Texto: Celia Pousset
Fotografías: Jorge Cabrera
En abril de 2022, el músico y cantante nicaragüense Josué Monroy fue arrestado en su casa y expulsado de Nicaragua por policías que lo dejaron sin papeles en la frontera con Honduras después de haberlo hecho firmar un documento que le prohíbe volver a su país. Días antes, se había atrevido a cantar en público En el ojo del huracán, una canción comprometida con el movimiento social de 2018. Mientras Estados Unidos revisa su política migratoria restringiendo la entrada «irregular» de nicaragüenses, entre otros, el régimen Ortega-Murillo continúa mostrando una voluntad de hostigar a sus voces críticas, hasta el quebrantamiento moral y el destierro.
Es la primera vez que Josué Monroy cuenta a un medio de comunicación lo que pasó el 12 de abril de 2022 y los días que siguieron. Siente nervios, hasta «ansiedad». Pero desde un cuarto en Barcelona, «del otro lado del Atlántico», por fin encontró la relativa tranquilidad —y la suficiente distancia— como para relatar aquel día en que, por cantar su país, fue despojado de su país.
«Muchos periódicos quisieron que diera una declaración justo después de los acontecimientos, pero no podía. Desaparecí de las redes sociales por un tiempo. Me escondía. No quería ver ni escuchar nada. Hasta ahora empiezo a poder hablar de eso», justifica Monroy.
El 2 de abril de 2022, tuvo lugar un concierto en la Alianza Francesa de Managua para celebrar el quince aniversario de su banda, Monroy y Surmenage, y de su carrera musical. Monroy organizó ese evento junto a su exmánager, Xóchitl Tapia, como una gran fiesta que reunía a once bandas de Nicaragua de diferentes partes del país. La fecha encajaba también con la conmemoración del cuarto aniversario de las protestas que estallaron en abril de 2018 y que fueron reprimidas.
«Al final del concierto, a las dos de la madrugada –recuerda Monroy– el público me pidió que cantara la canción que había escrito sobre las manifestaciones de 2018. Se llama En el ojo del huracán. Lo dudé. Sabía que era un tema muy delicado. En 2019, un concierto en Masaya había sido cancelado por esa canción. Un integrante de la banda me dijo: «No cantes la canción». Pero el público estaba eufórico y Xóchitl opinó: «Ni modo, vamos para arriba». Entonces terminé cantándola. El público me acompañó de manera tan linda que me llevé el recuerdo de un momento mágico».
Proveniente del disco El vuelo de la medusa, la canción En el ojo del huracán evoca con poesía la lucha de los que se levantaron para protestar contra la política del régimen Ortega-Murillo.
«Los vientos de la nueva era brillan al respirar. En la lluvia se aferran todos juntos de las manos. Gritar no es en vano. No nos vamos a callar. Un grito fuerte desde abril. Todos gritan presente. Un estallido sobre mí, un murmullo sobre la gente (…) En la lluvia se acercan, mueren de par en par. Luciérnagas como estrellas brillan al escuchar un grito fuerte desde abril…».
«Esa música surgió en medio del estrés emocional que estaba atravesando el país. Su intensidad va creciendo. Me inspiré en lo que escuchaba en las marchas. Traté de canalizar la furia que sentía. El ojo del huracán es el momento de calma, pero es cuándo uno tiene que agarrar más fuerza porque viene la otra parte de la tormenta. Si no estás listo, ese viento te parte el corazón», explica Monroy sobre los orígenes de su creación impregnada de la valentía que percibió en la juventud. «En las marchas del 2018, sentía que todas las personas eran como luciérnagas en medio de la oscuridad», dice sonriendo.
A raíz de este concierto, las autoridades cancelaron todas las fechas de Monroy y Surmenage a nivel nacional.
Diez días después, el 12 de abril de 2022, a las dos de la tarde, mientras limpiaba su casa, escuchó que tumbaron el portón de afuera. Monroy supo que lo iban a capturar. Una decena de policías entró a la fuerza. Lo agarraron en short y chanclas, y lo tiraron a la patrulla bajo las miradas impotentes de sus vecinos y de un amigo baterista que llegó a protestar y quien también recibió golpes.
Los policías se llevaron los instrumentos y amplificadores: fue el primer allanamiento. En la patrulla, Josué Monroy preguntó por qué lo estaban arrestando, pero los policías se reían «como si todo fuera un chiste». El músico fue trasladado hasta las instalaciones de la Dirección de Auxilio Judicial (DAJ), apodado “el chipote”, famoso por ser el centro penitenciario construido a la par del excuartel de Somoza cuyo sótano servía de centro de tortura y donde ahora están encarcelados la mayoría de presos políticos de Nicaragua.
Apenas entró, Josué se dio cuenta que ya habían capturado a Leonardo Canales, el batería de una banda que tocó el día del concierto. Poco tiempo después, llegaron Xóchitl Tapia y su esposo, Salvador Espinoza, los dueños de Saxo Producciones, una de las últimas productoras de música independiente (no oficialista) de Nicaragua. «Cuando se enteraron de nuestra captura, los otros músicos, cantautores y cantautoras salieron huyendo del país», cuenta Monroy.
«La celda era de un metro por medio metro –se acuerda el cantante– con barrotes a la altura de la cara y un foco arriba. Ahí no me podía acostar, sólo sentar. Pasamos por un interrogatorio de dos días sin dormir. Nos mandaban a bañar para que tuviéramos frío en la sala de interrogación helada. Nos hacían una y otra vez las mismas preguntas y amenazaban con ir a ver a mi familia y a mis amigos si no hablaba».
