Texto: Omar Cruz
Ilustración: Pixabay
Paul era un chico simpático que vivía con sus padres y sus dos hermanos, eran una familia muy unida. Residían en las afueras de la ciudad, por aquello de la comodidad que permite estar cerca de zonas boscosas y alejadas del ruido insano de los motores de los vehículos en la ciudad. A pesar de eso, no eran del todo felices.
Cuando se trasladaron, los chicos dejaron a sus amigos para iniciar una nueva vida. En el pueblo que habitaban las cosas iban bien, los vecinos eran gente amable y cálida, pero sucedía que los muchachos no se adaptaban a sus nuevos amigos, y no tenían opción: les tocaba conformarse sin protestar.
De todos sus hermanos, Paul era el más despierto, ya que cursaba el tercer año de la carrera de Ingeniería Biomecánica en la universidad. A él desde casi siempre le atrajeron las cosas relacionadas con la creación de los cuerpos y su ingeniería. A veces se le escuchaba comentar que «Dios era el ingeniero biomecánico más capacitado del que había escuchado». Paul había ganado un par de competencias en ingeniería, sus planteamientos acerca de la inteligencia artificial dejaban en estupor a propios y extraños. Sus padres estaban orgullosos de él, sabían que le esperaba un futuro brillante y, sobre todo, un presente lleno de muchos retos. En el joven entró una tremenda curiosidad luego de haber leído el libro Así habló Zaratustra de Friederich Nietszche, la Teoría del Superhombre fue algo que llamó su atención de alguna manera y un día, mientras salía de clases, se le ocurrió una idea, pensó en utilizar sus conocimientos biomecánicos para crear algo, que de manera física e intelectual, semejara la idea del autor alemán.
Tuvo la suerte de que sus clases en la universidad habían terminado, y ese tiempo lo aprovechó para estar toda la semana siguiente encerrado en su laboratorio improvisado, allí se la pasó maquinando aquella idea, creando planos y pensando en la forma que le daría a la estructura ósea. Su familia estaba preocupada ya que se estaba obstinando demasiado con aquella idea, casi no salía a comer y cada vez estaba más pálido. Pero él les comentaba que ese encierro era necesario, ya que tenía que entregar ese trabajo, como parte de una tarea al volver a clases en la universidad. Sus padres lo comprendían ya que sabían que era un chico muy responsable con sus actividades, así que decidieron dejarlo seguir. Mientras eso sucedía, Paul había avanzado mucho en su proyecto, ya tenía manos y piernas elaboradas, y otro tipo de artefactos para dominar el prototipo de ser humano que iba desarrollar.
A la tercera semana, el chico le comentó a sus padres que su proyecto estaba casi terminado, sólo necesitaba un ingrediente especial, y, después, serían ellos los primeros en ver el resultado. El joven pensó que sería mejor utilizar un ser humano real para probar aquellas partes que había elaborado. Se preguntó quién podría ser el indicado, su padre, su madre o uno de sus hermanos. Era una decisión difícil ya que, el que fuera elegido, tenía que ser desmembrado para poder agregarle las partes biomecánicas. Esa misma noche, sin perder mucho tiempo, tomó la decisión.
Al siguiente día salió a comprar y volvió con muchas cosas que no mostró a nadie, llegó a casa y se fue a su lugar de trabajo. La idea que tenía era que la única persona capacitada para ser ese híbrido humano que iba a crear, era él, así que fue a comprar anestesia, guantes, cuchillas, una sierra, suero y unas pintas de sangre. Claro está que no lo haría en pleno día, pensó que la noche sería un horario perfecto para hacerse la operación. El pronosticador de turno en el noticiero anunció que una lluvia con una tormenta eléctrica fuerte caería desde las diez en adelante aquella noche. Paul vio una luz en ello, ya que sería una gran ventaja para que no escucharan algunos de sus gritos por el dolor.
El reloj del joven marcaba las diez treinta y cinco, en su casa todos estaban descansando, este era el momento para empezar con su trabajo. Desde antes ya tenía las herramientas listas e inició por colocarse un pañuelo en la boca y un torniquete en el brazo izquierdo, ya que pensó que por ahí podía comenzar. Se inyectó una dosis de anestesia, y procedió a mutilarse con la sierra y las navajas que había conseguido. Estaban muy bien afiladas, el brazo cayó y, junto a él, un par de lágrimas y unos pequeños gritos por el dolor que debido a la tormenta eléctrica nadie escuchó. Se colocó el brazo artificial y otra vez unos pequeños quejidos, pero nada más pasó. Procedió a probar el movimiento y funcionaba a la perfección, al parecer estaba teniendo éxito. Siguió con su pierna izquierda, pero antes se sentó en su cama para evitar caerse. Fue la misma operación: aplicó anestesia, un corte rápido y la pierna estaba en el suelo junto a unas gotas de sangre y un par de lágrimas. Después se colocó la pierna artificial y unos quejidos acompañaron el sonido de un ensamble que había sido exitoso, luego probó los movimientos y funcionaba a la perfección.
Se quedó en la misma posición, procedió con la siguiente pierna, se inyectó otra dosis de suero y anestesia, y, mientras daba un suspiro profundo, se mutiló la pierna derecha y rápidamente se colocó la artificial. Respiró profundo, tenía el rostro lleno de lágrimas, el suelo estaba lleno de sangre, pero su obsesión por crear algo más impactante que el superhombre le impedía detenerse. El dolor que sentía era insoportable, así que decidió parar un poco y se fijó que en su reloj ya eran las dos de la mañana: había pasado cuatro horas y media en aquel tormento y lo había resistido, ya que aún no se había desmayado.
Sólo le hacía falta la mano derecha, esta la dejó de último pensando en que, si algo salía mal, perder otra extremidad sería poca cosa ya que ese brazo era su base de apoyo. Nuevamente se armó de valor, se inyectó otra dosis de anestesia y también pintas de sangre –sentía que iba perdiendo mucha en la medida que había mutilado sus extremidades–. Se amarró con más fuerza el torniquete y procedió a cortarse la última extremidad, fue un sólo tajo y también más lágrimas cayeron junto a más sangre. Después de un grito ahogado que dio, se incrustó la última extremidad artificial, y con ello, casi daba por finalizada su transformación a un ser humano trascendental, que había roto las barreras de lo común. Luego de eso se desmayó, no le ajusto para seguir viendo su nueva figura y tampoco se pudo fijar que su reloj marcaba las tres y treinta de la madrugada.
A la mañana siguiente, su madre tocó a su puerta, él la escuchó, estaba dispuesto a mostrarle que se había convertido en un ser con capacidades inimaginables, ya que cada extremidad que se colocó tenía incrustado un microchip que lo volvía un humano más cercano a lo divino, tanto física e intelectualmente. Es decir, un semidios artificial.
La puerta seguía sonando y en esta ocasión, también sonó su despertador, se levantó de la cama, se quitó los lentes de realidad virtual y abrió la puerta. Su madre le vio y le comentó que casi era hora de ir al colegio, él se le abalanzó, le dio un abrazo y un beso muy grande.