver que me habían asesinado las personas que debían protegerme.
Por el contrario fui ignorada por un equipo que debía investigar mi muerte, juzgaron mi vida afirmando que poseía en mi cuerpo una sustancia que representaba la inmoralidad y solo podría ponerlos en riesgo.
Vi a mi madre y mi familia llorar, mis amigos exigían justicia y con una voz poco empática la institucionalidad se las negó. No soporté ver tanta indiferencia y reencarné en esas personas que por años buscaron justicia, reencarné en esa mujer valiente que acompañó a mi madre a pesar de las amenazas y las decepciones. Volví en todas esas personas que llevaron mi caso ante la plataforma internacional después de que en mi tierra no se buscó a los culpables de mi muerte, los dejaron impunes porque consideraron que eso era más importante que hacerme justicia.
Hasta aquí ustedes dirán que no volví, que me quedé aceptando mi deceso y con satisfacción me sentí tranquila por ver mi madre y mis amigos que al fin conseguían justicia, pero no fue así, reencarné por última vez en medidas de presión para que las cumplieran los que en su momento me dejaron desamparada, regresé en las voces de muchas personas que hoy reclaman el mismo derecho que yo reclamé en esa vida.
Esta es la última vez que regresé de la muerte, y se preguntarán por qué considero que es la definitiva, pues la verdad es que yo no me voy, mi espíritu de lucha queda en todos ustedes.
Hoy me siento orgullosa de haberme aceptado como era, pero me siento aún más orgullosa porque revolucioné una parte de la historia, levanté voces y me rebelé al sistema, y no me revelé como “ella”, me revelé con un antecedente para el mundo, me revelé con una política pública y, me revelé por todas ustedes, las que todavía están en la calle sobreviviendo a ser víctimas de lo mismo que me pasó en 2009, lo hice por ustedes, por nosotras, y por las que aún no tienen conciencia.