Por: Karla I. Herrera
Imagen tomada de Pixabay
Hispanidad cursaba con éxito los últimos semestres de su carrera universitaria en una prestigiosa y exigente universidad. Había llegado a ese país del Norte de América desde muy niña y había enfrentado, junto a su familia, todas las vicisitudes que atraviesan los inmigrantes en tierras anglosajonas. A veces sus padres no encontraban empleo de nada por más que escudriñaran aquí y allá, por más que aplicaran o solicitaran una oportunidad que no aparecía por ningún lado. En consecuencia, la despensa languidecía cada vez más y eran evidentes las estrecheces que no solo eran de carácter monetario. «Hispa», como le decían en la intimidad, había sido testigo presencial de esos años azarosos y de cada una de las dificultades que oscilaban entre la gravedad y la desesperación, entre el hambre y la impotencia.
Su padre, pese a todo, había trabajado de «mil usos» emulando a Héctor Suárez, el actor y comediante mexicano. Como él y como muchos hombres de tierra adentro, la había hecho de lavador de platos, de cargador de bultos, de repartidor de toda clase de productos alimenticios y, obviamente, de albañil en distintas obras de construcción. Por su parte, su madre había sido un poco más afortunada, ya que no solo había trabajado en las infalibles labores de limpieza, sino que también en alguna que otra actividad propia de su profesión de maestra del nivel primario. En una ocasión memorable había sido contratada en calidad de institutriz y luego como administradora en casa de una familia europea, cuyo padre era el socio mayoritario de tiendas departamentales. Así que, Hispanidad, no era ajena a los sinsabores, a pesar de que su vida actual era mucho más placentera y estable, en comparación con la que había tenido durante su infancia y en parte de su adolescencia. Esas particularidades la volvían una persona similar y diferente a las demás; por ello, mucho más atractiva que ninguna otra chica de su edad.
Hispanidad Columbus Itzá estaba orgullosa de su mestizaje biológico-cultural, de ser trilingüe y de proyectar esa herencia multirracial dentro y fuera de los predios universitarios. Siempre que se le presentaba la oportunidad ponía de relieve el patrimonio cultural de Latinoamérica y, especialmente, del país mesoamericano del que eran oriundos sus progenitores. De la cultura maya, por ejemplo, destacaba el descubrimiento del concepto relativo al cero, la utilización de calendarios rituales, verbigracia el Tzolkin, y de cuentas cortas y largas para medir el transcurso del tiempo. Durante el comienzo de su adultez, había sido asidua visitante de centros ceremoniales y admiradora de las llamadas culturas madres. Había estado en los centros toltecas, olmecas, mexicas e incas y había sido voluntaria en muchas comunidades zutuhiles de la Riviera Maya.
Ese amor por la cultura y por el arte, por todo lo que implicara cultivo de habilidades y de potencialidades, la habían convertido en una de las mejores oradoras de su grupo generacional. Hispa se sabía inteligente y se creía preparada al más alto nivel, pero no se jactaba en lo absoluto de estas condiciones. Era afable y solidaria, ante todo; mestiza tal como su nombre lo hacía notar y una lectora voraz y tenaz. Conocía a los escritores más reconocidos de su tiempo, incluso a todo aquel que no era ni famoso ni muy apetecido por la mayoría de los lectores.
Al hablar en público lo hacía con determinación y elocuencia, con toda la responsabilidad y la complacencia que se pueden exhibir al utilizar el idioma español. La dicción era correcta, precisa y su vocabulario, sustancioso:
Los latinoamericanos somos gente luchadora y trabajadora; somos honestos y capaces, aunque suene a cliché. Hemos venido a este país que llaman América a trabajar y también a estudiar, a dar lo mejor de nuestras destrezas y a integrarnos a esta sociedad multicultural, sin socavar nuestras raíces, sin menospreciar nuestro origen y toda la historia que nos precede y que también nos identifica como integrantes de la hispanidad y de un territorio latinoamericano que se extiende desde Chihuahua hasta la Patagonia.
Por cierto, no digamos América, llamémosle Norteamérica, como es lo correcto, en tanto que al pronunciar la primera designación, repetimos un error ya lexicalizado, una imprecisión de orden histórico y geográfico. Si empleamos la primera forma es como si estuviéramos dando por sentado que el Norte de América es una sola franja territorial o aceptando erróneamente que esta nación estadounidense representa a todo el continente americano. No repitamos seudo verdades, pues Norteamérica es solo una sección trascendente del continente y no incluye a toda la plataforma continental.
Amemos lo nuestro, compañeros, respetemos y reivindiquemos nuestros valores culturales. Estudiemos y tratemos de comunicarnos en el idioma oficial de esta nación que hemos adoptado como si fuera nuestra segunda patria, pero nunca olvidemos quiénes somos, ni la textura de nuestra etnicidad. Unámonos, seamos solidarios entre nosotros y demostremos de lo que estamos hechos: de maíz, copal y de sangre cobriza. Hoy, más que nunca, tenemos que ser un bloque compacto y defendernos de ataques inmerecidos y genéricos proferidos por orates y por magnates. Digamos al unísono que no todos los inmigrantes indocumentados son de origen hispano y que no todos los infractores de las leyes estatales o federales son latinoamericanos. Ni lo uno ni lo otro; esas son absurdas generalizaciones.
En este país existen inmigrantes de todo el mundo y nosotros, los hispanos, somos, —es cierto— una minoría mayoritaria, sin embargo, somos una fuerza votante y militante; un grupo de personas que respeta las libertades civiles, los derechos de la colectividad y por estas y otras razones, merecemos el respeto de todos. No permitamos que se nos pisotee ni que se nos reprima de ninguna forma; en pocas palabras, que nos «pateen el trasero», tal como lo expresara cierto actor español al recibir el premio honorífico Platino Iberoamericano TNT.
¡Gracias, amigos míos, por escucharme, por ser parte de esta nación incluyente y globalizante! Aún más, por ser universitarios conscientes y críticos, por esforzarse en ser mejores, en retribuir a nuestros mayores todos los sacrificios que ellos han realizado por nosotros, con el único fin de engrandecer a nuestros países de procedencia, al sitio común donde vivimos, a nuestras familias y a cada uno de los rasgos raciales y culturales que nos identifican como latinoamericanos. Sí, «¡Por nuestra raza hablará el espíritu!».
Y así, aquella joven única y del montón, se pasaba la vida entre clases y arengas, entre libros y discursos, gravitando de un lado a otro, de las quimeras a las protestas estudiantiles.
Este cuento forma parte de la convocatoria “Es hora de contar” de Contracorriente.
1 comentario en “Plurisingular”
Me gustan mucho los cuentos. Sí, me encantaría leer más cuentos como este de Hispanidad porque me llena de inspiración y descubro que es importante mantener a luz nuestras raíces biológicas-culturales.