Una madre siempre sufre si un hijo se va lejos, sobre todo si huye porque ya no hay nada que su país pueda ofrecerle. Pero si su hijo es secuestrado en el camino, el sufrimiento se agudiza y la esperanza de verlo de nuevo se convierte en lo único que empuja a seguir viviendo. Este es el relato de una madre que nos ha pedido proteger su identidad, porque ahora su hijo regresó al lugar del que huyó. El miedo continúa.
Texto: Allan Bu
Fotografía: Martín Cálix
Aquel día, Aminta* estaba viendo el canal estadounidense Univisión, cuando recibió una llamada perturbadora: Su hijo Alejandro* le hablaba para despedirse. El muchacho se había ido indocumentado unos días atrás y en el momento que tomó el teléfono estaba ahogándose en un contenedor abandonado por los coyotes. Alejandro se despedía de la vida.
Ahí comenzó una pesadilla para Aminta en la que se conjuga el sufrimiento de quienes ven a sus hijos partir y la desesperanza que produce saber que su país no ofrece opciones para vivir.
Aminta tiene 57 años y es maestra de educación primaria desde que tenía 16 años, por lo que ya tiene más de 40 años de servicio.Se casó dos veces, pero vive sola con un hijo adolescente. Su primer esposo murió y el segundo migró hacia Estados Unidos. Abandonó la familia. Durante más de 10 años estuvo sin comunicarse y cuando regresó a Honduras, ella lo rechazó.
Todas las familias en Honduras tienen historias de migración y las cosas no han cambiado desde que Aminta vio partir a su esposo. Un estudio realizado en 2013, realizado por Vladimir López, investigador del Centro de Investigaciones en Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas), revela que en 1990 en Estados Unidos había 108,000 hondureños y que en el 2010 ya eran 633,000.
Esta cifra ha aumentado exponencialmente en la última década, especialmente desde 2018, cuando miles de hondureños se han organizado en multitudinarias caravanas rumbo a Estados Unidos. La última fue en el año 2020, ni la pandemia impidió que unos 7200 hondureños se juntan para salir del país. Fueron golpeados en Guatemala.
Ahora, de acuerdo con datos del Departamento de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP) la migración aumentó con el ascenso al poder de Joe Biden en 2021. En febrero del año en curso, 100 mil personas cruzaron la frontera de forma ilegal. La mayoría mexicanos, guatemaltecos, salvadoreños y hondureños.
Esta vez, uno de esos tantos inmigrantes era el hijo de Aminta, que ha vivido en unas de las zonas de San Pedro Sula con más incidencia criminal. Zona de pandillas y balaceras. Ahí ha vivido y ha trabajado.
Aminta tiene dos hijos, el menor estudia Hostelería y Turismo en la Universidad y su hijo mayor estudió mecánica automotriz. Fue él quien hizo la llamada a Aminta cuando sentía morir asfixiado en un contenedor. Para entender cómo llegó Alejandro al contenedor, hay que pasar por uno de los males de este país: la violencia endémica que genera la inseguridad.
Pese a que el gobierno pregona su lucha contra la violencia e inseguridad, el país sigue siendo tierra fértil para el crimen. En enero 2021, 14 personas aparecieron encostaladas en San Pedro Sula, Tegucigalpa, Tela y Choloma con leyendas sobre ellos que decían «extorsionador». «Este tipo de delito no es nuevo, la cantidad de personas que han aparecido es lo que nos llama la atención», dijo a la Agencia Efe, Jaír Meza, portavoz de la Policía Nacional.
En el 2020, un año de pandemia donde hubo meses de total encierro y otros de un confinamiento controlado, la violencia no paró. Según datos de la Policía Nacional, en el año en cuestión hubo 3,289 homicidios.
Durante su administración, Juan Orlando Hernández, Honduras ha dedicado miles de millones de lempiras a la lucha contra la inseguridad. En el presupuesto para el año 2021 la Secretaría de Seguridad recibió un monto de 6,970 millones de lempiras (290 millones de dólares) y para la Secretaría de Defensa se aprobó 8,464 millones de lempiras (352 millones de dólares).
