Antes, la mayoría de los migrantes eran hombres cuya idea era irse, especialmente a Estados Unidos, permanecer unos años en ese país para forjar un capital y, después, volver a Honduras. Pero eso ha cambiado. El sueño de regresar a su país se ha esfumado y, ahora, la reunificación familiar sólo se sueña fuera de las fronteras hondureñas. 

Texto: Allan Bu
Fotografía: Jorge Cabrera

 

Hasta el 2004, Yaneth Hernández tenía en su trabajo con una agencia aduanera en El Poy, Ocotepeque, ingresos arriba del salario mínimo (entonces unos 3,500 lempiras). Ese año, recuerda ella, su trabajo vino a menos por la entrada en vigencia de tratados de comercio internacional, con la que mucha mercadería entraba sin pagar aranceles. También tenía problemas en su relación de pareja cuando, por esos días, su madre le dijo: «Hay un viaje disponible». Todo se alineó, y Sandra salió el 11 de octubre de 2004 rumbo a Estados Unidos, dejando al cuidado de su madre a sus cuatro hijos. El plan inicial, dice, era regresar. 

Yaneth pensó que dos años era tiempo suficiente para pagar los 6,000 dólares que había costado su viaje y regresar con un poco de dinero a Honduras. Le pidió permiso a su jefe, en la agencia, «él me estaba esperando, pero ya no pude regresar», recuerda. 

El plan del retorno a Honduras fue encontrando obstáculos. Cuando llegó a Estados Unidos, la economía de este país se encaminaba a una gran recesión económica —que tuvo su punto más alto entre los años 2007, 2008 y 2009—. En el 2008, la tasa de desempleo alcanzó el 7 %. La recesión tuvo una repercusión mundial: la Organización Mundial del Trabajo (OIT) vaticinaba que se perderían 50 millones de empleos, y el Banco Mundial adelantaba que 46 millones de personas caerían en pobreza en el 2009. 

Dos años antes, ya había indicios de lo que venía, Sandra no pudo encontrar trabajo y en algunos empleos le pagaban 200 dólares semanales, «ya no pude viajar debido a que no pude pagar el viaje a tiempo y no encontraba trabajo cuando llegué, se me complicó todo aquí», dice en una llamada por Whatsapp desde la Florida,Estados Unidos. 

En Honduras esperaban su ayuda, pero también la consolaban: «Mi mamá me decía:”Con 100 dólares que mandés, es suficiente”, porque hubo un tiempo en el que casi no trabajé, no encontraba trabajo, Estados Unidos estuvo en una recesión bien fea, yo llegué en el 2004. Me salió en un restaurante, pero pagaban bien poquito y había muchas redadas de inmigrantes, uno no podía salir ni a caminar», mencionó. 

Recuerda que en aquellas redadas de migración por las que tenía miedo de salir a la calle, y por ende buscar un mejor trabajo, los agentes ya tenían identificados los lugares a los cuales llegaban los indocumentados. Los buscaban en tiendas, en canchas de fútbol y otros lugares concurridos. «A mí me tocó (migración llegó al restaurante), pero un supervisor nos sacó a todos por la puerta de atrás. Tuvieron que pasar muchas cosas para que yo pudiera quedarme aquí».

Pasaron dos años, y Yaneth recuerda que no había pagado ni la quinta parte de los 6,000 dólares que le habían prestado para realizar el viaje, no podía regresar a Honduras con semejante deuda y ya sin trabajo, porque el permiso había terminado. «Así me fui quedando, aunque los días se me hacían eternos», dijo.

El plan de regresar se fue diluyendo. Encontró una nueva pareja en Estados Unidos y, a pesar de la mala situación económica que vivía, cuando al final de cada semana hacía la conversión de dólares a lempiras, ella pensaba, «Si me voy (a Honduras), no podré ganar lo que gano aquí. Es que yo hacía cuentas: 100 dólares aquí, allá eran como 2,000 pesos». Y Yaneth tenía razón, entre el 2004 y el 2008, el salario mínimo en Honduras estuvo entre 140 y 180 dólares al mes. Y ella, aunque tuvo un par de años con malos ingresos, para 2007 ya tenía un ingreso que triplicaba en una semana lo que podía ganar en Honduras en un mes. Las diferencias se mantienen, el salario mínimo en este país centroamericano oscila, dependiendo el rubro y número de empleados de la empresa, entre 412 y 585 dólares. En Estados Unidos, los ingresos semanales para obreros indocumentados oscilan entre 600 y 1,000 dólares. 

