Por Yorleny Sanabria
―Así que, ¿esto es a lo que llaman felicidad?― Se preguntó mientras reposaba sobre la Luna. Como todas las personas, esta era una niña que tenía un sueño que anhelaba cumplir. Con la corta edad de nueve años, Nileiti, estaba dispuesta a emprender un viaje arriesgado para arribar a su Luna, esa misma que veía con inmenso amor por las noches cuando la observaba desde la ventana de su casa, ubicada en los suburbios de una ciudad muy concurrida. La decisión de salir de su lugar de origen fue meditada junto a su madre, una mujer dedicada en cuerpo y alma a su hija, alta, robusta y con un semblante de serenidad, ojos oscuros que permitían ver la entrada a su corazón, labios gruesos y cabellos rizados, piel color «negra», como el pseudónimo que solían decirle en el mercado cercano cuando compraba alimentos. Nileiti había crecido admirando el coraje de su madre, quien apoyó con firmeza y preocupación la travesía propuesta por su hija.
Es así, como a la mañana siguiente, las calles llenas de baches y lodo vieron partir a una niña sonriente, pequeña de estatura para su edad, con sus cabellos trenzados y una mirada prometedora. Nileiti sentía que esta aventura marcaría el resto de su vida, pero temía que al encontrarse con sus miedos más profundos, estos la frenaran. Su temor principal eran los animales feroces como las panteras y jaguares, también le daban miedo las alturas y los abismos. Sin embargo, encontrarse con la lejana y radiante Luna, compensaría cualquier peligro que encontrase en el camino.
Nileiti partió hacia el lugar más alto que conocía: la montaña, que poseía una altura descomunal y un volcán activo. Ideó un plan que consistía en esperar a que el volcán hiciera erupción, para luego colocar una roca larga en el cráter. Esta roca la usaría como cohete y con él volaría por los aires y se dirigiría —de golpe— a su destino. No había fallas en su plan, solo tendría que llegar hasta la cima.
―Lo lograré.― Susurró para sí misma entusiasmada.
Durante todo ese día Nileiti escaló la montaña y al atardecer le restaba medio camino, pero no paró a descansar y atravesó la boscosa montaña encontrándose con animales que amenazaban su paso, sin embargo, con inteligencia y audacia los evadió. Luego de algunas horas, llegó a la cima y puso en marcha su plan. En medio de nervios y euforia, observaba la Luna casi llena y no podía contener su emoción al imaginarse que en pocos minutos estaría allí.
Llevó a cabo su estrategia, el volcán hizo erupción, se escuchó una explosión estruendosa en los alrededores de la ciudad. Mientras tanto, el corazón de la mamá de Nileiti palpitó con el ímpetu del trote de un caballo, latidos que se detuvieron repentinamente luego de unos minutos.
Entre tanto, Nileiti volaba en la roca que usó para propulsarse, desde la falda de montaña se observaba cual si fuera una estrella fugaz. La decepción invadió su rostro cuando notó que La Luna se alejaba de su vista mientras bajaba de manera precipitada y se perdía en el bosque con una caída desastrosa.
Al aterrizar en una zona desconocida, Nileiti escuchó ruidos que no le agradaron. Sintió pánico. Se escondió entre los árboles para tomar ventaja y vigilar a quien la acechaba, y notó que era una anciana, encorvada y vestida con ropas que reconocía. La noche era oscura pero los colores vibrantes que vestía iluminaban su paso. La anciana, al ver a Nileiti reconoció su presencia y sin permitirle medir palabra le dijo:
―No llores mi niña, las olas te guiarán a tu destino.―
Al terminar, desapareció en una nube de humo, dejando solamente las dudas impregnadas en la mente de Nileiti, quien mientras caminaba no pudo evitar llorar y gritar con rabia por el fracaso que había vivido.
De pronto, notó cómo las luciérnagas que deambulaban alrededor formaron un camino, que siguió a toda prisa. Nileiti sintió que sus pisadas cada vez eran más pesadas, esto debido a la arena debajo de sus pies, al levantar la mirada vio una playa cuyo resplandor sobrepasaba toda cosa que había visto antes, esa luz la producía la Luna llena que se veía por el horizonte no tan lejano.
Al verla, Nileiti recordó las palabras de la anciana que encontró tras su caída y sintió una fuerza que la empujaba a entrar al mar. Tras su inmersión las olas comenzaron a moverse en dirección a la Luna, parecían danzar trasladando el cuerpo de Nileiti y sus energías se conectaban en cada movimiento. Luego de unos minutos, Nileiti llegó a su Luna rebosando de alegría y agradecimiento, por su viaje y por estar en el lugar de sus sueños. Después de un rato, se sentó a descansar y a disfrutar de su nuevo hogar.