Pues bien, Alejandro tuvo que salir del país porque la violencia tocó su puerta. Había conseguido un empleo como mecánico en Roatán con una empresa reconocida, aunque él y su esposa vivían en Puerto Cortés. En ese trabajo, hubo conflicto entre el jefe y otro empleado, este fue despedido y amenazó a Alejandro con «echarle» una de las pandillas que han sembrado zozobra en el país.
Días después, el hijo de Aminta se dio cuenta que era vigilado. En dos ocasiones vio que el excompañero amenazador, acompañado de otros hombres, lo esperaba cerca de donde él tenía que bajarse o tomar el autobús. No lo dudó. Decidió renunciar a su trabajo y emprendió el viaje hacia Estados Unidos.
Viajó sin informar a su madre, quien pensaba andaba en Guatemala cumpliendo encomiendas de su patrono. Aminta se enteró que su hijo se había ido «mojado» el día que llamó a la casa y su nieto le preguntó: «¿Abuela y es que usted no sabe que mi papá se fue para los Estados Unidos?», después de eso logró comunicarse con él.
Un día su corazón se encogía viendo las imágenes de un contenedor transmitidas por Univisión, que según los periodistas llevaba 200 inmigrantes. En ese momento recibió la llamada de su hijo: «Madre la llamo para despedirme, porque creo que no la voy a volver a ver. Me estoy ahogando», escuchó del otro lado.
—¿Hijo estás en el contenedor?, le preguntó producto de esas corazonadas que solo una madre puede tener. Mientras hablaban en la pantalla se miraba que patrullas de la policía mexicana llegaban al lugar.
—Estoy dentro del contenedor mamá, le contestó Alejandro.
—Llamá a la policía hijo, que te agarren, pero que te saquen, clamó la madre.
Cuando la llamada terminó la angustia fue terrible. Minutos después la policía abrió la puerta del contenedor y ella observó en vivo, a cientos de kilómetros de distancia, como su hijo saltó del contenedor y se perdía en un matorral. «Ahí supe que mi hijo estaba vivo», nos dice Aminta. Cuándo volvió a recibir una llamada, su hijo le dijo que estaba en un monte, pero no sabía dónde. Lo acompañaban unas ocho personas y seguía en camino hacia el norte.
Unos tres días después de ver aquella impactante escena en la televisión, Aminta estaba dando clases en la escuela cuando recibió una llamada. Pensó que era su hijo para ponerla al tanto de sus avances. Al contestar le dijeron: «Somos Los Zetas y le tenemos a su hijo, queremos ciento y pico de miles de lempiras y si no pues…», deja en suspenso y no termina de contarnos lo que seguramente fue una amenaza de muerte.
Le enviaron fotos y escuchó un par de palabras de su hijo. Ella pidió un poco de tiempo para conseguir el dinero: «Tiempo no tiene, muévase ya y cuidado le habla a la policía porque nosotros manejamos todo», la amenazaron.
Recuerda que al cortar el teléfono se quedó callada. Angustiada, pero confiada: «Tenía mis centavos en el banco», dice. Para alargar sus penas, cuando quiso hacer el envío a México no pudo. «El banco no me aceptaba mandar el total que me pidieron y con familiares hicimos envíos de “veinte en veinte”».
Los ahorros se agotaron, pero Aminta compró unos días de relativa tranquilidad. Armando siguió su camino. Ahora los que habían sido sus captores lo cuidaban con alimentación, ropa y un techo donde dormir.
Los movían de casa constantemente y siempre tenían que cumplir tareas. En una ocasión tuvieron que hacer un enorme agujero sin saber para qué. «Aquí no se pregunta», le dijo Alejandro un día. El celular se los prestaban por poco tiempo, aunque les daban ropa y comida. «Los que pagamos estamos tranquilos. A los que no lo hicieron no los hemos visto», le contaba su hijo.
