Texto: Javier Carrington
Ilustración: Pixabay
No es el primer artículo que comparto en este espacio diverso, por lo que ya he mencionado un poco de mi historia anteriormente, pero hoy quiero hacer la reflexión sobre esas masculinidades heteronormadas que tenemos los hombres gays.
Cuando nacemos en un país como Honduras, la mayor parte del tiempo nos dicen cómo tenemos que ser en casi todos los aspectos de nuestra vida: tenés que estudiar esto, tenés que vestirte así, hablar así, esa compañía no te conviene. En fin, la vida está llena de recomendaciones –en su mayoría absurdas e impositivas.
Pero, ¿quién nos tiene que decir cómo deberíamos ser nosotros los hombres gays del siglo XXI en el año 2022 en Honduras? Por lo menos, según mi experiencia y la de muchos, siempre nos han dicho cómo debemos de ser los hombres gays. Y el problema no es tanto que esta sociedad, injusta, nos diga cómo ser, sino que la sociedad hondureña sigue sin tener claro que nosotros –los hombres gays– como subgrupo de la sociedad también somos, a su vez, subdiverso. Hay hombres gays negros tanto masculinos como afeminados; hay hombres blancos y altos, con cuerpo esbelto, y otros con sobrepeso; hay estaturas distintas. En fin, hay feminidades y masculinidades distintas. Y todos esos somos nosotros los hombres gays. El problema es cuando nosotros no cuestionamos y dejamos que nos encasillen en un perfil social que al final solo genera estigma contra nosotros mismos.
Hace aproximadamente un mes, me presente a un supermercado y, al momento de pagar, un cajero masculino me preguntó: «¿Es suyo ese cepillo rosado?». Me lo pensé un segundo y respondí: «Sí, es mío». Él me quedó viendo y, de una manera muy predispuesta y poco feliz, me respondió: «Está bonito el color. ¿Es para su hija?». Frente a su evidente sarcasmo, refuté:«Es para lavarme mis dientes. ¿Hay algún problema en eso?».
Pero él ya no respondió. Así que seguí: «¿Qué pasa? Un hombre masculino y femenino a la vez, de un metro con ochenta, ¿no puede usar un cepillo rosado porque el rosado es debilidad?». «No lo tome a mal –me dijo–, disculpe», después me cobró muy nerviosamente, y le dije: «Soy un hombre gay un poco masculino que quiere un cepillo rosado; hay que aprender a ser prudente».
Este es un pequeño ejemplo de cómo constantemente nosotros los hombres gays estamos siendo cuestionados sobre nuestras masculinidad y feminidad. Lo cierto es que no debemos de dar explicaciones a menos que queramos, pues la sociedad es injusta. Sobre todo, las redes sociales nos tienen muy banalizados corporal y socialmente, y es por eso que siempre debemos de cuestionarlo todo.
Hoy me siento muy feliz con mi cepillo de dientes color rosado y lo que este representa en mi reivindicación. Mi cepillo rosado me revindica, me digo. La sociedad nos quiere débiles, pero no lo somos, siempre estaremos siendo cuestionados, pero mi masculinidad y feminidad como hombre gay me construye. Ni la masculinidad es fuerza; ni la feminidad, debilidad. Históricamente –como hombres gays– tenemos que romper esos dogmas que adoptamos y que se vuelven en heteronormas