En el sector de Chamelecón y el municipio de La Lima, iglesias y oenegés han asumido un rol protagónico en la asistencia a los afectados por las tormentas Eta y Iota. El Gobierno anunció apoyo a través del programa No están Solos, pero seis meses después de la catástrofe, no ha llegado a todos los afectados.
Periodista: Alan Bu
Fotografías: Martín Cálix
A menos de un kilómetro del río Chamelecón, doña María Luz, de 63 años, hace faena con un machete. Está limpiando un matorral que se encuentra a solo metros de su casa, ubicada en el bordo de la colonia Canaán en el sector Chamelecón de San Pedro Sula, zona norte de Honduras. Muy cerca corren, mansas y casi inofensivas, las aguas del río que hace seis meses se convirtió en una fuerza destructiva y que arrasó con el Valle de Sula tras el paso de las tormentas Eta y Iota.
Doña María perdió su casa, todo fue sepultado por toneladas de tierra y arena. Salió huyendo de las embravecidas aguas del Chamelecón el 5 de noviembre de 2020 y se refugió en el puente aéreo en la salida al occidente del país. Ahí vivió durante tres meses y en febrero regresó al lugar donde estaba su casa. «En ese puente estuve un gran tiempal (mucho tiempo)», nos dice.
Las cifras oficiales en el informe 2021 de la Secretaría de Desarrollo e Inclusión Social (Sedis) indican que las tormentas afectaron a 4,5 millones de hondureños, que sería casi la mitad de la población del país. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) estimó que las pérdidas dejadas por los fenómenos fueron alrededor de 45,000 millones de lempiras (1822 millones de dólares).
El documento recoge que, a causa de las inundaciones, 100 hondureños perdieron la vida y 1,088,798 fueron evacuados, de los cuales 91,886 estuvieron albergados. Por otra parte, 341,901 hondureños quedaron incomunicados.
Durante y después de las tormentas, según datos oficiales, hubo 190 derrumbes, 135 desbordamientos y 390 zonas inundadas. Hubo daños en la infraestructura vial: 69 puentes destruidos y 72 dañados. Pero lo más dramático fue el colapso de viviendas: 1431 fueron destruidas totalmente, 6165 dañadas y 89,614 afectadas.
Una de las viviendas destruidas fue la de doña María Luz, quien nos manifestó que ella ya no quería estar en el puente y regresó a la orilla del peligroso río Chamelecón, aún sin casa para volver. «Ya me quería venir. Aquí tenía una casa de madera, bien bonita y me la llevó la llena», dice entre suspiros.
En marzo, doña María Luz recibió un bono del Gobierno por un poco más de 5000 lempiras (202 dólares). Compró láminas viejas de zinc valoradas en 1800 lempiras (73 dólares) y con la ayuda de vecinos construyó una pequeña pieza en la que acomodó algunas cosas que le han regalado, como la cama que le dio una sobrina. «Al mediodía hace calor, pero ahí pongo una hamaquita y me acuesto un rato». Cuando nos dice esto, nos señala dos árboles que están en el lugar donde estaba limpiando con su afilado machete.
En nuestra ruta por estos corredores damnificados, María Luz es la única que confirmó haber recibido el apoyo estatal. Es que después de que en noviembre de 2020 el país fuera devastado, el Gobierno lanzó la operación No Están Solos que contempló rescates, habilitación de albergues, limpieza de zonas afectadas, así como la entrega de 60,000 paquetes de Vida Mejor, que incluía camas, estufa, filtro de agua, chimbo de gas, kit de limpieza y bolsas solidarias.
El Gobierno anunció que a través de Sedis entregó 22,500 bonos de emergencia en zonas afectadas especialmente en Cortés, Yoro y Atlántida. A febrero de 2021, el Gobierno había ejecutado para este apoyo 144,922,000 lempiras. Cada beneficiario recibió 8000 lempiras y la ministra de Sedis, Zoila Cruz, prometió llegar a «cada rincón del país». Seis meses después, en Chamelecón y La Lima los damnificados refieren que ese bono no ha llegado. Seguramente no llegará.
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En Chamelecón, muchas familias buscan volver a la vida que tenían antes de las tormentas Eta y Iota. Seis meses después prácticamente nadie lo ha logrado. Han regresado a sus barrios porque no tenían otro lugar a donde ir. Volvieron al mismo lugar donde el río arrancó, entre el 5 y 18 de noviembre, sus viviendas y todo lo que tenían.
En el camino por el bordo del Chamelecón nos encontramos una escena impactante: un hombre pesca en una pequeña presa de agua estancada. Mientras saca su atarraya, un pequeño que observaba dice: «¡Hey, qué grande!». Will Nolasco acaba de atrapar una tilapia en una poza que se formó entre el bordo y la colonia Canaán.