Las condiciones de detención y las prácticas de interrogatorio de la policía nicaragüense, empleando métodos de tortura, tienen como objetivo quebrar mentalmente a los detenidos políticos percibidos como «terroristas»,según Daniel Ortega. El 9 de enero de 2023, durante el acto Solemne de Instalación del Período Legislativo 2023, eldictador justificó mantener encarcelados a más de 235 presos políticos –que llamó «criminales», culpables de fomentar el «golpe de Estado» de abril 2018– y afirmó que «ni con una sentencia a cadena perpetua podrán saldar el daño» ocasionado a Nicaragua.
En 48 horas, Monroy pasó entre las manos de ocho oficiales quienes lo entrevistaron por turnos, inquiriendo siempre lo mismo, delatando así la obsesión del régimen por la supuesta injerencia de países extranjeros en los asuntos nacionales: «Las preguntas eran: ¿Quiénes nos patrocinaban? ¿Si era alguna ONG? ¿Qué significaba mi canción? ¿Por qué dediqué una canción a mi mamá el 30 de mayo de 2019 cuando ocurrió también una gran matanza?».
Mientras algunos policías lo interrogaban, otros realizaban el segundo allanamiento en su casa. Le decomisaron todos sus documentos, «todo lo que constaba que soy nicaragüense».
«Me estaban acusando de perturbar el orden público, me querían encarcelar por diez años –explica Josué–. Un joven policía parecía empático, sabía que lo que estaba haciendo estaba mal. Se lo sentí. Cuando, al final, me anunció que me iban a expulsar, me quebré totalmente. Al verme llorar, ese policía se puso nervioso y para consolarme me dijo: “pero vas a estar libre”».
El adiós a Nicaragua
El 14 de abril de 2022, Josué Monroy fue expulsado de Nicaragua: «Pedí el permiso de despedirme de mi familia, pero un policía afirmó que ya sabían que yo iba para afuera. En el camino hasta la frontera me iba despidiendo de mi país por la ventana. Me soltaron en el puente que cruza el río Guasaule, en chanclas y en short, sin nada. Me iban insultando y filmaban con sus celulares. Es algo mental, te quieren hacer sentir mierda. Exactamente así. Me hicieron firmar un documento que constaba que no podía regresar a Nicaragua, de lo contrario me iban a meter preso. Lo firmé. Me tomaron una foto y se fueron».
En el pueblo de la frontera, una familia hondureña le ofreció hospitalidad al apátrida. Se dieron cuenta por las redes sociales que el cuento de Josué era cierto y que «no era un delincuente, sino un cantautor nicaragüense con una opinión».
«Después de tres días, una familia de Tegucigalpa llegó a recogerme en la frontera y me cuidó por cuatro meses. De esas familias hondureñas no puedo decir mucho porque no quiero que les pase nada», advierte Monroy, quien cuida sus palabras y teme, más que todo, causar problemas a los que lo protegieron durante esas largas semanas en las que quedó encerrado en una casa ajena, sin embargo, más abierta que su propio país.
Mientras tanto, no sabía nada de Xóchitl ni de Salvador ni de Leonardo Canales. Vivía ensimismado con el miedo a encontrarse con un hombre en uniforme. Supo después que a la pareja de productores los policías los soltaron en el aeropuerto el 21 de abril y que, luego, pidieron asilo en Alemania. «A Leonardo Canales lo tiraron a la frontera de Costa Rica», dice.
Desde las protestas de 2018 y la represión que siguió, el escenario musical en Nicaragua se dividió —como el país entero— entre los «sapos» y los «puchitos»; entre los que apoyan el Gobierno de Daniel Ortega y los que elevan la voz para defender las escasas libertades que les quedan. Josué Monroy explica que los músicos «sapos» enfatizan la guerra de los ochenta contra el régimen de Somoza y se sirven de la nostalgia como una herramienta de propaganda. ¿Y los «puchitos»? «Se fueron», asegura el cantautor, «casi todos se fueron o han sido expulsados, la mayoría está en Costa Rica y no pueden regresar».
Con el país prohibido a sus espaldas, Josué tuvo que reinventarse una vida, empezando por la nacionalidad. Logró obtener su DNIhondureño y sacar un pasaporte.
«Al final, hice un par de conciertos en Honduras y traté de no hablar de política. Me di cuenta de que varios que estaban en las protestas de 2018 y que se habían exiliado de Nicaragua, desaparecen hasta en Honduras. Me enteré de dos casos. Pero trataba de no mirar noticias para recuperar la cordura y la autoestima», cuenta Monroy.
Los artistas son uno de los numerosos blancos de los ataques, intimidaciones, detenciones y expulsiones del régimen Ortega-Murillo. En 2022, se registraron703 ataques contra la libertad de prensa y 93 periodistas huyeron del país, según un informe de Voces del Sur, una red regional de organizaciones de la sociedad civil de América Latina.
A finales de septiembre, Josué se fue para España como refugiado político. Ahora trata de acostumbrarse a la vida barcelonesa y vivir de su música:«Vuelvo a cantar, tengo un disco en mi mente. Se llamará: Un relámpago a las dos de la tarde».
Monroy y Surmenage no desapareció, mutó. Y su grito seguirá resonando.
* el centro mencionado aquí es el Viejo Chipote, ya cerrado. Los policías llevaron a Monroy en el “Nuevo Chipote” donde ahora están encarcelados la mayoría de presos políticos de Nicaragua.