La Lima fue la ciudad más golpeada por el paso de la tormenta Eta. Sus habitantes aún luchan con el lodo y el agua sucia que ha llenado sus casas, mientras otro ciclón amenaza Honduras.
Texto: Allan Bu
Fotografía: Martín Cálix y Deiby Yánes
Ahí va don Gumercindo Carpio, vestido con botas y sombrero, una guitarra al hombro y muchas penas en el alma. Busca clientes que paguen por escuchar su música en el centro de La Lima, después que fue inundada y devastada casi totalmente por las lluvias de la tormenta tropical Eta.
En las calles limeñas hay lodo, agua estancada y también tristeza. Miles de artículos para el hogar se encuentran tirados en las aceras. Las personas que limpian sus casas y negocios caminan entre camas, muebles de sala, televisores, entre otras decenas de enseres que quedaron inservibles por el paso del fenómeno tropical, que según cifras el Gobierno dejó 2 941 000 de afectados en todo el país. Por otra parte, las Fuerzas Armadas reportaron, al cierre de esta nota, que 125 cadáveres han sido rescatados de los ríos, quebradas y escombros en las zonas afectadas por Eta.
Según las declaraciones del jefe de operaciones de Copeco, Jhony Cerrato, en el periódico Tiempo, hay 42 746 personas albergadas, 844 viviendas dañadas y 73 completamente destruidas. En infraestructura hay 171 tramos carreteros afectados y 23 puentes destruidos.
En La Lima, maquinaria de la municipalidad y del Estado realizan la limpieza de las calles, están sacando toneladas de lodo y desperdicios. En el centro de la ciudad hay un olor nauseabundo. Los zapatos de hule se han convertido en una herramienta de primera necesidad. También las palas, las escobas y cualquier utensilio relacionado con la limpieza.
Bajo estas circunstancias don Gumercindo ofrece sus servicios y, aunque reconoce que es difícil encontrar clientes, tiene que ganar un poco de dinero porque perdió todo. Vive en la colonia Pineda, que aunque es jurisdicción de San Manuel, Cortés, está más cerca de La Lima.
«La llena me dejó un gran basurero. En la casa se perdió todo. Estoy durmiendo en el suelo, un costalito pongo en el piso y ahí me acuesto», nos cuenta este hombre de 71 años, quien también lamenta que las aguas tiraron al traste media manzana de sembradío de maíz y frijol. Su historia está multiplicada por miles.
El alcalde de La Lima, Santiago Motiño, manifestó a Contracorriente que las pérdidas en el municipio rondan los 24 000 millones de lempiras (960 millones de dólares), entre daños a viviendas particulares, infraestructura del Estado y cultivos. Sostuvo que la compañía bananera Chiquita Brand, que es la principal fuente de trabajo del municipio, perdió unos 200 millones de dólares, aunque no citó la fuente de información.
La historia de La Lima está íntimamente ligada al cultivo del banano. Cuando la Tela Rail Road Company se instaló en sus tierras, este municipio norteño se convirtió en el principal polo de desarrollo en el Valle de Sula. El historiador Jaime Montesinos le relató al diario La Prensa que fue el primer municipio de Cortés en tener calles pavimentadas y un semáforo. Por eso fue conocida como la «capital del Oro Verde» en los tiempos que a Honduras también la conocían internacionalmente como la «Banana Republic».
Al convertirse en capital del enclave bananero en la costa norte de Honduras, creció como una ciudad adelantada en el siglo pasado. Llegó a tener red de ferrocarril, sistemas de agua potable y saneamiento básico y centros de entretenimiento. La Lima fue sede de la gran huelga de trabajadores en 1954 que posibilitó la promulgación del Código del Trabajo en Honduras.
Al pasar los años, el cultivo del banano dejó de ser el principal fruto de exportación de Honduras y algunas compañías bananeras como la Standard Fruit Company y la Tela Rail Road Company redujeron sus fincas. La segunda tiene actualmente siete fincas en La Lima. Ahora la economía de La Lima también depende de la industria manufacturera, comercio, ganadería, agricultura (esencialmente banano y caña de azúcar) y en menor porcentaje la construcción. A pesar de esto, el alcalde Motiño asegura que las bananeras siguen siendo el principal empleador.
El alcalde de La Lima, Santiago Motiño, estimó que las pérdidas en la ciudad alcanzan los 24 000 millones de lempiras, tras el paso de Eta.
