Un golpe de ficciones

Según el historiador israelí, Yuval Noah Harari, autor del bestseller «De animales a dioses», la capacidad de crear ficciones dio origen al descomunal poder de los humanos en la tierra. Eso abarca desde darle sentido a lo que no se puede explicar, hasta convencer a grandes grupos de personas de que es necesario arriesgar la vida por algo que existe solo en el mundo de las narraciones, de las construcciones sociales o de las realidades imaginadas. Es decir, de las ficciones. ¿Qué ficciones han unido a la gente en las calles los últimos 10 años y sobre cuáles se ha construido el poder que gobierna en Honduras desde ese entonces?

Harari narra cómo la revolución cognitiva que comenzó hace 70,000 años transformó al Homo Sapiens de un simio insignificante de África del Este al animal más importante y poderoso de la tierra. Una mutación aleatoria en su ADN cambió la estructura interna del cerebro que le dio nuevas habilidades cognitivas para imaginar, hablar, comunicar, esto le permitió conquistar el mundo porque en eso también se basó el tejido de sus redes de relacionamiento.

En Honduras quienes han controlado la narrativa sobre la democracia, el poder, los Derechos Humanos, el desarrollo, son los creadores de ficciones que se repiten, se adaptan y se convierten en consigna de un lado de la calle al otro. Ha pasado una década del golpe de Estado en Honduras y queremos analizar lo ocurrido en la sociedad hondureña en este tiempo basado en dos ficciones que aun llenan de contenido la acumulación de frustraciones que une a la gente que sale a las calles a protestar, a las estructuras de poder que intentan contener el descontento y a los ojos extranjeros que observan y envían sus comunicaciones protocolarias.

  1. Golpe o sucesión

Podemos partir con el golpe de Estado, visto desde la ficción institucional como un quiebre en el Estado de Derecho, un quiebre en la democracia. Tomando en cuenta que la democracia misma es una ficción (un conjunto de normas y procedimientos que existen en documentos fundacionales del país y en el discurso de los políticos y activistas), la discusión sobre si lo ocurrido en 2009 fue un golpe o una sucesión constitucional, no podía llevarnos a otra cosa que a la polarización social que se expresó no solo en las marchas rojas o blancas, (para ser lo suficientemente predecibles) sino en las discusiones cotidianas a todo nivel que solo hizo más sofisticada la narrativa pero no ayudó a crear nuevas ficciones, o quizá una que estabilizara un poco el ambiente.

Aunque ya se aceptó que sí hubo un golpe de Estado, sigue siendo objeto de análisis, charlas y hasta peleas categorizar el golpe que no tuvo un procedimiento como en la década de los 80s donde tomaba el poder abiertamente una junta militar y centralizaba las funciones de los otros órganos del Estado, sino que utilizó la democracia encarnada en lo más profundo del imaginario colectivo como excusa y como base del procedimiento realizado el 28 de junio y el poder militar se relegó a un rol meramente logístico, argumentado la legalidad de su subordinación al dictamen de instituciones democráticas.

La ficción que nos gobierna es que en Honduras hay democracia, porque está escrita una constitución, porque hay elecciones cada cuatro años, porque hay tres poderes del Estado, porque hay libertad individual según esas leyes y esos procedimientos democráticos, porque hay libertad de prensa y porque cualquier partido político puede participar libremente en los procesos electorales y en donde cualquier ciudadano puede elegir y ser electo. Por eso en el imaginario hondureño, la ficción de la democracia se traduce en que el poder radica en el pueblo, porque de eso se trata la democracia, la que nos han dicho que existe los que manejan no solo la narrativa, sino los recursos, las instituciones, las fuerzas coercitivas.

2. Democracia es el poder del pueblo

Se habla de democracia como un valor universal, con procedimientos definidos en donde la soberanía del pueblo radica en su poder de decisión a través de esos procedimientos. La democracia crea la idea en el imaginario de que el poder radica en el pueblo que elige representantes para dirigir las instituciones del Estado, pero sobre todo los recursos del Estado, elige su forma de gobierno, su sistema económico, la administración de los recursos y participa plenamente en todas las acciones que impactan su vida. Esta idea es tan fuerte que incluso en las calles, en imágenes que podrían perfectamente reflejar acciones anarquistas, cuando se le pregunta a un joven porqué protesta y qué propone para hacer posible la transición de gobierno, la respuesta común es: el poder radica en el pueblo y nosotros vamos a poner al gobernante, o el pueblo es el que manda así que aunque exista un procedimiento para estos casos, es el pueblo el que va a decidir.

La pregunta que surgió de cómo revertir un golpe de estado sigue haciendo eco en las esquinas de un país que cada vez muestra menos salidas, un laberinto donde los balazos y el gas lacrimógeno marcan la ruta. Si la gente que se organiza para crear frentes de lucha por la educación, por la salud por el restablecimiento del orden constitucional, por el Fuera JOH o por el alza de la energía, no acepta diálogos creados con las reglas de los gobernantes sin legitimidad, tampoco podrían aceptar ningún mecanismo diseñado desde el sistema democrático actual, por ejemplo, un referéndum, una Asamblea Constituyente o un gobierno de transición.

A 10 años exactamente del golpe de Estado, lo anterior nos devela la siguiente paradoja:

La ficción de que en el pueblo radica el poder se nos implantó el 28 de junio de 2009 y con ella de que un Presidente se puede botar. De ahí se transitó a la consigna en las calles del Fuera JOH y la expectativa de que suceda un quiebre institucional que pueda sacar a un gobernante autoritario que se montó sobre una institucionalidad que ha mutado con los años. Botar a un presidente se puede en Honduras, nos lo permitió la misma institucionalidad y procedimientos que dio lugar al gobernante que se quiere expulsar ahora. No estamos revirtiendo el golpe, podríamos estar regresando al mismo golpe. Por ser una paradoja, no hay principio ni fin.

¿Qué ha cambiado que nos garantice que la paradoja no nos hará volver al mismo punto de partida de hace 10 años? El quiebre democrático, o el golpe de Estado, 10 años después nos hace volver a pensar en que esa es la salida necesaria ¿la única? Si acaso la democracia de hace 10 años parió un golpe que consumió una democracia que hoy parece estar en los estertores de un nuevo parto ¿de qué?

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