Aminta cuenta la historia como si ella hubiera sido una espectadora omnipresente. Cuenta que cuando el grupo donde iba su hijo ya estaba en la frontera norte sus captores llenaron sus mochilas con una carga que ellos solo podían imaginar qué era. «Aquí no se pregunta», repetía con frecuencia Alejandro.
Muy probablemente lo que transportaban eran drogas, una industria que puede mover miles de millones de dólares en los Estados Unidos. Según un estudio realizado por la Rand Corporation, los estadounidenses gastaron 150,000 millones de dólares en comprar drogas en el año 2016. La disputa por territorio de paso o venta de drogas ha incluido a Honduras, Guatemala, El Salvador y México en la lista de los países más violentos del mundo.
En Honduras, el hermano del presidente Juan Orlando Hernández fue condenado por delitos de narcotráfico en la Corte del Distrito Sur de Nueva York a cadena perpetua más 30 años. En el juicio el mandatario hondureño fue mencionado en reiteradas ocasiones como co conspirador. Lo mismos pasó en el juicio de Geovanny Fuentes Ramírez, de quien la Fiscalía de Nueva York dijo era socio de Hernández.
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Una vez en territorio estadounidense, con el «sueño americano» al alcance de la mano, Alejandro fue nuevamente secuestrado. Había pasado un poco más de un mes del secuestro anterior y ahora estaba en manos de los «Escorpiones Negros».
La única referencia a un cartel encontrado en medios mexicanos con el nombre de «Escorpiones», indica que estos son una facción armada del cartel del Golfo, que mantiene una sangrienta disputa en el estado de Tamaulipas con Los Zetas para controlar el paso de estupefacientes a Estados Unidos.
Cuando Aminta ya esperaba buenas noticias, cae una llamada y con ella vuelven las angustias, temores y amenazas. Su hijo estaba secuestrado nuevamente. «Me empezaron a pedir. Yo le dije: “Póngalo al teléfono, quiero oírlo. Ya vamos a negociar”», nos dice Aminta. Le pidieron 130,000 lempiras (5 416 dólares).
«Me van a esperar», les dijo. Entonces comenzó una carrera contra el tiempo para conseguir pagar una segunda extorsión. «Siempre me fortalecí y siempre decía, tengo que hacer todo por mi hijo, no es posible que se quede allá tirado, que no voy a volver a verlo. Dame fuerza señor», recuerda llorando.
Esta vez no pudo conseguir la suma solicitada de inmediato. Tardó unos doce días y en ese lapso su hijo fue torturado. En una ocasión le hicieron una videollamada. La imagen le desgarró el corazón. Su hijo estaba amarrado a un árbol y los captores celebraban con un asado. Cada vez que volteaban la carne, ellos le colocaban el asador caliente en la espalda a Alejandro. «Ahí tiene las marcas», nos dice Aminta.
Este cartel también utilizaba a los migrantes para cruzar «cuestiones», pero nos cuenta que su hijo en una ocasión se puso rebelde y fue brutalmente golpeado con un bate. «Llegó un momento que mi hijo ya no les servía en la noche para cruzar eso. Cayó inconsciente porque comenzó a presentar problemas de riñones. Lo golpeaban y no bebía agua».
Logró completar el dinero con la ayuda de la familia y un préstamo del Instituto Nacional de Previsión del Magisterio (Inprema). Llevó grabaciones de llamadas y videos. «”Profe”, ya le vamos a dar ese dinero», le dijeron.
Cuando tuvo el dinero en sus manos y pudo enviarlo no supo más. Después se enteró que a su hijo lo tiraron en un bosque con árboles de espinas ya estando inconsciente. Fue encontrado por uno de los caninos que utiliza los miembros de la patrulla fronteriza de Estados Unidos. Fue recogido por oficiales y llevado a un hospital en Houston.
En Honduras, la angustiada madre no sabía nada de su hijo desde que entregó dinero hasta el instante cuando estaba dando clases y recibió una llamada. Era del hospital donde estaba internado su hijo al borde la muerte. «Estaba muy mal de los riñones, tenía quemaduras y sobretodo deshidratado. Ellos fueron muy groseros», dice.
Le dieron un número para llamar e informarse de la salud de su hijo. Le prometieron enviarlo en un mejor estado pues en ese momento no podía permanecer de pie, estuvo internado aproximadamente dos meses y medio. «Yo lo vi vendado. En los Estados Unidos me lo trataron bien», expresó.
El día que recibió una llamada del aeropuerto Ramón Villeda Morales ella sabía que su hijo venía. Lo vio en una silla de ruedas. Habían pasado más de cinco meses y a Alejandro lo deportaron. Es una mujer fuerte, pero llora otra vez. Las palabras se combinan con sollozos y nos dice, «ahí me volvió la vida, pero es bien difícil».
De acuerdo con cifras del Observatorio Consular y Migratorio de Honduras que recoge Diario Tiempo en los primeros tres meses del 2021, 13 139 migrantes hondureños fueron retornados al país. La cifra es inferior al 2020 cuando regresaron a 17,331 en el mismo período.
Además, entre 2017 y 2019, Estados Unidos resolvió 9000 solicitudes de asilo de hondureños. Este dato lo recoge el perfil migratorio del país realizado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
El periódico estadounidense Chicago Tribune, recoge que en 2018, más de 25,500 migrantes hondureños fueron remitidos a exámenes de temor creíble, la mayor cantidad de cualquier nacionalidad, según datos del Departamento de Seguridad Nacional. Solo el 9 % no pasó esta etapa inicial.
La mayoría de los solicitantes de asilo hondureños, asegura Chicago Tribune, pasan la entrevista de temor creíble, sin embargo poco menos del 11 % recibió asilo desde el año 2009 hasta 2018, según un análisis de los registros del tribunal de inmigración realizado por el Union-Tribune. Alrededor del 59 % fue deportado. Así como Alejandro fue deportado pese a que estaba amenazado en Honduras.
Pero a pesar de esto, son los migrantes quienes sostienen la economía hondureña. Las cifras del Banco Central de Honduras para 2020, un año de pandemia, indican que los hondureños en el exterior enviaron al país alrededor 5500 millones de dólares, que significa el 20 % del producto interno bruto (PIB) del país.
Una vez en Honduras, su hijo necesitó ayuda psicológica. La profesora cuenta que pasaron varios días antes de que ellos pudieran sostener una plática: «No podíamos ni platicar porque tanto él como yo, solo éramos llanto y llanto. Viví momentos de tremenda angustia. Eso no se lo deseo a nadie. Es una de las cosas más crueles que le puede ocurrir a uno de madre».
Como si quisiera graficarnos la angustia que pasó nos dice que cuando le secuestraron a su hijo ella tenía 55 años, pero antes del evento su pelo todavía era negro. En los meses que su hijo Alejandro estuvo cautivo su cabeza se tiñó de blanco: «Fue el sufrimiento y usted no tiene idea de todo lo que me imaginaba. Pasaba pegada a Univisión».
Cuando retornó a Honduras, el sufrimiento no terminó para el hijo de Aminta: «No dormía, tenía miedo, si estaba dormido, gritaba. Ese tipo de cosas no solo le hacen daño al que las vive, nos pasa factura a todos». Con su hijo no hablan del tema, él le ha pedido que le dé vuelta a la página.
Alejandro consiguió un nuevo trabajo y vive con su familia, pero las secuelas aún hieren. Su madre hubiera querido vivir esa experiencia por él. «Hay alguna gente buena, pero hay gente muy mala. En ese camino todo es dinero. Los carteles piensan que los migrantes llevan dinero y nos les importa si llevan o no. Usted tiene que buscarlo».