Por su parte, el economista Alejandro Kafati, le dijo a Proceso Digital que las pérdidas en la economía hondureña podrían rondar los 12 500 millones de dólares, que representan el 50 % del producto interno bruto (PIB) de Honduras.
La COVID-19 entre damnificados
Luis Eduardo Torres Quan, director ejecutivo de Global Brigades, dijo a Contracorriente, mientras realizaba una brigada en La Lima, que el contexto en acceso a salud pública tras los embates de Eta es catastrófico. No existe infraestructura y la Secretaría de Salud está colapsada para poder darle atención médica a todas las personas que han sido afectadas, porque si bien es cierto reportan pérdidas materiales, pero más allá de eso, está la salud de ellos.
Torres Quan dice que se han observado síntomas respiratorios durante las brigadas que han realizado en espacios públicos y en albergues que podrían estar relacionados con COVID-19, lo que, según él, podría ser consecuencia de que la gente se está aglomerando tanto en los albergues como en algunas casas que lograron resistir. «Y eso puede llevar a que el virus se esté propagando rápidamente en la zona norte del país», dice.
Explica que como institución privada decidieron actuar ante el abandono estatal, ya que muchos enfermos crónicos perdieron sus medicamentos con las inundaciones, y al no tener dinero ni acceso para ir a una farmacia privada y sin la posibilidad de ser atendidos por un centro de salud para recibir atención médica, se dieron a la tarea de visitar estas zonas.
«Hay bastantes lesiones en los pies relacionadas con estar expuestos a la humedad por mucho tiempo. Además, hay muchas personas con enfermedades como diabetes e hipertensión que están descompensadas porque no han tenido acceso a los tratamientos. Eso es preocupante, es difícil con la cantidad de recursos que tenemos para poder atenderlos a todos», dice Torres Quan.
Agrega que lograron entregarle mascarillas, en conjunto con otra organización, a miles de personas solo de una colonia de La Lima. «Pero nosotros hacemos lo que podemos, el día de hoy estamos con estos compañeros, comprometidos a dar una mascarilla para cada persona que llegue. Pero si hay presencia del virus, se propagará rápidamente en los albergues. Existe el peligro de la propagación del COVID-19 y de cualquier otro tipo de enfermedades. Existe la exposición a vectores, por las aguas estancadas, se verá un crecimiento de dengue, zika y chikungunya», adelanta.
El director ejecutivo de Global Brigades recomendó al Estado de Honduras a que prepare un plan de respuesta de alivio, en donde primero aliste un plan de choque porque la gente está con necesidades inmediatas de los servicios antes mencionados. Se requiere además ordenar y coordinar a la gente para que pueda limpiar sus solares de forma urgente para evitar la propagación de vectores.
Por su parte, el doctor Atilio Uclés, médico del staff de Mapfre Asistencia del Centro Médico Caribe Honduras, quien participó en una brigada en la colonia San Juan de La Lima, Cortés, afirmó que es impresionante la cantidad de reportes de infecciones, incluidas las bacterianas parasitarias, inclusive micóticas, que se presentan en los albergues, por temas de lesiones y focos infecciosos en piel.
«Se espera un incremento hasta de enfermedades vectoriales, endémicamente presentadas en las primeras semanas del año calendario pero que también se registran durante todo el año. El cruce de infecciones es inevitable. Nos hemos quedado cortos en la entrega de mascarillas y caretas para proteger el rostro, para evitar el cruce de infecciones. Es esperable ver un repunte de casos de COVID-19», expresa.
Uclés dice que el trabajo en los albergues es más complicado, por el número de damnificados versus el número de instalaciones físicas, el país va encaminado a un hacinamiento. Afirma que hay que hacer conciencia sobre el lavado de manos y uso de desinfectantes para reducir las posibilidades de riesgo de contagio por coronavirus.
«En el orden de necesidades está como número uno la parte alimentaria, mucha población inactiva e incluso la que laboraba en dos de los campos bananeros más fuertes de la compañía Chiquita, que están en el punto de un cierre de operaciones, no tiene ni tendrá suficiente ingreso para cubrir sus necesidades alimentarias. En un segundo orden está la de la índole de higiene personal y, como tercera prioridad, están los aspectos vinculantes a la condición clínica», manifiesta.
El agua traicionera
Tanta tragedia deja poco espacio para la música. «Ahorita no hay nada, no he conseguido ni siquiera 50 pesos. Quiero tener aunque sea para comer y tener agua», dice don Gumercindo. Su realidad contradice la propaganda del Gobierno de Juan Orlando Hernández que reza que los damnificados no están solos, la realidad es que miles han sido abandonados.
