Texto: Teddy Baca
Ilustración: Pixabay
Escribir sobre derechos humanos y población LGBTIQ+ ha tenido un efecto terapéutico en mí y quizá —espero— para algunos de mis lectores. Por eso sigo haciéndolo: pienso que aquí transmito un poco de la paz que desearía haber tenido en mi infancia cuando descubrí que me gustaban los varones, pero que no pude expresar por el fuerte sentimiento de autocondena que la religión me impuso.
La misma religión fundamentalista que sigue operando (como pasa con la Asociación de Pastores de Tegucigalpa) y que, recientemente, se mostró en contra de que participemos en los desfiles patrios porque «éramos contrarios a los valores y a la ilustración».
Esto es irónico si consideramos que un valor crucial de la ilustración es el respeto a la individualidad ajena y que la ilustración fue todo un hito histórico en contra del fundamentalismo cristiano que estaba detrás de la censura del conocimiento científico.
Pero, ironías aparte, hablando en relación a mis experiencias de vida y del cómo se interrelaciona con el presente texto, muy poco o nada se habla de las infancias y adolescencias que son LGBTIQ+. Por tanto, no suele darse la visibilidad a la discriminación que niños, niñas y adolescentes reciben de padres, madres, autoridades religiosas y educativas (cuando aplique) ni de sus efectos graves en el desarrollo de la individualidad (para mayor información sobre esto, los invito a revisar el estudio sobre Salud Mental y Diversidad Sexual). En cambio, cuando se habla de diversidad sexual en este país, usualmente existen 2 consignas falsas:
- Pensar que la heterosexualidad y la identidad cisgénero son «predeterminadas».
- Pensar que la orientación sexual y la identidad de género son «elecciones adultas».
El objetivo es condensar los principales hallazgos de la investigación sobre el origen de la diversidad para que estas consignas sean superadas, ya que en su ignorancia es que se fundamenta el discurso reaccionario sobre la «ideología de género».
Primer acto: Enfoque biológico
Las ideas de que la orientación sexual y la identidad de género estén determinadas por las hormonas, los genes, estructuras del cerebro o el ambiente uterino de nuestro desarrollo antes de nacer no son nuevas. El Centro Humanístico de Estudios de la Sexualidad fue pionero en esto, pero fue incendiado por los nazis en la época victoriana.
La investigación de hecho ha encontrado que existen estructuras del hipotálamo que influyen considerablemente la orientación e identidad. Dick Swaab, neurólogo reconocido en Holanda por ejemplo, menciona que dichas estructuras suelen determinar ambas —orientación e identidad— a los pocos años de nacimiento; para saber que estructuras específicamente, les invito a leer Somos Nuestro Cerebro, que es de su autoría.
Hace unos años se propagó la idea amarillista de que «el gen gay no existe», y, en efecto, no existe, pero tampoco existe el gen heterosexual: lo que sí existen son marcadores genéticos que cofluyen en la orientación sexual. El estudio del genoma humano lo menciona, pero si acaso hay que agregar otros ejemplos, Dean Hamer, Rice, Frieberg y Gravilets también lo evidencian. Otro caso son los estudios de hermanos que suelen encontrar que existe mayor coincidencia de homosexualidad entre gemelos idénticos que entre hermanos mellizos o hermanos comunes: los genes son la base, pero no determinan por completo la sexualidad o la identidad.
Por otro lado, la investigación sobre hormonas ha tenido una considerable evidencia. Chuck Roselli menciona ese hallazgo en Neurobiología de la Orientación Sexual e Identidad de género. Las variaciones muy tempranas de hormonas pueden ejercer un impacto crucial en el hipotálamo, la exposición de hormonas en la adultez poco o nada influye en los intereses sexuales, lo que afirma de que ambos elementos de la personalidad son, esencialmente, determinados en la infancia o adolescencia.
Además de las hormonas, existen hipótesis sobre la nutrición y el impacto del exceso de estrés en el embarazo como causales de las diferentes orientaciones sexuales, pero el que más resalta es el de Ray Blanchard, quien dice que la respuesta inmune puede influir en la expresión de hormonas de varones conforme nacen más. Es decir, los hijos menores tendrían más probabilidad de ser gay o bisexual; sin embargo, ninguna de estas hipótesis del desarrollo uterino explican los casos a nivel universal.
Segundo acto: Enfoque Sociocultural
El interés sobre los factores sociales de la sexualidad suelen tener una carga peyorativa, los psicoanalistas ortodoxos como Irving Bieber piensan que las dinámicas de familia como un padre ausente o poco participativo y una madre dominante influyen en la orientación homosexual.
Sin embargo, desde finales de los los 80 esta idea carece de credibilidad, los enfoques sistémicos de la psicología han encontrado familias y patrones de crianza de todo tipo en personas cisheterosexuales y LGBTIQ+.
Otras líneas de pensamiento sobre el origen social son el abuso sexual y las experiencias tempranas adolescentes heterosexuales fallidas, pero ambas cometen el mismo error: confundir causa con efecto, pues si una persona es LGBTIQ+ es bastante usual que las experiencias heterosexuales (que normalmente son coaccionadas por la cultura heteronormativa) resulten incomodas. Y en el caso del abuso, ser LGBTIQ+ nos pone en un doble riesgo ante la violencia, por lo que existen agresores sexuales que pueden ver las infancias y adolescencias diversas como víctimas «especiales».