Yaneth extrañaba mucho a sus tres hijas y su hijo, a través del teléfono y, después, las redes sociales fue percibiendo cómo iban creciendo hasta convertirse en adultos. No hubo día que no pensara en regresar a Honduras para abrazar a todos los seres queridos que había dejado atrás, pero entonces nuevamente en su mente revoloteaban las conversiones de dólares a lempiras: «A veces se necesita mucha fuerza mental. Yo me mentalicé por la cuestión que tenía que pagar y que tenía que sacar estas criaturas adelante, que debían estudiar… Me fui acostumbrando», dijo. 

Para pagar las deudas que menciona, Yaneth dejó de trabajar en un restaurante donde le pagaban 200 dólares semanales y comenzó a trabajar en la construcción, específicamente en la pintura: «Me ha tocado duro, porque ganaba 180 dólares a la semana, yo alcancé a ver la luz cuando empecé a trabajar en la construcción, es lo mejor pagado». Desde hace 12 años, ella ha trabajado en el estado de la Florida pintando casas. 

En Estados Unidos, las mayores oportunidades de empleo para los indocumentados se encuentran en el área de la construcción, cuyo salario depende del Estado donde se encuentra y la experiencia, y tomando en cuenta estas variables oscila entre 15 y 30 dólares la hora. Otros empleos comunes para indocumentados están en restaurantes y tiendas, aunque son minoría.

Cada día al menos 400 hondureños salen con rumbo a Estados Unidos para poder agenciarse de un trabajo digno y así ayudar a la familia que dejan atrás. Foto CC/Jorge Cabrera

Una vez con un trabajo estable, Yaneth comenzó a pagar sus deudas en Honduras. A esta altura ya la cuenta estaba más allá de los 6,000 dólares que pagó por el viaje, ahora se habían sumado otras deudas.

Para el 2014, 10 años después de su llegada a Estados Unidos, Sandra seguía pensando en regresar a Honduras, pero en ese entonces sucedió un hecho violento en la casa donde habitaban en Bradenton, Florida. Un grupo de ladrones ingresó por la noche en la vivienda, pero fueron descubiertos por la pareja de Yaneth y dos primos que también vivían en la casa. Se liaron a golpes con los delincuentes. Cuando la Policía llegó, los tres hombres estaban malheridos. Estaban muy golpeados, pero habían defendido su casa y debido a esto optaron por el estatus No Inmigrante U (Visa U) que está reservado para las víctimas de ciertos crímenes, que han sufrido abuso físico o mental y que brindan ayuda a las agencias de orden público y oficiales gubernamentales en la investigación o prosecución de actividades criminales. El Congreso estadounidense creó la visa de No Inmigrante U mediante la aprobación de la Ley de Protección a Víctimas de la Trata de Personas y Violencia en octubre de 2000.

Hasta ese entonces, cuando la casa donde vivía fue asaltada, Sandra seguía pensando en regresar a Honduras, y no lo hizo, más bien comenzó otra larga espera: la llegada de su hijo y sus hijas a Estados Unidos bajo este estatus legal. «Fue una oportunidad la que se dio, así fue como pensé en que vinieran y costó un poco de tiempo porque el proceso comenzó en el 2015 y ellos llegaron aquí en el 2019». 

Sin embargo, Yaneth no pudo reunir a todo su círculo cercano. En el 2012, la mayor de sus hijos emprendió el viaje rumbo al norte. La jovencita, en aquel entonces de 17 años, atravesó la frontera entre Estados Unidos y México, pero fue detenida por migración. Ese evento quedó registrado y le impidió aplicar a la residencia en Estados Unidos, como sí lo hicieron sus tres hermanos.

En el 2019, Jazmin, Yaneth y Francisco se encontraron con su madre, tenían 15 años de no verla. Yaneth estaba feliz, pero aún faltaba su hija mayor y dos nietas que no alcanzaron el beneficio de la residencia. A esta altura ya no pensaba en regresar a su país, Yaneth quería reunificar a su familia fuera del país y lo hizo en el 2021 cuando pagó miles de dólares para que su hija mayor y sus nietas caminaran por la peligrosa ruta migratoria para reunirse con ella en la Florida. 