Antes de las inundaciones, Gumercindo, quien canta desde que tenía 14 años, ofrecía su música ranchera en diversos barrios limeños, «a veces conseguía unos 1200, y ya llevaba mi comida, pero ahora la gente solo quiere limpiar».
Gustavo Valle es uno de los pocos limeños que anda sin botas de hule, usa sandalias. Así que el lodo le llega a los tobillos. Lo encontramos buscando ayuda para limpiar su casa y señala un pasaje anegado de lodo para mostrarnos la casa, cuyo paso está obstaculizado por unas almohadas, un televisor y pedazos de muebles de madera. «Estas son mis cosas», nos dice Gustavo.
«Lo perdimos todo, no tenemos nada, ni ropa. La vivienda todavía está llena de lodo y agua. Necesitamos ayuda para limpiar, pero yo sé que no somos los únicos», agrega Gustavo. En cada casa de la colonia Sitraterco, sector donde él vive, hay una historia parecida. La destrucción es descomunal. Todos perdieron.
Manuel Valle (que no es familiar de Gustavo, aunque comparten apellido) bajó la guardia el jueves a las 3 a. m. Había estado vigilando los niveles del Canal Maya, (desagüe para el caudal del Chamelecón) el día miércoles, pero en la madrugada del jueves observó que el nivel de las aguas había bajado. «Ya no hay inundación», dijo a sus acompañantes.
El Canal Maya fue construido en el 2005 durante el Gobierno de Ricardo Maduro, siete años después de que La Lima fuese arrasada por el paso del huracán Mitch. Desde entonces, ha servido como una vía de alivio cuando el Chamelecón aumenta su caudal. Ahora hay grandes tramos de los bordos del canal que están destruidos.
«Dormí un ratito», nos cuenta, quizá unas tres horas, porque a las 6 a. m., cuando despertó, recuerda haber escuchado un ruido que no le gustó: «pucha y esto qué es», se dijo.
Desde la calle le gritaron que el río se estaba reventando y, cuando se asomó, vio que las aguas del canal Maya estaban a un metro de superar el bordo. Avisó a su familia y alcanzaron subir alguna cama y otras pertenencias al techo. Minutos después, la colonia Pineda estaba inundada.
Él vio el canal Maya muy abajo de su capacidad y tres horas después estaba con la soga al cuello. Asegura que a La Lima la dañaron las supuestas descargas realizadas en la represa hidroeléctrica El Cajón, cuyas correntadas llegaron al río Ulúa a través del río Humuya.
El pánico colectivo y las redes sociales han logrado que las catástrofes que se viven en La Lima y otras comunidades, como la colonia Planeta, se culpe a ese supuesto desagüe en El Cajón como una de las causas de las repentinas inundaciones. Pero algunos expertos establecen que La Lima fue inundada por las aguas del río Chamelecón, que no recibe descargas de la represa hidroeléctrica antes mencionada.
El Gobierno negó en reiteradas ocasiones que haya realizado descargas controladas antes del pasado sábado, cuando se abrieron las cortinas en El Cajón. Pero las dudas siguen porque el Gobierno nacionalista no tiene credibilidad. Y razones para la desconfianza sobran; en plena pandemia de COVID-19, que ha dejado 101 468 contagios y 2804 muertes al 14 de noviembre, el Gobierno ha sido cuestionado por corrupción en su manejo desde el inicio.
María Albertina anda con una tortilla en mano, y mientras come, nos pregunta qué andamos haciendo. Quiere saber de un nuevo fenómeno natural que amenaza a Honduras. Le decimos que es cierto, que todos los pronósticos apuntan a que la depresión tropical Iota llegue convertida en huracán a Honduras. «Aquí si se vuelve a llenar será un desastre», anticipa. Y tiene razón.
A menos de un kilómetro de donde estamos conversando, el bordo que protege la comunidad del Canal Maya se rompió en más de cien metros. También hay otros tramos que cedieron en los bordos del río Chamelecón. La Lima está desprotegida.
En la colonia Pineda, al ser jurisdicción de San Manuel, pero por estar más cerca de La Lima, nadie, según María Albertina, les avisó de la peligrosidad del evento: «aquí no vino una comitiva a decir: “¡salgan, ese bordo está lleno de agua!” Nadie nos avisó». Ella pudo ver el torrente de agua que se venía sobre su casa y solo alcanzó a buscar las llaves y cerrar la puerta para evitar algún robo de algo que pudiese quedar en buen estado. Después unos vecinos le ayudaron a subir a una terraza. «Aquí casi todos perdimos todo. Yo creo que esto fue peor que el Mitch», dice.
