Esta es una opinión personal de Claudia López, en nuestro espacio Cronistas de la Cotidianidad.
Hace algún tiempo asistí a un conversatorio universitario sobre derechos de las mujeres, recuerdo que un señor opinaba: «ahora las mujeres tienen más derechos que los hombres». Después otra persona dijo: «es que ahora las mujeres mandan, nosotras tenemos el poder». Ante estas manifestaciones yo solo pensé que nada estaba más lejos de la realidad. Si bien, en una sociedad democrática no debería privilegiarse a ninguna persona —pues toda constitución, de cualquier país que se precie respetuoso de derechos humanos, reza que todos somos iguales ante la ley—, la verdad es que nuestra sociedad da cuenta, más bien, de una situación de desventaja para las mujeres, sin embargo, pese a esa realidad seguimos escuchando ese discurso de que «ahora las mujeres pueden lograrlo todo».
Podríamos decir que hay avances gracias a las luchas de muchas feministas a lo largo de la historia: en casi todos los países del mundo las mujeres pueden votar, dependiendo del país tienen acceso a empleo remunerado, hay mujeres científicas y en carreras que antes eran ejercidas de manera exclusiva por hombres, entre otras cosas. Sin embargo, todavía hablamos de enormes desigualdades entre mujeres y hombres.Las mujeres día a día experimentamos discriminaciones y violencia de género, lo que impide un avance significativo en nuestra calidad de vida, de manera individual y en conjunto, así como el derecho de alcanzar las mismas oportunidades que los hombres.
Es importante considerar que hay millones de mujeres cuyo desarrollo personal se ve obstaculizado, pues sufren otras discriminaciones además del hecho de ser mujeres, experimentan doble o triple discriminación, ya sea por su condición económica, edad, discapacidad, ser migrante irregular, desplazada, pertenecer a una comunidad o pueblo originario, o pertenecer a la diversidad sexual, etc.Sin embargo, se nos ha socializado la idea de que ya empoderadas y con derechos, si nos esforzamos lo suficiente y nos proponemos, podemos ocupar casi cualquier espacio, pero eso es una verdad a medias o una falacia del sistema patriarcal en contubernio con el capitalismo explotador.
Es cierto que muchas mujeres logran alcanzar ciertos estados de bienestar profesional y personal, sin embargo muchas veces lo han logrado con un sobre esfuerzo o sobre renuncias, y ello dista de lo que significa la justicia.A lo largo de mi vida y hasta que conocí el feminismo tomé conciencia de expresiones como «qué exitosa ella», «es una gran profesional, pero se quedó sola y ya no puede concebir hijos», «se dedicó a su carrera», como si para una mujer tener una carrera fuese incompatible con formar una familia o vivir en pareja (si se decide tenerlos), pues se asume que para las mujeres o es una o es otra. Eso no sucede con los hombres, quienes sí logran congeniar ambos mundos, todo gracias a las mujeres que están para multiplicarse en las tareas que deberían ser distribuidas de manera equitativa por simple justicia.
Así también encuentro muchas mujeres citadas como ejemplo de «empoderamiento» o «la lista de las mujeres más poderosas», tanto en política, en el mundo empresarial y en la academia, pero nos hemos preguntado: ¿cuánto sacrificio han hecho estas mujeres para llegar a su posición?, ¿qué implica ser una mujer poderosa para el sistema patriarcal y capitalista?, ¿no será más bien «masculinizar» a estas mujeres para replicar conductas propias de los sistemas de opresión económicos?, es importante hacer estas reflexiones.En estos meses de pandemia ha quedado en evidencia la falacia de ese discurso del empoderamiento de las mujeres, pues en las redes sociales y su constante uso para dictar conferencias, cursos etc, he observado que —salvo en los ambientes feministas— el discurso y el debate en todos los temas ha estado principalmente a cargo de los hombres y no es porque no existan mujeres expertas en todas las disciplinas y áreas del conocimiento humano.
