Sentir la velocidad, la libertad en la piel, en la melena medio larga, escuchar las ruedas de la patineta en el pavimento, eso es placer para Andrés Palma quien en este momento se recupera de una fractura en el metatarso, conjunto de 5 huesos del pie. Su pasión lo ha dejado en cama varias veces, dos esguinces en cada tobillo, una luxación de codo, una fisura de pie, regalos dolorosos del skateboarding.
Andrés tenía 13 años cuando comenzó a patinar, su hermano mayor dejó de hacerlo, al parecer creció y eso la vida se convirtió en más que un juego. Este deporte apenas tiene unos 20 años de practicarse en Honduras y es en Tegucigalpa donde hay una comunidad de 300 skaters que imponen presencia en las calles. Ahora también hay mujeres que lo practican.
La calle es la esencia del skate, aunque sea hostil. “Aquí en la calle te tiran los carros, no hay rampas, hemos ido construyéndolas nosotros mismos”. En la calle se te pega la música, la pintura. Andrés hace pintas de vez en cuando.
La comunidad de skaters busca siempre lugares nuevos, y cuando se encuentran a un niño que se va enamorando de la patineta, se juntan para comprar el equipo que es inaccesible. Ayuda a escapar de una realidad dura, te hace libre, la comunidad también se convierte en familia. “Yo nunca me voy a retirar, siempre quedamos unos cuantos locos que creemos que ya nunca lo vamos a dejar, ni aunque quedemos sin pies”, se ríe. Andrés no ha crecido.