La municipalidad es albergue
En La Lima, las aguas del Chamelecón los alcanzaron a todos. El edificio municipal se ha convertido en albergue para unas 150 personas. Llegó a tener 600. Uno de los ciudadanos albergados es el alcalde Santiago Motiño. Lo encontramos en la entrada del edificio municipal sentado en una mesa, fumando un puro y con una pistola al cinto. Estaba pidiendo informes a sus empleados de los avances que han tenido las obras de limpieza en la ciudad.
Nos dijo que La Lima se inundó de punta a punta, pero que el terreno donde está la alcaldía no sufrió daños. «Este pedazo de tierra está bendecido porque estamos trabajando con total transparencia y si alguien dice que estoy robando, que me lo diga en mi cara y me traiga pruebas», manifestó.
Motiño es un policía retirado que llegó a la alcaldía de La Lima con la bandera del partido Alianza Patriótica, pese a ser un reconocido nacionalista. Es reconocido por sus polémicas declaraciones y actuaciones. En julio de 2019, el regidor del partido Libertad y Refundación, Amadeo Hernández, denunció al alcalde de La Lima por agresiones físicas durante una sesión de corporación.
Hernández contó en la Dirección Policial de Investigaciones que Motiño le prohibió la entrada a la sesión con el celular y él se negó a entregarlo. Fue sacado de la municipalidad, dijo. Durante la emergencia por Eta, muchos limeños se quejan por la ausencia del jefe edilicio, de quien dicen ha desaparecido.
Motiño duerme en el edificio municipal desde hace una semana. Sostiene que desde ahí está pendiente de cualquier situación que apremie a los limeños.
Mucho se ha reclamado por la negligencia de las autoridades del Gobierno central para alertar a la población sobre el riesgo que había, pero el jefe de la comuna limeña, se deslinda de tales responsabilidades. Manifestó que él envió a un camión de los bomberos el lunes por la noche y el martes por la madrugada (en la semana de las inundaciones) para avisar que debían desalojar.
«¿Escuchó las sirenas?», le pregunta Motiño a una de sus empleadas que vive en Campo San Juan, y recibe una respuesta afirmativa, entonces nos dice: «¿Soy culpable de que se hayan ahogado?, no soy culpable. Aquí cada quien llora por su santo en este momento, después del caos todo mundo se une».
Motiño confiesa que al ver los desastres no ha podido evitar las lágrimas: «Mire soy hombre completo, pero he llorado, he llorado al observar que es trabajo que hemos hecho honestamente se vino abajo. Eso sí, estamos de rodillas, pero no desangrados».
El alcalde contó que tuvo un encuentro cercano con las corrientes que inundaron La Lima: «me pegó una restregada el chiflón que pasaba por el supermercado. Creo que me tragué como dos galones de agua», expresó.
No muy lejos de ahí, hay testimonios que contrastan con lo dicho por el alcalde. Reclaman atención de la municipalidad. Uno de ellos es Raúl Lemus, quien sentado en una silla fuera de su casa, observa con atención el éxodo de limeños que salen huyendo ante el anuncio de un nuevo huracán.
Nos cuenta que, tras las inundaciones en las que perdió casi todos sus bienes, estuvo dos días sin comer hasta que buenas personas pudieron pasar. Y entonces la comida sobró, pero no fue atención ni del Estado ni de la municipalidad. Fue la ciudadanía quien no los abandonó.
«Aquí nadie rescató nada. La Lima se ve como que ha caído una bomba. Es exagerado el desastre», lamentó Raúl Lemus, ciudadano limeño.
En la colonia Canaán el desastre es desolador. Hay lodo y agua en la mayoría de casas, pero los dueños han comenzado a limpiar. «Yo quedé desnudo», expone don Santos en alusión a que perdió las camas y otras posesiones que estaban en su modesta vivienda de madera, que tendrá que ser reconstruida.
Antes vivía en Olancho, pero hace un año, por la insistencia de su hijo, quien es pastor de una iglesia, decidió mudarse a La Lima, donde trabaja como ayudante en la construcción. «Solo me quedé con dos mudadas (dos cambios de ropa) y con eso estoy», recalcó.
María Amparo Orellana es vecina de don Santos. Su numerosa familia, en la que se cuentan siete niños, no ha recibido apoyo oficial, únicamente el de algunas personas de buen corazón. Ahora solo tiene la ropa que les han regalado y un viejo televisor que lograron salvar.
