La madrugada del jueves 14 de octubre llegaron 11 buses transportando migrantes deportados que viajaron en un avión de Estados Unidos a México y luego en un bus hacia la frontera de Guatemala con Honduras. Llegaron y nadie del Gobierno estaba para registrarlos. De acuerdo con organizaciones no gubernamentales que reciben a los deportados en la frontera, desde mediados de septiembre cada noche llegan entre 250 y 450 deportados procedentes de Estados Unidos.
Texto: Allan Bu
Foto: Radio Progreso
Es medianoche en el punto fronterizo de Corinto, entre Guatemala y Honduras. Hay brisa cálida y la música tradicional mexicana retumba en un negocio cercano. Ese paso que sirve de trampolín para muchos sueños, la madrugada del jueves 14 de octubre y en muchas otras noches atrás, se convirtió en la tumba de los anhelos de cientos de hondureños que regresan deportados desde Estados Unidos.
Esta deportación es nocturna, invisibilizada, no registrada y tampoco atendida por el Gobierno hondureño. El retorno masivo de inmigrantes en condiciones de vulnerabilidad comenzó antes del 14 de septiembre, de acuerdo con información que maneja una coalición de organizaciones no gubernamentales que brindan asistencia a los retornados, según esta misma fuente diariamente están llegando de 250 a 450 deportados.
Los hondureños, cuya mayoría ya se encontraban en suelo estadounidense, son regresados sin cumplir los protocolos para su retorno seguro bajo el paraguas del título 42, la parte del Código de Estados Unidos que se ocupa del bienestar y salud pública y que prohíbe el ingreso de personas al país sin la documentación migratoria adecuada. La pandemia de COVID-19 fue utilizada para aplicar esta norma en la administración del repúblicano Donald Trump y ahora en la del demócrata Joe Biden.
«En el año fiscal 2021, que comenzó en octubre de 2020, se han detenido a un total de 845,207 personas, de acuerdo con cifras del Departamento de Seguridad Nacional (DHS). Esa cifra de detenidos seguirá aumentando».
La madrugada del jueves 14 de octubre arribaron 11 autobuses con migrantes. En una de esas unidades venía Fernando, un joven olanchano de 24 años, quien viajó el 30 de agosto pasado con su familia. Entre el punto fronterizo de Corinto y Reynosa, donde ellos hicieron el cruce hacia Estados Unidos, hay casi 2200 kilómetros de distancia.
Fernando relató que el viaje rumbo al norte del continente fue muy rápido pese a que viajaba con su esposa y sus dos pequeñas hijas de tres y cinco años. Los problemas comenzaron cuando ellos pensaron que habían cumplido su meta. Recuerda que una vez que cruzaron al río, ellos se entregaron a los agentes de migración en Estados Unidos: «No podíamos rodear los retenes, para eso hay que caminar tres días y yo llevaba las niñas», dice. Además, ellos creían que al entregarse con un menor no serían deportados: «nos dijeron que no estaban deportando a nadie en la migración de Estados Unidos», dice en referencia a lo que escuchó de particulares en camino.
En 2014, la frontera de Estados Unidos y México se vio desbordada por la crisis migratoria en la que se detuvieron a más de 46,000 niños y jóvenes menores de 18 años que viajaban sin la compañía de un adulto. En un reportaje de ese entonces, la BBC Mundo mencionaba que medios hacían referencia a que la oleada migratoria se debía al rumor extendido en Centroamérica en el que aseguraba que los menores de edad y las mujeres con niños no eran expulsados se les facilitaba que se reunieran con su familia en suelo estadounidense. Esto es muy parecido a la información que muchas familias, incluida la de Fernando, recibieron. Por eso ellos se entregaron a los agentes de migración.
En una conversación para Contracorriente, la experta en migración de Centroamérica, Amelia Frank Vitale aseguró que el Gobierno de Biden buscará un camino hacia el estatus legal y permanente para personas indocumentados y que tienen TPS (estatus de protección temporal) en Estados, pero que esto no implicaba la apertura a nuevos migrantes.
A Fernando y su familia, el sueño americano se les había terminado cuando apenas empezaba. Según nos cuenta, ellos y unas 150 personas más, fueron obligados a caminar desde la frontera hasta la ciudad de McAllen, Texas. Caminaron unas dos horas y luego abordaron un bus que los condujo a las famosas hieleras, así les llaman los migrantes a los centros de detención, cuya característica es la de ser muy fríos. Ahí permanecieron cuatro días.
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Durante permanecieron en las «hieleras» tenían que bañarse a las 2 a. m. Fernando dice que sus niñas se enfermaron de las vías respiratorias. Como alimento recibían tortillas de harina y lechuga. Antes de entrar al centro de detención les pidieron el contacto y dirección de las personas que los esperaban en el gran país del norte. «Supuestamente les iban a llamar para que nos fueran a recoger, pero de ahí para allá no hubo nada, nos tuvieron cuatro días en la hielera sin saber nada», nos contó.
El miércoles 13 de octubre, Fernando y su familia fueron llamados a una sala donde habían otras personas. Asegura que incluso llamaron a sus familiares y él pensaba que ya iba a reunirse con ellos. Los subieron a un bus, fueron llevados al aeropuerto en Mcallen y una vez en el avión Fernando sabía que algo no andaba bien. Preguntaron a los oficiales de migración qué pasaba y ellos contestaron que no sabían: «Cuando menos lo esperé el avión aterrizó y vimos que en el aeropuerto decía bienvenidos a Villa Hermosa».