Así que estamos empoderadas de los temas, pero siempre son los hombres los que protagonizan.Recientemente participé en un curso de formación judicial y quien lo facilitaba era un colega hombre, entonces traté de recordar las ocasiones en que recibí formación judicial de una mujer y han sido muy pocas, no porque en el medio no haya mujeres capaces de hacerlo, es que las mujeres han sido tratadas como seres de segunda categoría. Se privilegia la palabra de los hombres frente a la de las mujeres, además de que por ser mujeres, no estamos disponibles siempre, ya que el patriarcado nos ha asignado connaturalmente las obligaciones del cuidado y las tareas de casa, que incluye una actividad de la que no se habla, pues es invisible, extenuante y exclusiva de la mujer: la administración y planificación de todo en casa que implica aquellas actividades indispensables para que todo «funcione», como el listado de compras, planear los alimentos que se van a elaborar, estar pendientes de las vacunas de los hijos e hijas, citas médicas, lavar la ropa, etc).
Visibilizar todas las labores que a las mujeres nos ha endilgado el sistema patriarcal, no es con el fin de victimizarnos, es para reclamar justicia, pues desde el discurso se apuesta a la inclusión y participación de las mujeres en todos los ámbitos del desarrollo, pero no exhorta a los hombres para que se involucren también, de manera masiva, a las labores del hogar, que les corresponden en igual proporción y que han sido un obstáculo para que las mujeres puedan desarrollarse en pie de igualdad. Además de justicia se demanda la necesidad de crear conciencia, pues muchas de estas vivencias de las mujeres no son consideradas, incluso en los espacios que pensamos son más progresistas.Entre colegas es necesario normalizar la necesidad de que los hombres avancen en asumir su corresponsabilidad en la crianza y en las tareas de casa, pero que también se piense en aquellas mujeres que no tienen pareja o no conviven con el padre de sus hijas e hijos, pues si no se toma en consideración estas particularidades, las mujeres normalizarán hacer malabares para desarrollarse, o simplemente no lo harán.Lo anterior lo ejemplifico con algo que me sucedió en ese mismo curso de formación judicial que comentaba: me vi obligada a abandonar la sesión sin haber finalizado (pues la misma se prolongó por incumplimiento de la hora de inicio).
Mi hijo, que es un bebé de dos años, me estaba llamando y esperando en la puerta de la habitación donde estaba recibiendo el curso. No dudé ni un momento en salir, ya que considero que se debe entender la necesidad del tiempo compartido con la familia, sin embargo, es asombroso que aún en los ambientes que suponemos más respetuosos de derechos o más progresistas, parece que no se considera, por ejemplo, que al demorar la finalización de una jornada, quienes salimos más afectadas somos las mujeres, porque vemos inconclusa nuestra formación, en especial las que maternamos, es decir que el mundo sigue, funciona y se organiza, sin considerar que generalmente las mujeres —y más las madres— tenemos limitaciones de tiempo, es como si se pensara que es nuestro asunto y que si nos queremos desarrollar que veamos cómo nos las arreglamos.Todo lo anterior, no es más que reproducir la discriminación que profundiza la desigualdad en detrimento de las mujeres, ya que la mayoría de colegas hombres no tendrían problemas de seguir y completar las jornadas porque saben que sus parejas les tienen resuelto hasta el más mínimo detalle de las tareas de su propio cuidado.
Por ello es importante hacer hincapié que esa invisibilización de las necesidades reales de las mujeres no sucedería si se tuviese conciencia que el maternar o el cuidado de casa deben ser realizados por hombres y mujeres, de manera equitativa. Así las mujeres tendrían más oportunidades y opciones de participar y aportar en esos espacios, libres de toda discriminación, así cambiaríamos el paradigma patriarcal a un enfoque de género, recuperaríamos y dignificaríamos la maternidad, acompañando y apoyando. Por su parte, los hombres podrían ir responsabilizándose de ejercer esa paternidad igualitaria, pues se trata de justicia y equidad y así vamos educando a las nuevas generaciones en igualdad real, ternura y acompañamiento.Por tanto, es imperativo replantearnos ese promocionado empoderamiento, ese ideal de convertirnos en la «supermujer» como un mandato patriarcal que ha sido usado para explotarnos, relegándonos a despersonalizarnos para cumplir con ese estándar y sin la justa corresponsabilidad de los hombres. Aspiremos a una libertad construída desde nuestros deseos, bienestar y necesidades. Hago mías las palabras de Mary Wollstonecraft: «No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas».