Texto: Jorge Paz Reyes
Fotografía: Jorge Cabrera
Tenía tan solo 7 años cuando el golpe de Estado de 2009 ocurrió. Y, por alguna razón, mis memorias del golpe se mezclan con las memorias del terremoto de ese mismo año. Tal vez será porque ambas memorias comparten un ambiente de preocupación e incertidumbre. En fin, era muy pequeño para entender la gravedad de las cosas y lo único que recuerdo con toda claridad es que, un poco después de lo sucedido, nos fuimos del país.
Trece años han pasado y me encuentro otra vez en Honduras, con una formación estadounidense, una identidad mezclada y los mismos líderes en el poder.
El golpe redefinió muchos aspectos de la sociedad hondureña. La dictadura que le siguió dio inicio a un éxodo masivo, que formó la diáspora a la que pertenezco. Como muchos jóvenes migrantes, no tomé la decisión de emigrar, la tomaron por mí y, por lo tanto, me tocó construir una identidad hondureña a la distancia.
Al principio uno no se da cuenta de lo importante que es preservar esa identidad natal, especialmente cuando estás ocupado adaptándote a un nuevo lenguaje y cultura. Pero, al ir creciendo, te vas dando cuenta que parte de tu identidad no encaja con tu entorno; que –de una u otra manera– hay pedazos de tu identidad que vienen amarrados con tu cultura natal. Como migrante joven, la conexión con tu país de origen es algo que con el tiempo se vuelve necesidad. Sin embargo, en el camino te das cuenta lo difícil que es formar una identidad mientras tu país se desmorona dentro de una dictadura.
Estaba en la secundaria cuando empecé a decir orgullosamente que era de Honduras, «de San Pedro Sula», decía con mi acento latino. Y la respuesta de mis maestros casi siempre era «¿No es esa la ciudad más peligrosa del mundo?». Y con pena y enojo les decía «No, no, esa es una exageración», sabiendo bien que, sin importar lo que dijera, no cambiaría la imagen definida de San Pedro Sula. Lastimosamente, coincidiendo con mi época escolar, del 2011 a 2014 mi ciudad natal fue considerada la ciudad más peligrosa del mundo con un tasa de 148 homicidios por cada 100 mil habitantes.
Con mis amigos era un poco más fácil lucirme con mi cultura hondureña. Los introduje a las baleadas, les enseñé un baile de punta bien improvisado y, aunque no lo entendían muy bien, los puse a escuchar a Polache una y otra vez. Sin embargo, el tema de la política y de la inestabilidad siempre regresaban. Nunca faltaba la pregunta «¿Y por qué te viniste?». O el comentario «Allá es bien peligroso ¿verdad?»
Las elecciones de 2017 y el narcotráfico marcaron otro punto de conversación. Después de que las elecciones recibieron una pequeña cobertura internacional y Honduras fue catalogado como un «narcoestado», el fraude electoral y la inestabilidad social se volvieron otra mancha en la formación de mi orgullo hondureño. Cuando hablábamos de política, me enojaba que mis profesores usaran a Honduras como ejemplo de la triste realidad centroamericana. Por supuesto, sabía que mucho de lo que decían era verdad y que la situación en Honduras era grave, pero me frustraba que solo de eso se hablara y que parte de mi identidad era sinónimo de corrupción, violencia y narcotráfico.
Sin embargo, el deseo de formar un orgullo hondureño siempre fue más grande que la frustración. Con el tiempo aprendí a enfocarme en lo bueno dentro de lo malo. En la universidad aprendí acerca de la huelga bananera de 1954, del valor de los campesinos y cocineras y de su arduo activismo. El movimiento laboral de Honduras me llevó a enfocarme en la resistencia y luchas del pueblo hondureño. Una lucha liderada por activistas como Berta Cáceres y «Los Indignados».
A pesar de que la narrativa de Honduras se enfoca principalmente en la migración y la violencia, he aprendido a resaltar detalles que demuestran otro aspecto de la experiencia hondureña. Detalles como la marcha de «las antorchas», los cacerolazos y los diferentes colectivos sociales que, a la distancia, me hicieron sentir orgulloso de ser hondureño.
Para el joven migrante, formar una identidad es una constante batalla entre lo vivido y lo heredado. Una batalla que se vuelve compleja cuando lo heredado está manchado por una dictadura cruel y violenta. A trece años del golpe de Estado de 2009, puedo decir que, dentro de mi privilegio e ingenuidad, he podido construir un vínculo con mi país natal inspirado en la lucha y resistencia del pueblo hondureño.
2 comentarios en “Entre lo vivido y lo heredado”
Es un artículo muy bueno , basado en hechos verídicos ,jóvenes como tú deberían conocer los problemas de tu. Patria aunque residan en otro lugar.Jorge deseo q sigas adelante ,se q tendrás un gran futuro. San Pedro Sula te espera nuevamente .Felicidades
Te felicito Jorge, porque a pesar de tu corta edad a la que inmigraste a USA. No te olvidaste de tus raíces.