La teoría del etiquetamiento habla de que si pensamos que somos gays eventualmente tendremos una orientación gay (por decir un ejemplo); usan de evidencia los estudios transculturales donde observan mayor población LGBTIQ+ en un país que en otro, pero también presentan dos problemas enormes:
- Los censos no muestran a toda la gente que vive en el clóset o que no se reconocieron como LGBTIQ+ debido a la cultura, solo muestran a quienes viven abiertamente como tales.
- Habemos muchos LGBTIQ+ que conocimos etiquetas hasta años después de descubrir nuestros gustos, por tanto esto contradice a la teoría en su elemento central.
Lo que sí es cierto, que conforme una sociedad muestre más respeto y aceptación, más personas tendrán el valor de salir del clóset (expresión de la sexualidad o identidad ante amigos, familia u otros contactos), o incluso explorarán su sexualidad, cuestionando la que pensaban que tenían, en este tema recomiendo el libro Homosexualidad y Psicología de Ruben Ardila.
Claramente no promuevo la actividad sexual en infancias y adolescencias, lo que menciono es que ambos aspectos (la atracción y la identidad) emergen a una edad temprana. Y me pongo de ejemplo para ilustrar: supe de mis gustos a los 8 años, salí del clóset hasta los 16, pero tuve relaciones hasta los 21 años.
Tampoco la orientación sexual y la identidad de género parecen ser adquiridas por modelamiento. La mayoría de hijos de parejas del mismo sexo son de hecho heterosexuales. Charlotte Patterson es una referente en el tema; si fuese aprendida por observación/modelamiento, no pasaría esto.
Sobre la identidad de género, existe la creencia de que si educamos a los niños con roles «femeninos» y a las niñas con roles «masculinos» estos se convertirán en transgéneros en su adultez. Esto es falso, además de que los roles de género son en sí mismo problemáticos, ¿acaso existe una ley natural para pensar que, por ejemplo, los hombres no deban usar falda o el pelo largo? ¿O que las mujeres deben saber cocinar? No la hay, los roles son una construcción social y la identidad no es igual a los roles.
Hay otras ideas que caen en lo absurdo, como creer que estamos poseídos por demonios sexuales, comer pollo frito tratado con hormonas, la autoginefilia, etc. Ninguna institución seria de salud mental apoya estas creencias.
Tercer acto: Interaccionismo
Aunque ni la biología ni la cultura —interpretadas sin sesgos morales— pueden explicar por sí solas y por completo el origen de la orientación sexual e identidad de género, sí pueden explicarlas mejor en conjunto.
Tanto la Asociación Americana de Psicología, como la OMS, reconocen esto, así como la Asociación Americana de Pediatras. Comúnmente la psicología del desarrollo habla de que en la adolescencia o incluso años antes se determina nuestra orientación sexual o identidad, aunque es cierto que existen personas que toman más tiempo de descubrirlo.
Otro tema a mencionar es la fluidez sexual que existe en algunas personas que mencionan haber transicionado de una identidad u orientación hacia otra o que constantemente su sexualidad no se define en un «100 % heterosexual o gay». También existen diferentes grados de bisexualidad —esto no debe confundirse con el fraude de las mal llamadas «terapias de conversión»—. En realidad, una persona no puede cambiar su sexualidad de forma deliberada ni tampoco por procedimientos externos, realmente no se puede hablar de una elección sobre lo que fisiológicamente nos atrae, tampoco el género es una cuestión elegible como si se tratara de un menú de comida. No se pueden prevenir. Sin embargo, lo que sí se ha hecho es inducir un miedo enfermizo o el odio hacia la diversidad en la juventud, como agresiones que se disfrazan de disciplina, o incluso acciones como llevar a varones a prostíbulos (supuestamente para prevenir la homosexualidad, pero en lugar es un claro ejemplo de abuso sexual). Los fundamentalistas y los ultraconservadores han querido hacernos creer que somos nosotros quienes nos imponemos solos nuestra identidad y nuestro género por el hecho de expresar nuestros sentires en medios de comunicación o de salir juntos en la calle.
¿Es relevante saber por qué somos como somos?
Es relevante para entender, para autoconocimiento, pero en materia de derechos humanos es irrelevante porque estos se adquieren al nacer, no tienen una condición.
Es relevante también para conocer los orígenes de la orientación sexual y la identidad de género y con ellos refutar lo que muchos denominan «ideología de género». Y también es importante porque las preocupaciones de que los niños, niñas y adolescentes sean LGBTIQ+ responden meramente a prejuicios.
El sueño es tener una nación donde todas las familias sean el primer lugar seguro para las personas LGBTIQ+. Callar las infancias diversas no es protegerlas; imponer la heterosexualidad no es preservar los valores ni educar; mantener un sistema binario no es natural, porque no hay un deber ser en existir.
Nuestras existencias y libertades no son ideologías, ni algo patológico o aberrante, tampoco nos imponemos porque no obligamos a nadie a mirarnos o a ser como nosotros. Existimos, sí, y merecemos crecer en la libertad que tienen los y las personas cisheterosexuales, sin exclusión ni estigmas hacia el género o la sexualidad.
Finalizo con las palabras de Paulo Freire: «Aceptar y respetar la diferencia es una de esas virtudes sin las cuales la escucha no se puede dar».
Escuchemos las infancias y adolescencias diversas, su salud mental depende de ello.