La socióloga e investigadora del Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación (ERIC), Mercy Ayaladice que en los últimos años hubo una ruptura en la tradición del sujeto migrante, que era el hombre, mientras su esposa e hijos se quedaban en el país, «la idea era ir, cinco, ocho o 10 años y regresar al país a establecerse con un capital que le permitiera mejorar su casa, tener mejores condiciones de vida y que le permitiera sostenibilidad económica. Sin embargo, en la actualidad, lo que se ha ido identificando es que ya no está tan marcada esa mirada de la migración, como un medio de vida para luego volver al país de origen desarrollarse, ahora es la salida y ya no solo del hombre. Hay una mirada más colectiva de “nos vamos”», agregó Ayala. 

Yaneth por ahora piensa volver al país, pero de vacaciones. «Ya ahora quedarme en Honduras ya no lo pienso, aquí están mis hijas y mi hijo. Sí pienso ir allá porque está mi familia, que de alguna manera tengo que ir a visitar y si me gustaría legalizar mi estatus y poder pedir una jubilación», confesó. 

«Mientras tanto, no puedo, apenas estoy empezando, aquí la ventaja es que las personas podemos trabajar hasta donde el cuerpo nos da, no como en Honduras la gente ya de 35 no la quieren para trabajar porque ya están viejos», dijo. 

Sobre la situación del empleo en el país, Alejandro Kafati, economista del Consejo Hondureño de la Empresa Privada (Cohep), manifestó recientemente en una conferencia que Honduras recibe anualmente entre 400 y 600 millones de dólares en inversión extranjera, lo que no es suficiente para generar los puestos de trabajo que necesitan los jóvenes con edades entre 15 y 29 años, que no estudian ni trabajan y suman más de 800,000 en el país.

La estación de autobuses de San Pedro Sula se hizo una zona de reunión de donde salen a diario muchos hondureños rumbo a Estados Unidos. Foto CC/Jorge Cabrera

«Hemos manifestado que Honduras necesita un plan para crear al menos 400,000 empleos en los próximos 4 años, se tendrían que generar 100,000 empleos al año, sabemos que no es de la noche a la mañana, es un trabajo muy difícil y requiere coordinación entre el sector privado, las autoridades y comunidad internacional, pero tampoco hemos visto cómo el Gobierno está pensando atraer esas inversiones», manifestó. 

El 22 de noviembre, Ricardo Salgado, el ministro de Planificación del Gobierno de Xiomara Castro, brindó declaraciones acerca del fenómeno migratorio con una perspectiva «socialista»: «Me ponía a pensar en que si la gente para que no emigren le doy casa, salud, educación y trabajo no se van a querer ir, claro el imperio me va bloquear una vez yo le dé todo eso, por esto ha estado bloqueada Cuba por más de 60 años y el imperio, aún con la oposición del mundo entero. siguen imponiéndose criminalmente».

Al día siguiente, el funcionario ofreció una disculpa a Estados Unidos por estas declaraciones y mencionó que habían sido brindadas a título personal, que no deberían tomarse como una postura gubernamental. La embajadora estadounidense, Laura Dogu, aceptó las disculpas agregando que su país trabaja por una migración segura, ordenada y humana. «Este tema es particularmente importante para nosotros como una nación construida y enriquecida por inmigrantes», dijo. 

En la respuesta de la embajadora Dogu, hay una verdad parcial. Pues Estados Unidos tiene programas de visas temporales para trabajo, pero, en el 2020, más del 90 % de visas H-2A y el 70 % de las H-2B fueron para trabajadores mexicanos. 

En octubre del 2022, el Departamento de Seguridad Nacional de EE. UU. anunció que aumentarán en 64,716 las visas temporales de trabajadores no agrícolas H-2B, estás se suman a las 66,000 que están disponibles cada año fiscal. Las visas adicionales incluyen 20,000 visas para trabajadores de Haití y los países del Triángulo Norte de Centroamérica (Guatemala, Honduras y El Salvador). En un documento publicado por la web de la embajada estadounidense en Honduras se sostiene que esto cumple con la promesa de Joe Biden de «expandir las rutas legales como una alternativa a la migración irregular».

El número de visas es insuficiente, sin duda. Entre octubre del 2021 y octubre de 2022, la patrulla fronteriza detuvo a 2.7 millones de migrantes, que es una cifra récord alcanzada especialmente por el éxodo de nicaragüenses, cubanos y venezolanos que huyen de regímenes autoritarios. Sin embargo, en ese período fueron detenidos más de 214,000 hondureños, el flujo no ha parado pese al cambio de Gobierno. 

