El 25 de mayo se celebra el día del periodista hondureño como conmemoración de la primera impresión del Diario Oficial La Gaceta, el periódico estatal donde se publican las leyes ya ratificadas del país. Entonces, se concibe como un día propicio para celebrar a los periodistas, el día que se publica un periódico de la institucionalidad que el periodismo debe auditar, del cual debe representar contrapoder. Algo no está bien.
Ya pasó casi un siglo de esta tradición, y no vamos a analizar todo lo que ha sucedido en casi 100 años con la prensa hondureña, sus diversas mutaciones ante regímenes militares, caricaturas de democracias, fraudes electorales o dictaduras disfrazadas de democracia y cooptadas por el crimen organizado. No, en este editorial nos vamos a enfocar en la celebración de este año, particularmente la que tanto espera el gremio: la que viene del Congreso Nacional.
Pues así como del Congreso Nacional salen las leyes que han manipulado a los medios de comunicación ya sea por la vía del chantaje, como con la ley de publicidad oficial o por la vía de la penalización como con los delitos contra el honor con el nuevo Código Penal, también de este poder del Estado se otorgan los más altos galardones para toda categoría de periodistas: los fotógrafos, los cronistas deportivos, los reporteros regionales, el periodista mayor generador de opinión pública, etc. Y el gremio se viste de gala, cada año, para recibir los aplausos de pie de los diputados, cuya mayoría están siendo investigados por actos de corrupción. Sí, esa corrupción que nos toca a los periodistas investigar, la misma.
Hubo un ligero cambio de planes, y este año, en medios nacionales, la nota sobre el día del periodista hablaba de una celebración no tan elegante, porque la premiación se trasladó de las instalaciones del Congreso Nacional por la amenaza de que los diputados de la oposición la boicotearan con sus pitoretas. Pero eso no opacó la fiesta, el gremio formalmente reconocido por estar colegiado o por pertenecer a una asociación de trabajadores de la prensa, se movilizó para ser celebrado por diputados del Congreso Nacional a otro sitio, quizá no se movilizó tanto a reportear este país en la década más oscura que hemos vivido en la última era, una década inaugurada por un golpe de Estado que no solo quebró más la endeble institucionalidad hondureña sino que dejó una cadena de corrupción que cada año suma eslabones y que se blinda con pactos de impunidad entre el poder ejecutivo, el poder judicial y el poder legislativo. El circo, para distraer, lo celebra la prensa, orgullosa de ser galardonada por los diputados que este año, poco antes del 25 de mayo nos regalaban una buena mordaza a todos los que estamos en el ecosistema de medios.
El mayor premio que ha dado este Congreso Nacional ha sido la reciente aprobación del Código Penal, donde se rebajaron las penas por los delitos contra el honor (ignorando las recomendaciones internacionales de despenalizarlos por completo) pero agregando delitos, como el de injuria y calumnia contra instituciones supervisadas, y sumando agravantes como la difusión de injurias y calumnias por redes sociales e internet. Por otro lado incluyeron delitos como el de difusión de noticias o rumores falsos y abuso de información privilegiada, ciberterrorismo o el de daños a los sentimientos religiosos que parecieran no estar vinculados a la profesión o al derecho a la libre expresión, pero por la ambigüedad podría aplicarse a quienes hacen periodismo de investigación, sobre todo los que buscan en las aguas turbias de empresas privadas, sistemas financieros, oenegés moviéndose en las olas de la corrupción y el lavado de activos.
Entonces, el Congreso hace fiesta y da premios a los periodistas, que creyéndose en el libre ejercicio de su profesión, perpetúan un sistema de impunidad que mantiene a la gente inmóvil ante el horror o ante la pornografía noticiosa, y por otro lado castiga a los que hacen periodismo lento, riguroso y comprometido con revelar cómo funciona y a quiénes afecta el ejercicio del poder cuando éste sirve para sostener un régimen criminal. Los periodistas premiados en el Congreso Nacional no recuerdan ni el pasado reciente, el que ya cuenta con 77 periodistas asesinados y no se sabe cuántos exiliados por razones que ni siquiera se conocen porque la justicia va en cámara lenta. Mucho menos recordarán que alguna vez en la facultad o en alguna conversación salió la discusión sobre para qué sirve el periodismo y quizá alguien dijo que para hacer contrapeso al poder o para buscar la verdad, para dar un servicio vital que hace que el derecho a la información libre y veraz exista.
El periodismo hondureño enfrenta una tarea ineludible, la de un cambio de paradigma que provoque no solo verdaderos debates intelectuales sobre el oficio periodístico, también la de abandonar la capitulación de premios que aderezan la silenciosa complicidad de las corporaciones televisivas, de prensa y radiales que tienen secuestrado el periodismo evitando que Honduras sea verdaderamente contado y comprendido.