Nos platica con amabilidad que hace unas dos semanas se dijo: «aquí hay pescado» y ese día lo encontramos sacando peces de aproximadamente una libra. Estos tenían restos de lodo, pero se miraban muy vivos. La crecida del río dejó a estos peces atrapados.
Wil se dedica a la construcción y a la hojalatería, pero su forma de vida cambió tras el paso de tormenta: su familia se fue de Chamelecón, pero él ha quedado solo en la colonia. Dice que ayuda a los vecinos a reconstruir casas y también les regala pescado.
La pesca para él es un pasatiempo. Nos cuenta que la mayoría de los peces que captura los regala. «Aquí la gente es bien pobre y no hay trabajo».
El confinamiento obligatorio decretado por la pandemia el 14 de marzo del 2020, provocó que miles de trabajadores fueran suspendidos y despedidos. Antes de las tormentas, expertos estimaban que alrededor medio millón de empleos se perderían, pero después de la emergencia climática esta cifra puede elevarse a 800,000.
El Banco Central de Honduras (BCH), en su informe anual del año 2020, estima que el Producto Interno Bruto se contrajo al menos 9 % por los efectos de la pandemia, que a mayo de 2021 y según cifras oficiales, registran 218,330 contagios y 5585 muertes.
La Cepal indica que en los tiempos de la COVID-19, en Honduras el 57 % de la población vive en la pobreza. En 2020, Honduras alcanzó una deuda externa de más de 10,000 millones de dólares, solo el año pasado adquirió compromisos por 2,282,200 millones de dólares.
«La Cepal indica que en el año 2020 el 57 % de la población hondureña vivía en la pobreza».
El futuro del país no parece alentador y menos para Katherine y su familia, a quienes el río les llevó su casa. Ella, su esposo y sus tres hijas, tuvieron que salir a las 8 p. m., el 5 de noviembre de 2020 y refugiarse en una de las orillas del Bulevar del Sur, en la salida al occidente del país y a Tegucigalpa.
La casa de madera fue arrasada, pero solo estuvieron en el bulevar y regresaron al lugar donde estaba su casa. Sin servicios de agua y luz. A la fecha no cuentan con ellos. «El presidente de la colonia (patronato) dice que estamos en áreas verdes, entonces no nos dan ni luz ni agua», nos cuenta la joven madre de 24 años.
Su familia estuvo dos meses viviendo en una acera del bulevar. Katherine prefirió retornar a la orilla del río que les arrebató todo: «Ahí donde estábamos en la noche ni dormía pensando en que algún camión podía dar donde nosotros. Yo le dije a él (su esposo), que aunque sea nos vinieramos a una casita de nailon».
Y ahí viven, en precariedad. Un pedazo de nailon negro se ha convertido en su refugio. «Cuando regresamos, esto era un desastre», nos dice. Los huracanes los arrimaron a la miseria. Y no han podido salir.
El esposo de Katherine trabaja en un microbús (conocidos en Honduras como «rapiditos»). Sus ingresos apenas alcanzan para sobrevivir. Cuando escucharon sobre la organización de multitudinarias caravanas rumbo a Estados Unidos se les cruzó la idea de dejar el país. «Estuvimos pensando en eso con el papá de las niñas, pero él dice que hay mucho riesgo y me dice que no», sostiene la joven madre.
En diciembre de 2020, el Gobierno de Honduras anunció que invertiría en nuevas viviendas para los afectados 2500 millones de lempiras (101,214,000 dólares). Zoila Cruz, ministra de Sedis, destacó en aquella ocasión, que de las 5133 soluciones habitacionales permanentes, unas 3283 estarían localizadas en el Valle de Sula, con una inversión de 1067 millones de lempiras. En Chamelecón, aún no se registran beneficiarios de estas viviendas.
Doña María Luz es vecina de Katherine. Son vecinas en proximidad y precariedad. El infortunio de compartir un país ultrajado por sus gobernantes y castigado por la furia de la naturaleza las acerca.
El fogón artesanal donde cocina doña María fue hecho sobre los restos de una vieja refrigeradora que las aguas del Chamelecón dejaron cerca de su casa. Mientras estaba en el puente le regalaron ropa y unos viejos utensilios de cocina. Nos enseña con alegría una pesada fridera que se encontró después de las inundaciones.
Una sobrina le regaló una cama y en una donación de una iglesia venía un alimento que ella desconoce. «Y mire esto que me han regalado no sé qué cosa es y tres bolsas me dieron», nos dice, mientras nos muestra una bolsa de lentejas y sonríe con inocencia.
