Por José Adán Castelar
En la nación más desprestigiada de la tierra, en donde a cada minuto ocurre un crimen, aquel niño quiso romper con el maltrato y huir, buscar su familia que, en ese país, viven como perros y gatos. Pero no tenía dinero para costearse el viaje, atravesar el invierno y llegar hasta donde deseaba; por eso decidió, por su cuenta y riesgo, viajar escondido en un tren. Antes juntó lo único que le interesaba, la única gloria que a su edad podría mostrarle al mundo: sus cuadernos, sus notas escolares.
Un día, sin que nadie lo supiera, ni Dios ni el conductor, emprendió el viaje hasta que en un lugar parecido a un horno nazi, fue descubierto hecho cadáver, todavía abrazado a unos papeles que mucho o nada prometían de él, congelado en un sitio cuando intentaba demostrar que no hay que aceptar ninguna tiranía, que hay que buscar la libertad y el amor donde quiera que estén, aunque nos cueste la vida y la infancia, aunque ya nunca pasemos el grado.
Este cuento se reproduce con la autorización y gentileza de los herederos del autor.