Para obtener un poco de dinero se ha movido a colonias de La Lima con mejor status social para limpiar casas, pero las necesidades son muchas en su familia de once miembros. Nos pregunta si es verdad que viene otro huracán y remata, al borde de las lágrimas: «No tenemos para dónde agarrar y menos sin dinero».
El éxodo y la incertidumbre
Entre el viernes 13 y sábado 14 de noviembre, cientos de limeños que estaban regresando a sus casas para comenzar a limpiar e intentar salvar algunas cosas inundadas y volver a la normalidad, tuvieron que retractarse por la nueva alerta roja debido al anuncio del huracán Iota.
«Hay nervios, todo mundo desesperado, gente con hambre, no hay para dónde agarrar. De qué sirve que las autoridades nos digan que hay que evacuar ¿y para dónde se va ir la gente?», pregunta don Raúl, quien observa partir nuevamente a sus vecinos, pero asegura que él no se moverá de su casa pese a que la municipalidad limeña y el Gobierno han comunicado que la evacuación es obligatoria.
Don Raúl explica las razones por las que prefiere mantenerse en su casa, aunque ya no le quede nada: «Solo dicen váyase, váyase, como que lo están corriendo de su casa a uno ¿para dónde se va ir usted si no hay una autoridad que diga: “señores tal lugar está para albergarlos”». Piensa que si a los limeños renuentes a desalojar les brindan un albergue seguro, se irán tranquilos porque de todas formas «ya nadie tiene nada».
En el bulevar que conecta San Pedro Sula y El Progreso se encuentra Angélica Arriaza y su familia. Está acompañada por su madre Beatriz y su abuela Olga. Ya tiene nueve días en ese lugar. Logró salvar unos muebles de sala y ahí descansa bajo la sombra de un árbol. Pasó hambre dos días junto a su familia.
«Esas noches la pasamos mal, hubo frío y lluvia. Estuvimos sin comida porque no llegaban las ayudas hasta aquí. No había paso. Estábamos atrapados», contó. Ante la alerta por el nuevo fenómeno tropical, piensa moverse a un albergue en San Pedro Sula, pero la encrucijada es que tendrán que dejar lo poco que salvaron.
«Es obligatorio evacuar y cada quien busque salvar su vida. Las cosas ya se perdieron, lo que tenemos aquí es lo único que nos queda, pero no lo podemos llevar porque en los albergues no hay espacio», afirmó con una sonrisa de resignación.
Juan Ramón Martínez ya decidió que no abandonará su ciudad. Tiene un viejo caballo que cuidar. Además, cerdos y gallinas: «¿quién me les dará comida a mis animales?». Afirma que se mantendrá en el bulevar que conecta a El Progreso con San Pedro Sula.
Este hombre de 63 años reclama más atención de las autoridades municipales de La Lima, dice que al jefe edilicio Motiño no le ha visto la cara en la emergencia. «Sobrevivimos porque otra gente nos dio comida», agradece.
Casta Chávez tampoco se irá. Tuvo que salir la colonia 23 de septiembre, pero se quedará en el bulevar en El Progreso y San Pedro Sula. Perdió prácticamente todo. Aún no ha podido entrar a su casa porque el agua sigue a la altura del techo. Denuncia que están abandonados: «aquí no ha venido Copeco ni nadie», denuncia.
La Comisión Permanente de Contingencias (Copeco), dirigida por el excantante de reguetón Max González, conocido como «Killa», no ha podido brindar una respuesta a la emergencia, los testimonios de las personas contrastan con la publicidad estatal. La gente se siente abandonada.
Casta vivió también una amarga experiencia con el huracán Mitch. Se esfuerza por dejarnos claro que ella no se alarma por los mensajes que ordenan la evacuación. A su juicio ya pasaron lo peor: «Yo no me iré. Y miedo no tengo».
Otros prefieren huir de una nueva angustia. Walter va en su motocicleta con su esposa. Viste un pantalón corto y botas de hule. Tenía apenas horas de haber regresado a su casa para limpiar, pero la alerta roja emitida por la tormenta tropical Iota lo hizo regresar.
Vive en campo San Juan. Perdió todo lo que tenía en su casa y fue rescatado en helicóptero hasta el sábado 7 de noviembre, dos días después de la inundación. Por eso después del aviso de evacuación, no lo dudó.
El drama no acaba en La Lima, recién devastada por la fuerza de Eta. Entre las heridas que dejaron el caos y la destrucción está expuesta a la llegada de un nuevo ciclón.