La sexagenaria tiene tres hijos, pero vive solo con su perra, a la que llama Duquesa. «Esa perra no deja que nadie se acerque», advierte. Durante su estadía en el puente, su compañera dio a luz a nueve crías, que terminaron vendidas por 200 lempiras( 8 dólares) cada una. Duquesa además de compañía, le ayudó a conseguir dinero.
Machete en mano nos dijo que no dependía de su hijos, porque pese a que le ayudan, ella no deja de trabajar. «Él se rebusca por su lado y yo por el mío, no le voy a decir que no me da para el pan y los huevos, pero no es mucho. Yo me voy a juntar latas y botes. Así salgo adelante», nos cuenta. Es una mujer de armas tomar: «me encanta el trabajo del hombre», dice, y agrega que también costura ropa, aunque dos de sus máquinas fueron soterradas.
El abandono en La Lima
La Lima fue el epicentro de la devastación provocada por las tormentas Eta y Iota. Apenas unas casas se salvaron de ser anegadas por las aguas del Chamelecón. En una entrevista para Contracorriente el alcalde de La Lima, Santiago Motiño, afirmó que este municipio bananero tenían pérdidas de más de 1000 millones de dólares.
A seis meses del desastre, en el centro de la capital bananera parece que se ha recuperado la rutina, pero en la periferia Eta y Iota siguen presentes. En la colonia Filadelfia, las tormentas no son un mal recuerdo, todavía están sus estragos por todos lados. Apenas en la entrada de la colonia nos encontramos con enormes cerros de lodo que fueron sacados de las calles y pasajes de la colonia y después tirados en lo que era el campo de fútbol.
«Y ya se llevaron una cantidad igual a esa», nos dice don Cruz Guzmán, quien se acercó a conversar con nosotros. Hay mucho polvo, las calles son transitables, pero unos de los vecinos nos dice: «véngase cuando llueva, ahí lo quiero invitar. No se puede entrar».
No tienen servicio de agua y el alcantarillado quedó obstruido después de la inundación. Los vecinos calculan que ni siquiera el 40 % de las familias han retornado a la colonia. Hay una gran cantidad de casas vacías y sucias.
«En la colonia Filadelfia de La Lima, aún no tienen servicios básicos y la mitad de las familias no han regresado a sus casas».
Don Cruz regresó a su casa el 28 de marzo de 2021, casi cinco meses después de que dejó su casa el 3 de noviembre de 2020. Cuando regresó la colonia todavía estaba anegada de lodo, pero nos dice que «ya no quería andar rebotando». El Gobierno tardó casi cuatro meses en comenzar con la limpieza de las calles. Una retroexcavadora permanece junto a montañas de lodo. Los vecinos dicen que ya tiene cuatro días sin trabajar.
En la colonia Roma, vecina de la Filadelfia, la situación es muy parecida. Aún hay residuos de lodo en algunas calles y muchas casas permanecen deshabitadas. «Nos tocó salir a todos, fue una llena inesperada», nos dice don Antonio Cruz Banegas, de 60 años.
«Aquí quedó un lodo, que costó que se secara para poder ingresar a la colonia. Estamos a la deriva y a la mano de Dios», agregó don Antonio, quien se dedica a la construcción, pero ha tenido muy poco trabajo en los últimos meses.
Contó que un contingente de las Fuerzas Armadas estuvo en esa comunidad ayudando a limpiar casas, pero las máquinas para limpiar eran muy pocas y tardaron.
Oenegés e iglesias compensan la ausencia del Estado
«La entrega de Bonos a familias golpeadas por la pandemia y las tormentas Eta e Iota no son caridad, se trata de justicia social», en redes sociales el mandatario Juan Orlando Hernández.
Al 21 de abril de 2021, el Gobierno de la República anunció que había entregado a 22,500 familias el bono de emergencia a damnificados por las tormentas Eta y Iota. La administración nacionalista pretende llegar a 60,000 familias que fueron afectadas por los huracanes.
Y aunque lo dicho por el gobernante fue replicado por medios oficialistas, en las comunidades afectadas la mayoría de pobladores afirman que no han recibido ninguna ayuda del gobierno hondureño.
En la colonia San Jorge, más conocida como La Playita, Vilma nos dice que la ayuda que llega ahí «es de Estados Unidos. Aquí no ha venido ningún político, solo esa iglesia».
Vilma se refiere como iglesia a un personaje al que todos los damnificados le llaman el «Gringo» por su nacionalidad estadounidense. Esta persona, de quien no pudimos obtener mayores referencias, está construyendo a título personal 30 barracones para habitantes que perdieron sus casas en las crecidas.
Todas estas viviendas de madera, que están sentadas sobre altas bases del mismo material, ya están construidas y falta poco para que sean habitables. En Chamelecón también han dado asistencia las fundaciones: Manos de Honduras, Unicef, Comisión de Acción Social Menonita (CASM), Hábitat para la Humanidad y en los últimos dos meses se ha sumado el Programa Mundial de Alimentos (PMA) que en este período ha distribuido más de 2000 raciones de comida. Además, han colaborado la Cámara de Comercio de Industrias de Cortés y la oenegé Feed the Children.
Vilma agrega, con la confirmación de dos vecinos que la acompañan, que del alcalde Armando Calidonio no han tenido apoyo: «Vino los primeros días de enero a una reunión para decirle a la gente que regresara a sus puestos (casas) que él no tenía presupuesto para sacarlos de los albergues. Nos anotó para zinc y no ha llegado».
«Calidonio vino los primeros días de enero a una reunión y le dijo a la gente que regresara a sus puestos porque no tenía presupuesto para sacarlos de los albergues».
En contraste con lo que Calidonio dijo en el bordo, bajo su administración la alcaldía de San Pedro Sula ha aumentado casi el 100 % del presupuesto respecto a su antecesor Juan Carlos Zúniga. En 2019 el presupuesto municipal fue de 5277 millones de lempiras (213 millones de dóñares). Para el 2020, disminuyó 4998 millones de lempiras (202 millones de dólares). La pandemia de COVID-19, ha provocado una rebaja para el 2021 de 4294 millones, respecto al año anterior tuvo una reducción de 704 millones.
Además, mediante un mensaje en sus redes sociales, Armando Calidonio comunicó al pueblo sampedrano que en el período 2014-2020, se invirtieron 7951 millones de lempiras (321 millones de dólares) en obras públicas de infraestructura. De esos fondos, 6089 millones eran fondos municipales y 1175 de Alianza Pública Privada Siglo XXI, de la que son socios William Hall Micheletti, Yankel Rosenthal y Juan Sabillón. El Gobierno central ha invertido en la Ciudad de los Laureles 686.4 millones de lempiras.
Pero en el bordo, Calidonio —quién busca su segunda reelección como alcalde— dijo que no contaba con recursos para asistencia social. Enfocarse en reducir la brecha social es una de las deudas de su administración, según lo dijo regidora Fátima Mena en una entrevista para Contracorriente.
Mientras carga a una pequeña de ocho meses en brazos, Katherine nos dice algo muy parecido a Vilma: «Hace poco, unos tres días dijeron que el alcalde iba a mandar una ayuda y nos apuntaron, pero de ahí nada más». La justicia social de la que hablaba el presidente Hernández no ha llegado a esa casa que se sostiene con palos y nylon.
Pese que debería ser el Estado de Honduras el encargado de brindar asistencia a los damnificados, Odalma Henríquez coordinadora del apoyo de La Cruz Roja en este sector nos dice que es precisamente el Estado quien se ha desentendido. «Le voy a contar que el Gobierno comenzó a accionar con la limpieza como tres meses después de las tormentas».
Lastimosamente en la emergencia, los políticos están intentando siempre asegurar votos: «Realmente el Gobierno ha hecho muy poco y como estamos en un año de elecciones, el líder político no trabaja neutral, sino basado en un color. Eso es triste», dijo Henríquez.
Henríquez piensa que la dolorosa experiencia que fueron los fenómenos naturales de noviembre de 2020, deben provocar un cambio en la preparación de la gente: «Esto ha sido una escuela para que las mismas comunidades estén preparadas y digan: “Nosotros somos la primera respuesta”. Ahorita Eta y Iota nos dieron una lección», dice.
En La Lima, específicamente en las colonias Roma y Filadelfia, la situación es muy similar. Todavía no tienen restablecido el servicio de aguas negras y tampoco agua potable: «pero supuestamente va a venir una ayuda de Canadá para arreglar ese problema, quieren cambiar el alcantarillado», nos dice Antonio Cruz, un albañil de 60 años. «Mire la verdad aquí por el Gobierno no hemos conseguido nada, aquí con escogidos. A quién le ayudan es a la gente de ellos», denunció, y también confiesa que recibió una ayuda de 6000 lempiras, pero proveniente de una organización canadiense a la que no pudo identificar.
A seis meses del paso de Eta y Iota, la devastación es todavía palpable en Chamelecón, La Lima, El Progreso y todos los lugares que fueron afectados y cuyos habitantes obtienen respuestas a cuentagotas, pese a que el discurso oficial es otro.
Honduras castigada por la pandemia y luego devastada por dos grandes tormentas sigue sometida en una dura crisis económica avivada por la inoperancia estatal. Los recuerdos de ese desastre todavía no se han ido. En su casa de nylon, Katherine es más vulnerable, pero no tiene a donde ir aunque tenga temor: «Aquí uno pasa con miedo, pensando que medio llueve y se va a salir el río otra vez».