A menos de un mes del primer proceso electoral de 2021 y después de que senadores estadounidenses solicitaron sanciones contra él por la abundante evidencia de su participación en corrupción y narcotráfico, Juan Orlando Hernández, el presidente de Honduras, le dijo al país que no habrá presidente que luche contra el narcotráfico como él lo ha hecho y que un nuevo presidente no podrá enfrentar el crimen si en Estados Unidos siguen creyéndole a los narcotraficantes antes que a él. Con esto el presidente, además de desvalorizar el sistema de justicia de Estados Unidos, hace una amenaza implícita, ¿podría quedarse en el poder?
Las constantes menciones de su nombre como coconspirador en los casos contra narcotraficantes en la Corte del Distrito Sur de New York se han convertido en portadas de los medios más importantes del mundo, también cómo la estructura de su partido —el Partido Nacional— ha funcionado como una estructura criminal con la familia Hernández a la cabeza.
Aún no hay una acusación directa contra él, sin embargo, sus días en la silla presidencial están contados, oficialmente Hernández tendrá que dejar el cargo en enero del 2022. Los senadores estadounidenses que introdujeron la ley nos dicen que se debe sancionar al presidente, no solo por sus vínculos con el narcotráfico, sino también porque Honduras ha retrocedido en la garantía de los derechos básicos para la población desde el golpe de Estado de 2009, un golpe que el Gobierno de ese país —en ese momento— apoyó.
Si se aprueba la ley en el Senado, Hernández no solo perdería la visa y sus bienes en Estados Unidos, Honduras también vería condicionado el apoyo a las fuerzas de seguridad y militares, y además se materializaría un esfuerzo anticorrupción más robusto que el que él destruyó en 2019.
Hernández dio un mensaje desesperado a la población en el Consejo Nacional de Defensa y Seguridad acompañado de sus hasta ahora fieles Fuerzas Armadas. Este órgano fue creado por él para monopolizar las políticas en materia de seguridad y defensa en su persona. Los militares son una pieza clave en la maquinaria de poder de Hernández y han sido tibiamente mencionados en los juicios de New York. Pero además de citar la biblia y acusar a los narcotraficantes de usar magia negra para obtener beneficios en Estados Unidos, Hernández advirtió que en los próximos días se creará una nueva jurisdicción para asuntos de maras y pandillas.
El logro que Juan Orlando Hernández más presume es la reducción de homicidios, la aprobación de una ley que ha permitido extraditar a 23 narcotraficantes a Estados Unidos y una cuestionable lucha contra las maras y pandillas a través de las fuerzas especiales creadas por él, al mando de la Fuerza Interinstitucional Nacional (Fusina), liderada por militares.
La mano dura de Hernández se ha basado en el retroceso de Honduras a una institucionalidad cada vez más arrebatada de las manos de civiles, minando la independencia de investigación y judicialización. Esto le ha supuesto a Honduras el riesgo de perder apoyo internacional para sostener el precario sistema de seguridad y justicia del país. Honduras perdería importante apoyo financiero de Estados Unidos de aprobarse la ley de sanciones por el patrón criminal del presidente, y este se queda corto si cree que puede negociar con aprobar nuevas extradiciones o con prometer que meterá preso a cada pandillero, marero o «terrorista» que se encuentre en el camino.
En su triste búsqueda de redención, Hernández se reunió con el Consejo Nacional de Defensa y Seguridad donde dedicó un buen tiempo a desacreditar la participación de los miembros del cartel de narcotráfico «los Cachiros» en los procesos judiciales en Nueva York, alegando que estos son criminales que usan la magia del falso testimonio para incriminarlo a él, el presidente que lucha —como ningún otro en el mundo— contra el crimen organizado.
Mientras esto ocurre, en comunidades y aldeas rurales se ha puesto en marcha una maquinaria electoral bien aceitada de recursos para saturar medios de comunicación en favor del partido en el gobierno.
La autocracia que ha construido el presidente recuerda las antiguas edificaciones militares coloniales que protegían las costas caribe del hostigamiento pirata. Robustas y acorazadas, eran el mejor lugar para resguardarse durante un asedio. Salir era siempre un problema. De frente, las tropas enemigas; atrás y a los lados, la gente harta del asedio culpando al encargado del frente de defensa. No quedaba más que resistir e invocar la ayuda divina para que las tropas fieles no abandonaran el bastión asediado. La autocracia provee la mejor arma frente a un asedio foráneo: la impunidad. Pero es crucial para la sobrevivencia del sistema el tomar una decisión: se resiste hasta estar acabado—como decían los nazis durante el asedio a Berlín: más vale un final con horror que un horror sin final— o se entrega la cabeza que debe rodar para entonces negociar, como lo hicieron los italianos cuando les tocó sacrificar al Duce. Poco tendrá esa decisión que ver con asuntos divinos o de magia como refiere constantemente el presidente Hernández cuando de asuntos políticos se trata.
La larga historia de la humanidad se puede leer a través de la lucha de la razón frente al pensamiento mágico. Las primeras sociedades humanas usaron la magia para explicar todo lo que no comprendían y los sacerdotes y brujos fueron intermediarios entre lo incomprensible y el resto de la gente, que les creía y a quienes les dieron el poder de dirigir. Eso fue hace miles de años y mucho hemos avanzado como sociedad para entender que una de las expresiones más acabadas de la razón es el derecho y el Estado —al menos en teoría—. Pero hay estados más racionales que otros y hay algunos que recurren aún a la magia para explicar lo que ante los ojos de la razón es incuestionable.
El discurso de la llave mágica, de la guerra del bien y del mal, del engaño del maligno, tendrá algún eco en la corte de seguidores fanáticos que hoy son caja de resonancia de la propaganda electoral. Pero no afuera. Afuera se prepara una ley que podría romper uno de los engranajes de la impunidad en este país. Algo necesario aunque las protestas patrióticas y antimperialistas se desborden. No es magia lo que ocurre ni magia lo que explica lo que ocurre en Honduras.
En la reunión con el Consejo, el presidente, como lo hizo antes del 2017, prometió dejar la presidencia al final de este período, en enero del 2022, pero advirtió que no habrá presidente como él, como si sus acciones y forma de gobernar fueran extraordinarias a la forma en que su partido (el Partido Nacional) ha gobernado por décadas. Muchos dirán en Honduras que con que Hernández salga del poder y rinda cuentas en Estados Unidos es suficiente, pero él es el resultado de una maquinaria mucho más grande y que se adapta a cualquier cambio en el mundo, incluso a un supuesto cambio radical en el Gobierno del padrino del norte. Esta maquinaria está pulida para las elecciones de este año y por ahora no tiene adversario que pueda detenerla. Se equivoca el presidente en decir que no habrá presidente como él. Al contrario, vendrán muchos como él, con mecanismos que han mutado, como el mismo Hernández afirma que ha mutado el crimen.
Y tiene razón en eso, en que el crimen se adapta a las oportunidades que se le presentan porque el sistema político que sostiene la autocracia en Honduras no ha cambiado, porque los partidos políticos que se disputan el control del Estado no emergieron de un sistema diferente, sino del mismo que defiende el Partido Nacional y porque la élite política usa estrategias clientelistas, dogmáticas y hasta mágicas para ganar las elecciones. Entonces, el presidente se equivoca, sí hay muchos como él en la jungla electoral a la que nos adentramos este año, muchos que impunemente compiten por puestos de elección popular y que defenderán la autocracia como su mejor fuerte, con las mismas alianzas e imploraciones frente a los asedios por venir.