Una vez aterrizaron en la ciudad antes mencionada, jurisdicción del Estado de Tabasco, los migrantes reclamaban por qué eran dejados en suelo mexicano si no eran oriundos de ese país. En el aeropuerto los recogió migración de México y abordaron un nuevo bus, en el que viajaron a Corinto, frontera de Guatemala y Honduras. «Nos han traído a puro pan y agua», comenta Fernando tocándose el estómago. «Nos trajeron engañados porque supuestamente íbamos para donde nuestra familia, hasta les llamaron. Ahorita se sorprendieron cuando les dije que estaba en Honduras, pude llamar porque ya nos devolvieron los teléfonos», agrega.
Recibiendo a los migrantes
En Honduras, a Fernando y a unas 400 personas más les esperaba una frontera cerrada. En los registros del Gobierno no existe esta deportación. Los retornados son atendidos por organizaciones no gubernamentales como Unicef, Médicos Sin Fronteras (MSF), Fundación Nacional para el Desarrollo de Honduras (Funadeh), Organización Internacional para las Migraciones (OIM), Cruz Roja y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).
Las organizaciones mencionadas se encargan de cubrir para los retornados algunas necesidades básicas. Hay café caliente y sopas instantáneas. Además, hay pan con jamón y queso. Los migrantes también pueden hacer llamadas y tienen acceso a internet y hay una estación para cargar su teléfono. Tienen un bus a disposición para los migrantes desde Corinto hacia la Gran Terminal en San Pedro Sula, pero es insuficiente.
Si alguno requiere ayuda psicológica y emocional, MSF y Funadeh tienen personas que pueden abordar los sentimientos de frustración y desesperanza con los cuales muchos regresan. «Vienen sin esperanzas y frustrados. El coyote vende la idea: “yo te llevo, te entregas y te van a dar asilo”, y no es así», nos dice una de las voluntarias, quien prefiere mantener el anonimato.
Esa noche, la del 13 y 14 de octubre, a ella le sorprendió la gran cantidad de niños que venían retornados: «Es desgarrador ver familias enteras», nos dice. Recuerda que un niño de aproximadamente cuatro años les comentó que tenían tres días sin comer y que en su absoluta inocencia les dijo: «Y no fuimos a nada».
La coalición de ONG atendiendo a los migrantes se encuentran hace tres semanas en la frontera, pero el fenómeno está sucediendo desde mucho antes: «Empezamos hace tres semanas a hacer acciones, ocurría desde antes pero no había nadie recibiéndolos. La comunidad reportó que venía gente por las noches».
Karla Rivas, coordinadora regional de la Red Jesuita con Migrantes en Centroamérica, le dijo a este medio que a la frontera de Corinto, están llegando no solo hondureños, sino también nicaragüenses y salvadoreños «pero más del 98 % son hondureños», aclaró.
Sostiene que en cuatro semanas han llegado unas 8000 personas deportadas, quienes ya estaban en Estados Unidos. Todo esto no ha sido registrado por las autoridades de migración de Honduras, pero Rivas cree que ese no es el mayor problema a su juicio: «El asunto no es que nadie los anote, es que nadie los atiende».
También se entregaron
En la penumbra de la noche y aún del lado de Guatemala, encontramos a Javier Vargas y Dinora Pérez, una pareja oriunda de Tegucigalpa, quienes acompañados de su pequeña hija de cuatro años habían tomado hace un mes el camino hacia el norte. Haciendo uso de trenes, microbuses y buses lograron llegar y cruzar al Río Bravo, para luego entregarse a los agentes de migración en el lado estadounidense.
Vargas dice que ellos se entregaron porque escucharon un rumor que estaban dando asilo al entrar: «Pero al parecer no están dando nada. Había escuchado eso, que siempre están pasando con niños, por eso nos entregamos», dice.
Una vez detenidos la historia se repitió, les piden alguna información básica de ellos y si tienen familiares en Estados Unidos. Luego permanecen cuatro o cinco días en las «hieleras», para luego enviarlos en una avión a Villa Hermosa, México, desde donde son trasladados en buses hasta la frontera de Corinto.
Dinora Pérez, esposa de Javier, nos cuenta que cuando ellos se entregaron, también lo hicieron muchos guatemaltecos y otros hondureños. Los coyotes o traficantes de personas aconsejan que se entreguen y que recibirán asilo. Mientras estaban detenidos no recibieron información ni les permitieron hacer llamadas.
Javier y Dinora quisieron abandonar el país para mejorar la perspectiva de futuro de su hija de cuatro años, no ven en Honduras un país donde ella pueda crecer y tener una buena vida. Ahora dicen que desistieron de migrar. «Supuestamente lo daban (el asilo). Uno busca mejorar el futuro de la niña. Yo tengo 48 años, ya nadie me da trabajo, ¿qué le puedo ofrecer a mi hija?», nos dice Dinora, apoyada en la base de una tienda de conveniencia ubicada todavía en Guatemala.
Después de la experiencia vivida, Fernando no quiere continuar intentando, ya lo hizo en cuatro ocasiones: «No está fácil», se conforma. No obstante, el flujo migratorio hacia Estados Unidos continúa, Karla Rivas de la Compañía de Jesús, dice que según datos de la Pastoral de Movilidad humana diariamente unas 600 personas salen del país en busca del sueño americano.