El costo de la reunificación

José Castellanos trabajaba en un medio de comunicación en Honduras, y en el 2019 tuvo la oportunidad de realizar la cobertura de un evento deportivo en Estados Unidos. Después de cumplir religiosamente con su trabajo, Castellanos decidió quedarse a trabajar unos meses en el norte. Tenía vacaciones rezagadas y quiso aprovecharlas. Nada más. Su idea era reunirse con su esposa y sus dos hijas en un par de meses. 

Consiguió trabajo en Houston, Texas, una de las ciudades con mayor número de latinos. Las autoridades migratorias estiman que unos más de 80,000 hondureños viven en ese estado. Castellanos se enroló como obrero de la construcción en unas de las cuadrillas que colocan un material en los techos para evitar la filtración de agua. Una labor bien pagada, pero de mucho riesgo. Así que, después de cargar una cámara por territorio hondureño, José se paseaba de techo en techo en Texas. Al observar lo que estaba ganando, le preguntó a sus jefes en Honduras si había posibilidades de recibir un aumento. La respuesta fue un rotundo no, «quizás más adelante», le dijeron. Entonces, José se quedó como un migrante más en Estados Unidos.

Se le vencía la visa en el 2020. Solo le faltaban unos meses para que se venciera. «Me voy a quedar unos años», pensó José, pero el destino es caprichoso y su plan no resultó. Para finales del 2021, ya tenía todo preparado para regresar. Había ahorrado para volver, pero desde Honduras su esposa e hijas le dijeron que, en lugar de que él regresara a Honduras, mejor se las llevara a ellas a Estados Unidos. 

Ricardo Puerta, analista de migraciones, sostiene que «el migrante no tiene una visión clara, depende del momento en el que le hagas la pregunta, normalmente cuando uno se va de su país se va con un deseo de no volver, pero una vez que llegas a un lugar de destino inmediatamente te empieza a subir la nostalgia porque nadie puede borrar una historia solo porque se va de su país».

El analista agregó que después del paso del Huracán Mitch en 1998 la migración aumentó, y eso es una de las razones por las que, según cifras en sus manos, la reunificación familiar —con un 36 %— es la principal causa seguida por razones laborales —con un 26 %—: «No es la única, es la principal. No hagas la reunificación que es exclusiva, porque después le sigue una migración por cuestión laboral y después están los que se van por seguridad. Las causas no son excluyentes, se ordenan así, pero todas existen al mismo tiempo», expuso.

Además de muchos hijos y esposas que viajan de forma indocumentada a reunirse con sus familiares en Estados Unidos, también existen formas legales de hacerlo. Hay miles de hondureños que esperan por una aprobación para entrar legalmente al gran país del norte después de haber sido solicitados por un familiar con estatus legal. 

Los ciudadanos estadounidenses no tienen límites en la cantidad de visas de inmigrantes disponibles. Pueden presentar una petición para un familiar inmediato, esto incluye esposos, padres, hijos e hijos menores de 21 años, hijos e hijas mayores de 21 años y hermanos. Aunque hay requisitos que se deben cumplir. Los residentes legales permanentes también pueden solicitar visas para esposos, hijos solteros y casados. En esta categoría hay un límite de visas al año. 

José dice que, antes de tomar la decisión, él pensó en las posibilidades de desarrollo y educación de sus hijas, como en la corrupción y en la pobreza de Honduras: «Allá no hay futuro para nadie», dijo y, bajo estas perspectivas, borró de sus planes de regreso. En lugar de ello se dispuso a invertir miles de dólares en pagos a un coyote o traficante de personas para que sus hijas y esposa cruzaran con bien la frontera, pero el plan no resultó tan sencillo. 

Había logrado obtener unos ahorros después de trabajar durante 13 horas diarias, seis días a la semana. Ya tenía más de dos años en los Estados Unidos cuando su familia emprendió la ruta migratoria bajo la escolta de un coyote que le cobró 21,000 dólares por llevarlas sanas y salvas al estado de Texas. La espera no fue lo que esperaba, José tuvo que pasar muchas angustias y muchos dólares más.

Padres y madres salen en caravanas junto a hijos para intentar llegar hasta Estados Unidos. Fotos CC/Jorge Cabrera

«Con las niñas no hubo problema, las pasaron con otro grupo de mujeres y me las entregaron como a los 25 días (estaban retenidas por migración de Estados Unidos). Habían dado positivo de COVID, las tuvieron hasta que dieron negativo», recuerda José.

