
Seguir jugando, del libro «Marca de nacimiento» de Laura Díaz
Mañana cumpliré diez años, es verano y estoy jugando en el patio trasero de mi casa. Estoy sola, no hay ruido a mi alrededor
Mañana cumpliré diez años, es verano y estoy jugando en el patio trasero de mi casa. Estoy sola, no hay ruido a mi alrededor
El mero 24 de diciembre estaba caminando por las calles de Katmandú, Nepal en Asia del Sur. Una ciudad hundida en un valle rodeada de montañas, densamente poblada y exageradamente caótica: pareciera que las motos salen por debajo de las alcantarillas; los carros son muchos y muy pequeños, porque las calles son minúsculas, de doble vía y con parqueo a ambos lados; los peatones no podemos distraernos y hay que sumir el estómago y caminar de lado pegado a la pared para no ser atropellado.
Nunca supe qué pasó con su cuerpo: si le hicieron una autopsia, si la enterraron, o si la metieron en un frasco para exponerla en un laboratorio. Tampoco supe cuál fue la causa exacta de su muerte. Yo tenía 17 años y solo quería olvidar. Ahora, años después, me arrepiento de no tener una tumba en dónde visitarla. Aún me corroe la curiosidad por saber qué fue lo que pasó, y la culpa no ha ido mermando con el tiempo. Cada año celebro su cumpleaños en silencio, resignada y agradecida, porque con su muerte yo volví a la vida.
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