José no alcanza a explicar por qué su esposa fue separada de sus hijas, pero lo cierto es que ella se quedó varada en la ciudad de Reynosa. De ahí el coyote le dijo que necesitaba 1,000 dólares más para moverla a Monterrey y otros 1,000 para llevarla después a Piedras Negras. Había que pagar porque cada vez que entraba a una casa de seguridad de la mafia tenía que decir una palabra clave, que es una especie de código que los criminales utilizan para identificar al migrante que ha pagado para no ser secuestrado. Por esos días, José recibía llamadas con la siguiente indicación: «Mande mil dólares a tal persona, que está en tal lugar»..

Recuerda que envió dinero hasta la República Dominicana. A la esposa de José la agarraron en cuatro ocasiones, en la última vez casi llegando a San Antonio, Texas, curiosamente no la retornaron a Honduras, el grupo fue devuelto a Ciudad Acuña en México. José cuenta que el Coyote le dijo: «Mire que ese es justamente el lugar donde yo quería que estuviera. Ahí hay un compa que nunca ha fallado tiro para adentro», y José un poco contrariado del otro lado del teléfono le preguntó «¿Compa y porque no la llevó de un solo para ahí». 

La redes de traficantes de personas operan por toda la ruta migratoria cobrando exorbitantes sumas de dinero en dólares. Estas redes operan con la venia o permiso de grupos criminales como los cárteles de narcotráfico, que cobran peaje para que los coyotes usen sus territorios. Los migrantes que han pagado un «coyote» muy probablemente han sido secuestrados para exigir rescate a las familias en sus países de origen. «Sin la clave, mejor ni intentarlo», nos decía Carlos, un hondureño con el que hablamos para escribir una historia sobre el secuestro de migrantes en México. Por eso José tenía que pagar 1,000 dólares cada vez que su esposa era llevada a una casa de seguridad. 

La pareja de José salió nuevamente de una casa de seguridad para intentar cruzar la frontera, era el quinto intento. Por unos seis días pensó que su esposa había sido retornada a Honduras, ya tenía la promesa del coyote que se la llevaría nuevamente a Estados Unidos, , pero un día recibió una llamada. Su esposa estaba en San Antonio, Texas. Lo único malo es que tenía tres horas para reunir 6,500 dólares. Le pidió dinero prestado a sus amigos, a su jefe y algún familiar, y en cuatro horas estaba camino a la ciudad donde lo esperaba su esposa. Por fin se reunieron. A José llevar a su familia a Estados Unidos le costó más de 30,000 dólares. 

«Todavía lo estoy pagando», dice sobre el dinero que pagó para liberar a su esposa. Está tranquilo, sus hijas están estudiando y ambas ya hablan inglés. A veces, cuando sabe que debe ir a un lugar donde necesita comunicarse en inglés, se deja acompañar por su pequeña de 11 años, quien lo habla con gran fluidez. «Ya el futuro para ellas aquí es otro, no es el mismo que allá en Honduras, es que allá no hay futuro para nadie. Mi hija pequeña se encuentra con un gringo y habla como si hubiese nacido aquí. Han aprendido muchísimo», dice satisfecho. 

José piensa que en Honduras es difícil que cambien las perspectivas que se tienen como país hasta ahora: «Uno no puede ponerse a pensar que tal vez más adelante cambie, es que va a ser algo bien complicado, cualquier Gobierno o político que llegue se le va a hacer bien complicado cambiar la historia», consideró.

No obstante, pese a que José reunió a su familia y mira con orgullo el desarrollo cognitivo que están teniendo sus hijas, no piensa quedarse para siempre en Estados Unidos, especialmente por el trabajo pesado que realiza. «Este país lo mata a uno, si uno se queda aquí una eternidad, cuando llega a 45 años parece que ya tuviera 60, el trabajo aquí es matador», finalizó. 

Tampoco Yaneth piensa regresar, ahora que acaricia a sus hijas y hasta sus nietas en Estados Unidos. Tampoco piensan regresar a Honduras Ana y Alexis, dos hermanos que en el 2018 salieron de un pueblo de Copán y ahora ya se han llevado a cuatro hermanos más. En las rutas migratorias, el «me voy» ahora es sustituido por una frase y un deseo más grande: «Nos vamos». 

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